Alberto Buela (*)
Afirma don Miguel de Unamuno en su libro Soliloquios y Conversaciones de 1911
que: “Los liberales (hay hablamos de
progresistas o socialdemócratas) son una
eterna esperanza, es decir, un eterno desengaño”.
Nosotros en
Argentina acabamos de cambiar un gobierno progresista de corte socialdemócrata
(el kirchnerismo) por un gobierno progresista (el de Macri) de corte liberal,
es decir, que es el mismo perro con distinto collar. Son los típicos gobiernos
que rascan donde no pica. Claro esta, que el actual que asumió solo hace
cincuenta días tiene una ventaja sobre el anterior que gobernó durante doce
largos años, todavía no robó lo que robó aquél.
El liberalismo con
sus múltiples formas y facetas, signadas todas por la idea de progreso, de
laicismo y de igualdad, termina siendo siempre “un eterno desengaño”. Y, qué
es el desengaño?.
El eminente
filósofo peruano, Alberto Wagner de Reyna (1915-2006), desde un punto de vista
existencial nos dice que es una estructura permanente de la existencia que como
tal tiene dos fases: una negativa, donde se niega lo que –el engaño- daba por cierto, y otra positiva, el cambio
de camino o vía para llegar a la verdad de lo que es. El desengaño nos hace
estar nuevamente en camino en ese hacerse de la existencia cotidianamente
desengañada.
Pero como la
hipocresía y el simulacro son las mayores calles del mundo, el desengaño bien
asumido tendría que liberarnos del liberalismo, de sus proyectos siempre
inmanentes y abrirnos a temas y asuntos trascendentes.
El liberalismo en
el poder, a través de todas sus variantes o máscaras que ha usado en la
historia del mundo moderno, nunca pudo superar la figura del economista, sin
darse cuenta que la economía es demasiado importante como para dejarla en manos
de economistas. Es por ello que carece, desde siempre, de política. Entendida
esta no como una especialidad, sino como una forma de concebir, plantear y
resolver los problemas. Esto, casualmente, es de lo que carece el reciente
gobierno de argentino. En cuanto al gobierno anterior, sustituyó la política
por la ideología, y terminó ideologizando todo, tanto los aparatos del Estado
como la sociedad civil.
Recuperar la
política como actividad arquitectónica de la sociedad es la principal tarea que
se impone en nuestro tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que la democracia se
ha desnaturalizado como “una aristocracia
de oradores”, según la lograda expresión de Hobbes. Oradores que no hacen
política sino que simplemente discuten entre ellos, sin tocar nunca la realidad
y los padecimientos reales de los pueblos.
Hoy la política
solo administra los conflictos pero no logra resolverlos, y ello porque
desnaturalizó sus objetivos y sus métodos. Su objetivo es el logro de la
felicidad del pueblo y la grandeza de la nación (bien común) y su método el
diálogo, pero no a partir del consenso donde la decisión está tomada antes que
la deliberación (el método de las logias), sino del disenso en donde antes que
nada decimos “al otro” qué somos y qué queremos, dejando en manos de él, el
aceptar o no. Y es ahí donde nace el verdadero diálogo.
(*) arkegueta,
eterno comenzante