piden al New York Times que
destituya a un periodista por ser fiel a la Iglesia
Autor: Miguel VINUESA, periodista
catolicos-on-line, 8-11-15
Ross Douthat, periodista católico especializado en
información religiosa en el New York Times, ha sido objeto de una campaña por
parte de un nutrido grupo de profesores de teología ha hecho llegar una carta
al director del periódico, pidiendo su cabeza. ¿La razón? Un artículo sobre con
el análisis de lo ocurrido durante el Sínodo en el que califica de herejía las
propuestas kasperitas. Ante semejante campaña, Douthat ha publicado otro
artículo: «Letter to the Catholic Academy»
Uno de vez en cuando se aísla del mundanal ruido en un
archipielago que el lector tiene aquí cerquita. Yo confiteor que no suelo ser
lector habitual del New York Times que el Padre Zulhsdorf tiene a bien llamar
Hell’s bible (la biblia del infierno), por tanto no conocía las óptimas
columnas que redactaba Ross Douthat, quien poco menos que se ha ganado la
enemistad de la progresía eclesial Estadounidense. Solo por eso ya merece
atención. Pero hay más.
Resulta que se acaba que se acaba el Sínodo. Sínodo
que Mister Douhat ha seguido, denunciado y comentado en todo momento. Pues
bien. Un día el editor se encuentra una carta, firmada por docenas de
personalidades eclesiales norteamericanas, muchos de ellos académicos, pidiendo
su cabeza. Esta es su respuesta y creo que puedo sumarme sin pestañear a todo
lo dicho por él. Good reading.
Carta a la Academia Católica
¡Mis queridos profesores!
Leo con interés su muy-difundida carta a mis editores
esta semana, en la que objetaba a mi
cobertura de controversias Católicas, se quejaban de que estaba haciendo
acusaciones infundadas de herejía (¡tanto “sutiles” como “abiertas”!) y
deplorado la disposición de este periódico para dejar opinar en debates
intraeclesiales a alguien sin formación teológica a alguien que no tiene
formación en la misma. Me han impresionado mucho las docenas de nombres
académicos que han firmado la carta en la web Daily Theology, y en
instituciones distinguidas (Georgetown, Boston College, Villanova) representada
en la lista.
Tengo un gran respeto por su vocación. Dejenme
explicarme la mia.
Un columnista tiene dos tareas: explicar y provocar.
La primera requiere dar a los lectores un sentido de lo que se juega en
determinada controversia, y por qué debería tomarse un momento de su atención
fragmentada. La segunda demanda una toma de posición clara en dicha
controversia, para mejor dibujar los sentimientos (solidaridad, estimulación,
rabia ciega) que convence al lector para leer, volver y volver a suscribirse.
Espero que podamos estar de acuerdo que las
controversias actuales en la Iglesia demandan a gritos una explicación. Y no
solo para los católicos: el mundo está fascinado -como debería- por los esfuerzos del Papa
Francisco para redibujar nuestra Iglesia. Pero los principales partidos en las
controversias de la Iglesia tienen incentivos para rebajar el tono de lo que se
juega. Los Conservadores no quieren admitir que este cambio disruptor pueda
incluso ser posible. Los progresistas no quieren admitir que el Papa puede
estar llevando a la Iglesia a una crisis.
Así que en mis columnas, he intentado esclarecer esas
ofuscaciones hacia lo que parece una verdad básica. Hay una división muy
arriesgada, en los niveles más altos de la Iglesia, sobre si admitir a los
divorciados vueltos a casar a la comunión, y lo que ese cambio significaría. En
esta división, el Papa claramente se inclina hacia una visión liberalizadora y
ha maniobrado consistentemente para avanzar en esa dirección. En el reciente
sínodo, ha recibido un modesto pero significativo revés por los conservadores.
En primer lugar porque si la Iglesia readmite a los
vueltos a casar a la comunión sin anular –mientras se instituye un proceso más
rápido, sin culpas, para obtener una anulación, como se supone que haga el
Papa- la antigua enseñanza Católica de que el matrimonio es “indisoluble” se
vaciaría de contenido.
En segundo lugar, porque cambiar las enseñanzas de la
Iglesia sobre el matrimonio de esta manera significaría deshacer el conjunto de
la visión Católica de la sexualidad, el pecado y los sacramentos –rompiendo la
relación entre confesión y comunión, haciendo que el amancebamiento, las
uniones del mismo sexo y la poligamia sean perfectamente aceptables para la
Iglesia.
Ahora bien, esta es meramente la opinión de un
columnista. Así que he escuchado atentamente lo que los teólogos acreditados
han dicho sobre la liberalización. Lo que he oído son tres puntos clave. El
primero es que estos cambios son “pastorales”, no “doctrinales”, y que mientras
la Iglesia diga que el matrimonio es indisoluble, no pasa nada grave.
Pero esto es como decir que China no ha tenido una
revolución de mercado porque sigue siendo gobernada por quienes se definen como
Marxistas. No: en política como en religión, una doctrina vaciada en la
práctica está vacía del todo. Diga lo que diga la retórica oficial.
Cuando se comenta esto, los reformadores giran en
torno a la idea de que, tal vez, los cambios propuestos son, efectivamente,
doctrinales, pero que no todas las doctrinas son igual de importantes, y que de
todas maneras, la doctrina Católica ha evolucionado con el tiempo.
Pero se supone que el desarrollo doctrinal profundice
las enseñanzas de la Iglesia, no revertirlas o contradecirlas. Esta distinción
da pie a muchas áreas grises, de hecho. Pero borrar las palabras del mismo
Jesús en el no-exactamente menor tema de los matrimonios y la sexualidad ciertamente
parece un retroceso importante en vez de un cambio orgánico, que profundice la
doctrina.
En ese momento llegamos a un tercer argumento, que
aparece en su carta: no comprendes, no eres un teólogo. Claro que no. Pero
tampoco se supone que el catolicismo sea una religión esotérica, que sus
enseñanzas solo sean accesibles a unos adeptos académicos. Y la impresión que
deja este “blanco móvil”, me temo, es que algunos reformadores minimizan su
posición real para ganarse a los conservadores gradualmente.
¿Cuál es esa posición real? Que cualquier cosa
católica puede cambia con los tiempos y “desarrollar” doctrina solo
significaría seguir a la Historia, sin que importe mucho el Nuevo Testamento
que se deja atrás.
Como he dicho antes, la tarea del columnista es la de
ser provocativo. Así que tengo que deciros, abiertamente y sin ser sutil, que
esa visión parece una herejía por cualquier definición razonable del término.
Puede ser que los herejes de hoy sean profetas, la
Iglesia será revolucionada, por supuesto, y mis objeciones serán enterradas con
el resto del conservadurismo católico. Pero si eso ocurre, será por una lucha
dura, no solo dulces palabras y académicos tirando de rango. Requerirá una
amarga guerra civil.
Así que queridos profesores: bienvenidos al campo de
batalla.