José Miguel Mulet
Sabemos Digital, Agosto 9, 2015
(mitosyfraudes.com)
La necesidad es imperiosa, puesto que al no ser un
país productor estamos a expensas de la situación geopolíti-ca y las
fluctuaciones de precio. Por otra parte, es una fuente no renovable por lo que
en algún momento se puede acabar, y por último, emite gases de efecto
invernadero por lo que según muchos modelos predictivos, está contribuyendo al
cambio climático. De hecho, hoy relacionamos el consumo de petróleo con un
mode-lo agresivo con el medio ambiente y contaminante, pero mirado en
perspectiva, hay dos momentos puntua-les en los que el petróleo ayudó a
proteger el medio ambiente y a conservar la biodiversidad.
La caza de ballenas fue una de las industrias más
prósperas durante varios siglos y en el siglo XIX fue la princi-pal industria
autóctona de Norteamérica. Por toda la costa atlántica, de norte a sur, y desde
de Terranova a Argentina o de Noruega al País Vasco, jalonaban la costa enormes
factorías destinadas al despiece y procesado de cetáceos. Solo hay que ver los
escudos de muchas ciudades de la costa atlántica como Malpica, en Galicia. El
producto más preciado de las ballenas era el aceite que se utilizaba
principalmente para iluminación doméstica ya que no hacia humo. Y así el aceite
de ballena ha sido el único biocombustible de origen animal utilizado a escala
global.
La presión sobre la población de ballenas llegó a ser
insostenible y estas se hubieran extinguido a principios del siglo XX de no ser
porque en 1859 en Titusville, Pennsilvania, Edwin L. Drake perforó el primer
pozo de petróleo dando lugar a la era del petróleo, en la que todavía vivimos.
La gente pronto se dio cuenta que utilizar quinqués de petróleo era mucho más
barato y efectivo. Gracias a eso, hoy tenemos ballenas. La caza actual para
carne data de después de la Segunda Guerra Mundial y el mercado es muy
limitado, nada en comparación con la industria alrededor del aceite de ballena
del siglo XIX.
Otro aspecto fue pasar del transporte urbano a base de
caballos al trasporte en los primitivos automóviles. Un caballo es un medio de
transporte muy inefectivo. Primera: esté en uso o no, consume energía, mientras
que un coche solo consume cuando le das al contacto. Segunda: Necesitas grandes
extensiones de terreno agrícola para dar de comer a los caballos. Tercera: las
emisiones de gases de efecto invernadero son superiores a las de un coche, de
hecho, hoy en día, las principales emisiones son por la ganadería, y cuarta:
los excrementos eran un gran problema de insalubridad y una fuente de
enfermedades.
La mayoría de los barrios construidos en las ciudades
grandes en el siglo XIX tienen la entrada elevada. El origen era para evitar
que las montañas de estiércol de caballo que se amontonaban en las aceras
entraran en las casas. Por no hablar de aspectos que no se tenían en cuenta en
el siglo XIX como el maltrato animal, o la gestión de los animales muertos,
muchos de los cuales, simplemente se dejaba que se pudrieran en la calle para
luego retirar los huesos.
Hoy en día en teatro y otras artes escénicas como la
danza o la música, la expresión que se utiliza para desear suerte es “Mucha
mierda” porque la acumulación de materia orgánica a la puerta del teatro
indicaba que habían venido muchos carruajes y que la obra iba a tener mucho
público. Cuando llegaron los coches pudimos prescindir de los caballos y las
calles fueron un lugar mucho más limpio y saludable.
Si alguna vez conseguimos cambiar el modelo energético
y abastecernos solamente por fuentes renovables, no descartemos que haya gente
quejándose y añorando los bellos tiempos del petróleo, como ahora hay quien
dice que antes se contaminaba menos.