una
demostración de valentía y realismo cristiano que ha pasado inobservada.
Stefano Fontana
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân
Me parece que ha pasado inobservado el documento final
con el que el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) ha
concluido su Asamblea, que ha tenido lugar en Jerusalén del 11 al 16 de
septiembre. Representando a Italia estaban presentes, entre otros, el cardenal
Angelo Bagnasco, presidente del CCEE, y el Arzobispo Mons. Giampaolo Crepaldi,
que preside su Comisión Caritas in veritate. Es una pena porque de una manera
sencilla y clara, sobria en la forma y firme en el contenido, los obispos han
dado prueba en esta ocasión de un sabio (y por lo tanto valiente) realismo
cristiano.
Tres han sido los puntos afrontados por el mensaje.
Primero de todos, la emigración. Eliminado todo
lenguaje sentimental y retórico que toca los corazones pero ofende la razón,
los obispos europeos han reafirmado el deber de los Estados de “responder
inmediatamente a las necesidades de ayuda urgente y de acogida de las personas
desesperadas”, pero no han dejado esta afirmación aislada, como sucede a
menudo, suscitando las reacciones de la política. De hecho, han añadido que los
Estados “deben mantener el orden público”, por lo tanto, ninguna apertura sin
criterio; deben “garantizar la justicia para todos” y, por consiguiente,
también para los ciudadanos que acogen; deben proporcionar disponibilidad
"para quien tiene verdaderamente necesidad", pues tal vez no todos
los que la piden la necesitan; y deben actuar en vista de una “integración
respetuosa y de colaboración”, es decir, que los emigrantes tienen derechos
para también deberes que tienen que respetar. Los obispos recuerdan que los
Estados “son los primeros responsables de la vida social y económica de sus
pueblos” y mientras ayudan a quienes lo necesitan deben pensar también que esto
no puede hacerse contra viento y marea, sino que deben sopesarse las
consecuencias para la vida de los pueblos que acogen. Es bastante raro que
eclesiásticos se expresan de este modo tan concreto y no se limiten a hacer
grandes anuncios de una caridad abstracta.
También sobre las causas de la emigración los obispos
de la CCEE han sido valientes, resaltando que, como mínimo, es contradictorio
desestabilizar zonas de África y de Oriente Medio y después lamentarse de que
la gente piense en huir de esos lugares abandonados a violencias caóticas. Este
es el motivo por el que invitan a “adoptar medidas adecuadas para detener la
violencia y construir la paz y el desarrollo de todos los pueblos… la paz en
Oriente Medio y en el Norte de África es vital para Europa”.
También han sido originales los contenidos que hacen
referencia a la libertad religiosa, que a menudo se piensa que está en peligro
sólo fuera de Europa. Los obispos de la CCEE, en cambio, saben bien (y lo
dicen) que las guerras de religión son a menudo guerras contra la religión, no
sólo por parte de los Califatos sino también por occidente: “la secularización
en acto en los países europeos tiende a desterrar la religión a la esfera
privada y en los confines de la sociedad. En este ámbito se incluye el derecho
fundamental de los padres a educar a sus propios hijos según sus convicciones.
Para que esta libertad sea posible es necesario que las escuelas católicas
puedan llevar a cabo su tarea educativa en favor de toda la sociedad con
cualquier apoyo que sea oportuno”.
Por último, los obispos reunidos en Jerusalén han
hablado de la familia. Su mensaje a este propósito hay que leerlo en vista del
Sinodo que iniciará en breve. Ninguna duda, concesión o ambigüedad en sus
palabras. “La belleza humana y cristiana” de la familia es una “realidad
universal: papá, mamá, hijos” y no algo que tiene relación con construcciones
sociales. Y por si esto no fuera suficiente, he aquí la rotunda afirmación: “La
Iglesia cree firmemente en la familia fundada sobre el matrimonio entre un
hombre y una mujer: ésta es la célula base de la sociedad y de la misma
comunidad cristiana. No se ve porqué realidades distintas de convivencias deban
ser tratadas del mismo modo”. Es decir: nada de uniones civiles y cosas de
este tipo. “Despierta una particular preocupación -declaran por último los
obispos-, el intento de aplicar la “teoría de género”. Para ellos las cosas son
claras: “La Iglesia no acepta la “teoría de género” porque es expresión de una
antropología contraria a la verdadera y auténtica valorización de la persona
humana”. “La Iglesia no acepta la teoría de género”: ¿queda claro?
Documentos como este consuelan. Aquí los pastores se
comportan como tales. Los obispos de la CCEE, de hecho, concluyen con una
afirmación de la que no debería prescindir nunca un pastor de la Iglesia
católica: “conscientes de que sólo en Jesucristo encuentran respuesta las
profundas preguntas del corazón y se cumple plenamente el humanismo
europeo".