Por José Antonio
Riesco
Casi
como un grito de combate la flamante canciller doña Susana Malcorra, ingeniera
electrónica además de diplomática, anunció lo que será la orienta ción, en su
materia, del gobierno que ahora preside
Mauricio Macri: “Vamos a desideologizar
la política exterior”.
Bienvenida
la consigna; durante demasiado tiempo, generando un daño que no será fácil
resolver, estuvimos atados al desvencijado carro del “socialismo siglo XXI” y,
además, teniendo como soporte a un populismo degenerado que no parió ningún
socialismo, salvo regímenes corruptos y antidemocráticos. Y, lo peor, que nos
aisló de los procesos avanzados del mundo contemporáneo, mientras la corrupción,
el clientelismo y los personalismos psicopáticos arrasa- van las instituciones
y acrecían por millones la pobreza de los pueblos.
O
sea que hemos estado largamente privados de política exterior, que es la parte
de la actividad del Gobierno que mantiene al Estado y, en un sentido más amplio,
a la sociedad, como una empresa que subsiste y crece frente a los dese os,
intereses y actividades de otros Estados y sociedades (sic : Strausz-Hupé y
Possony). Vale aclarar que, tal cual ocurre hoy, la participación de las acciones
privadas (empresas, gestiones profesionales, acuerdos financieros y culturales,
sindicales, et.), a través y por encima de las fronteras multiplican las
relaciones transnacionales.
Lo
cual expande el territorio donde se cumple ese complejo y dinámico proce so, y
cuyo achicamiento por las políticas oficiales conspira contra la fluidez de lo
negocios y, a la vez, de las
inversiones, la producción y el juego expor-impor que hace a la generación de
la riqueza social en el interior de cada país. O sea, el desarrollo. Algo que –subordinados
al parloteo ideológico gubernativo-- a
los argentinos nos llevó a la crisis en
que estamos hoy sumergidos.
En
su momento el entonces canciller de Alemania, Otto von Bismarck, dijo con toda
crudeza que “las relaciones internacionales son cuestiones de intereses y no de
derechos”. Salvo excepciones antes y después, la historia se empeña en
convalidarlo. Más que asuntos abstractos el concepto de “intereses”, no necesariamente
ilegítimos, se refiere a secretos científico-técnicos, a puntos estratégicos en
el mapa, a oportunidades comerciales, etc. Y se sostienen saliendo a la
palestra con procedimientos pacíficos o, inclusive, con las armas si se tiene con qué.
Un
país aislado es siempre débil y expuesto al manoseo de otros, aunque dis ponga
de grandes y ricos territorios, lo que se agrava cuando el orden interno no
tiene el sustento. arriba y abajo, de una disciplina social adecuada. Este
déficit siempre se refleja en las interacciones con los países vecinos y, a
veces, mucho más, en los intercambios con los poderosos. A diferencia de la Argen tina, sometida a
restricciones altamente costosas y dañinas, en su vinculación con el mundo, y
ello por la gestión caprichosa y despótica de gobernantes inep tos y corruptos,
en la “década perdida, otras naciones de la región (Perú, Chile) y hoy Vietnam
han logrado romper los cercos del atraso y avanzan decidi damente.
Al
ideologismo de baja calidad –mezcla de trotskysmo transnochado y de la prédica
confusa aunque bien rentada del finado Laclau, más los desvaríos literarios de
Carta Abierta-- ahora que parece cerrado su ciclo, sería ciertamente un error,
acaso trágico, que lo sustituyera otro extremismo aunque de signo opuesto. Me
refiero a los criterios tecnocráticos en
la adopción de las decisio nes de gobierno y, especialmente, a los
procedimientos y oportunidades para llevarlas a cabo.
Nada
hay que objetar sino aprobar el rol fundamental de los expertos y espe cialistas
en la elaboración y aplicación de los planes de gobierno. No está demás
recordar el papel legendario de Francis Bacon, canciller de Jacobo 1ro, en
Inglaterra, del duque de Sully con Enrique IV de Francia y seguidamente de J,
B. Colbert con Luis XIV. Pero en el siglo XXI la función del especialista no
sólo es importante sino insustituible; si falta en la administración del Estado
se produce un vacio de precisión y previsibilidad que anarquiza la relación
entre el poder y la sociedad, dentro y
fuera de su territorio.
La
llamada tecnoestructura está presente en todos los regímenes avanzados aunque
difieran en calidad. Por caso, los dictadores no siempre coinciden. Cuando
España bajo el enorme poder de Francisco Franco avanzó hacia “la apertura”
designó a Leopoldo López Rodó (técnico y estadista) al frente de la reforma
administrativa y el plan de desarrollo. Por su parte el llamado “modelo K”
(argentino) le entregó el manejo de la
economía y la política exterior. a dos inservibles, Guillermo Moreno y Jacobo
Timerman, respectivamente.
En
la historia la ideología siempre anduvo cerca de los procesos del hombre, a
veces disfrazada de otra cosa (teorías sociales, religiones). Por sobre las
oposiciones, propias de los grandes intereses, las ideologías sobrevuelan co mo
nubes cargadas a veces de buenos deseos y otras de afanes destructivos.
A
su modo el ideal tecnocrático –al margen de su utilidad funcional-- suele tener más afecto por los intereses que
por la política y por la ética social. El ministro que designa al experto no
siempre cuenta con idoneidad para contro larlo; ya que por buena que sea la
propuesta no es lo mismo hacer negocios con Corea Sur que con Corea Norte.
Al
sentido común, con soporte en la experiencia –más todavía, a la ciencia-- le compete el control de los extremos, no es
lo mismo analizar y evaluar los fundamentos de una ideología respetable que
aceptar el diálogo con el producto de una psicopatía. Tampoco puede dejarse
librado al azar la pretensión del tecnócrata que se siente amo y señor de la
verdad. Uno y otro delirio puede quedar a la vera del camino o abrir la ruta hacia
la tiranía o la guerra.
De
todos modos la política exterior anunciada por Susana Malcorra señala el buen
objetivo para que el país salga del foso.-