La Nación, editorial,
30 DE SEPTIEMBRE DE 2015
La señora Mirtha Legrand ha dicho, una vez más, lo que
piensa. A pesar de que constituya un hecho natural que alguien exponga sus
convicciones, no es lo más frecuente en estos controvertidos tiempos. A veces
por temor, otras por prudencia, lo cierto es que hablar de un modo rotundo
suele sorprender a algunos y hasta incomodar a otros, más de lo conveniente.
Quien fue actriz exitosa y se desenvuelve desde hace
muchísimos años como célebre conductora de programas televisivos, se atrevió a
pensar en voz alta al afirmar que la Argentina vive bajo una dictadura. Le
contestó la Presidenta, pero, más que para desmentirla, para apelar a uno de
sus recursos favoritos: la descalificación de la persona por lo que hizo o no
hizo en el pasado, como si todos los tiempos hubieran estado requeridos por
igual de comportamientos idénticos para el común de los mortales.
Lo asombroso es que en esta ocasión la Presidenta
fundó su cuestionamiento en una supuesta verdad irrefutable: "A ver si
alguno se acuerda -dijo si algún periodista, a Videla, alguna locutora, algún
comentarista o analista se atrevió a llamarlo, yo no digo asesino o genocida,
simplemente dictador". No.
Se podrían releer las ediciones de los periódicos y
revistas de todo el país; se podrían desgrabar cuantos programas de radio y
televisión hubiera de aquella época con referencias a la política de entonces,
y con seguridad sería inhallable una calificación como la que ha desafiado a
encontrar la Presidenta. No, no sería posible hallarla sino en hojas que
circulaban clandestinamente, como brazos políticos de organizaciones
insurreccionales. ¿Recuerda la Presidenta cuántos intendentes peronistas hubo
en ese tiempo, de qué manera los dirigentes de su partido, y de otros partidos,
o los sindicalistas mantenían diálogos activos con aquel oficialismo militar?
¿Cómo trataban a sus interlocutores, de dictadores?
De modo simétrico, podría preguntársele a la
Presidenta, como le ha preguntado a la señora Legrand, si ella o el ex
presidente Kirchner alguna vez se atrevieron, en los años de terror -de doble
terror, por cierto, tanto gubernamental como subversivo, a calificar de
dictadores a los mandones de la época. Como tampoco la ministra Alicia Kirchner
se atrevió a tanto por aquellos años en que fue alta funcionaria en Santa Cruz,
prescindiremos de la pregunta del caso.
Quienes ejercían el periodismo en los años del
gobierno militar caminaban sobre el filo de una navaja que cortó mortalmente
hasta la vida de gentes tan próximas al régimen como el mismísimo embajador
argentino en Venezuela Héctor Hidalgo Solá. Otros ciudadanos de condición
parecida también cayeron.
Tan verdadero es lo que ha dicho la Presidenta que
algunos veteranos políticos, intelectuales y periodistas, no habiendo por las
razones expuestas apelado a la adjetivación de dictadura en los años de plomo,
han preferido en muchas ocasiones prescindir también de hacer lo contrario
después de la recuperación democrática de 1983. No por discrepancia en algo tan
obvio como la caracterización del período de 1976-1983, sino por una discreción
que desconocen los cínicos o quienes cambian de lenguaje como de color el
camaleón.
La señora Legrand retomó el tema para decir más tarde:
"La de Videla era una dictadura, pero la de ahora también". Quien
quiera exaltar la templanza de carácter de esta personalidad del mundo del
espectáculo no tiene por qué compartir su opinión. Basta con poner de relieve
su entereza, valentía y desdén frente a la jauría oficialista que pretende
siempre injuriarla.
El Diccionario Esencial de la Lengua Castellana,
editado por Santillana con el respaldo de Gregorio Salvador, uno de los
miembros de número de mayor relieve de la Real Academia Española, dice que
dictadura es la "concentración de todos los poderes en un solo individuo o
institución". Sería bueno que la Presidenta contestara: ¿no han procurado,
tanto ella ahora como antes quien fue su marido, concentrar al máximo los
poderes del Estado en sus manos? ¿Cuál ha sido, acaso, el objetivo de gobernar
en estos 12 años con más decretos de necesidad y urgencia que todos los
dictados desde 1810 hasta 2003? ¿Cómo calificar la pretensión de subsumir al
Poder Judicial a poco menos que un conjunto de reparticiones con jurisdicción
federal al servicio de los presidentes de turno? ¿O utilizar los medios de
comunicación del Estado sólo para beneficio de un gobierno faccioso, negándoles
pauta publicitaria o atacando directamente a los independientes?
Sería deseable que la Presidenta o alguno de sus
servidores pudiera poner las cosas en su lugar. ¿Cómo creen que debe llamarse
el régimen que ellos encarnan? Disponen de una paleta de excepcionales
definiciones alternativas si arrancan de la calificación de "democracia",
que hoy no vamos a discutir. Los legos ignoran la enorme cantidad de
definiciones que la ciencia política ha aplicado a los sistemas fundados, en
principio, en el voto popular. El origen del sistema está fuera de discusión en
la Argentina, aunque pueda volverse controvertible si se profundizan las
investigaciones sobre la degradación que el populismo ha inferido al voto
popular, en los últimos días de elecciones como también en los otros 364 días
del año.
De modo que tomemos las valerosas palabras de la
señora Legrand como la invitación a un gran sinceramiento. Seguramente más de
uno se atreva hoy a arrojar una segunda piedra.