Por Eduardo Fidanza
| Para LA
NACION, 1-8-15
Falta muy poco para el primer test de la elección
presidencial. Las elites y la gente interesada en lo público aguardan con
ansiedad, temor y expectativa. Todos saben que cuando el presidente en
ejercicio no puede ser reelegido, de una u otra forma concluye un ciclo. El
simple hecho de que una persona distinta ocupe el cargo, marca un epílogo y un
inicio. Por otra parte, la fuerte personalidad de la presidenta saliente y el
estilo moderado de los que probablemente la sucedan indican un cambio en la
psicología del poder. Esa transformación constituye un dato crucial para
delinear el futuro político del país. En definitiva, cualquiera que sea el
resultado, se descuenta que a partir de diciembre otro será el talante, otra la
modulación, distinto el modo de enunciar desde la cima del poder.
En los días que restan, a la reflexión del ciudadano
interesado se irá sumando la del llamado "votante medio", que se
percata de la política sólo cuando es convocado a comicios. En este momento su
cabeza, bombardeada por la publicidad, es un collage de mensajes, slogans,
imágenes y proclamas. Resuenan en ella la victoria, el cambio, la continuidad,
la unión, la justicia, el respeto, la seguridad. Los candidatos cortejan al
votante, lo convocan, buscan atraerlo, aspiran a crear una química con él, para
ser los elegidos. Es una seducción calculada, elaborada minuciosamente, indagando
en sus deseos manifiestos y secretos. La gran maquinaria del marketing, con
innumerables recursos tecnológicos, trabaja día y noche, a estas horas, para
convencer al esquivo elector. De acuerdo con su lógica, votar se asimila a
comprar. Acaso la política nunca se parezca más a una feria comercial que pocos
días antes de una elección.
Pero no todo es mercancía en este mundo. Y eso incumbe
particularmente a la política y al discurso público. Michael Sandel, filósofo
de Harvard, planteó esta cuestión con lucidez. Su tesis es que la sociedad ha
sido colonizada por la lógica del mercado, según la cual todo se puede comprar
y vender. Eso significa que la economía de mercado pasó a ser el eje de la vida
cultural, excediendo su terreno específico. Analizando este fenómeno, Sandel
enfatiza el rol vacuo de la política: "El vacío moral de la política
contemporánea -afirma- tiene diversos orígenes. Uno es el intento de desterrar
del discurso público toda noción de la vida buena. Con la esperanza de evitar
las luchas sectarias, a menudo insistimos en que los ciudadanos dejen atrás sus
convicciones morales y espirituales cuando entran en el ámbito público. La
resistencia a admitir en la política argumentos sobre la vida buena prepararon
el camino al triunfalismo del mercado y a la continuidad del razonamiento
mercantil".
Poner el foco en la vida buena significa, entre otras
cosas, pasar del marketing a los valores. ¿Se pueden discernir en los votantes
demandas asociadas a valores? A la vez, ¿es factible distinguir valores en los
candidatos y las propuestas más allá de la parafernalia de la publicidad? La
pregunta, en términos de Sandel, es si queda algo en la política que no pueda
convertirse en mercancía. Tal vez retrocediendo a los ideales de los
principales partidos históricos de la Argentina -el peronismo y el radicalismo-
se pueda aproximar una respuesta. Podría decirse que la justicia social para el
peronismo y el respeto a las instituciones para el radicalismo fueron los
valores insobornables a defender. Cada partido -en una división del trabajo
característica- se especializó en uno de ellos sin dejar de reconocer el otro,
al menos formalmente. El resultado positivo fue la ampliación de derechos
laborales y de libertades cívicas que distingue a la Argentina. El saldo
negativo son el populismo y el republicanismo abstracto, cuyo estéril debate
obtura el progreso del país. Es el eterno retorno argentino del que pareciera
imposible salir.
El votante que decidirá el próximo presidente
conserva, aun en la posmodernidad cultural, un reflejo de los antiguos ideales
de la política argentina: quiere mantener el ingreso y el trabajo en un clima
de respeto a las instituciones. Y desea una forma convincente de liderazgo.
Concurrirá a votar con esas demandas difusas, y en las condiciones de todo
elector medio en esta época: poco interés y una enorme asimetría de información
acerca de los difíciles problemas económicos y sociales que afronta el país. Es
probable que quien mejor ecualice el deseo de justicia social, respeto institucional
y liderazgo alcance la presidencia. Acaso necesite para eso un plus de visión y
sensibilidad hasta hoy ausentes. Un verdadero sueño, no un dream publicitario.
Son valores y cualidades que el marketing no puede comparar, algo que intuye
hasta el votante más distraído.
Quizá con una preocupación similar respondió alguna
vez Václav Havel, aquel gran presidente checo. No está de más escucharlo antes
de ir a votar: "Puede ser que me pregunten con qué república sueño. Les
contestaré: con una república independiente, libre, democrática; con una
república económicamente próspera y, al mismo tiempo, socialmente justa. En
otras palabras, con una república humana que sirva al hombre y por eso pueda
esperar que el hombre le sirva también a ella".