por Carlos Pissolito
Informador Público, • 21/04/2016
Para empezar, podemos afirmar que hoy es casi un lugar
común escuchar que el uso de drogas a nivel individual constituye un acto de
suprema libertad. Es más, no son pocos los que avanzan un paso más y sostienen
que es el Estado quien se tiene que hacer cargo de garantizar ese particular
derecho. Especialmente, en lo atinente a la distribución y a la calidad de las
sustancias utilizadas.
De paso, agregan, ello conformaría la mejor política
posible para acabar con el negocio criminal del narcotráfico. Pues, razonan, la
guerra contra las drogas ha fracasado y su legalizarse hará que su comercio
ilícito desaparezca.
Como vemos hay dos temas uno individual, el relacionado
con el uso individual de drogas; y otro, colectivo vinculado al rol del Estado
ante este hecho. Vayamos por partes.
Para seguir, siempre hemos sostenido, desde estas
líneas, que tanto la historia como la literatura explican mucho mejor un tema como
el de las drogas que cualquier “metodología” científica.
Si empezamos por el uso de drogas a nivel individual
tenemos, por ejemplo, a una obra literaria clásica. “Un mundo feliz” de Aldous
Huxley, publicada en 1932. Una novela en la que nos anticipa como los
individuos y, hasta una sociedad, pueden ser manipulada a través del consumo de
drogas como parte de un sistema inmutable de castas.
Si bien, cuando Huxley escribió su obra como parte de
un futuro lejano. Tiempo después se rectificó. Lo que lo llevó a afirmar en
1958, que: “En 1931, cuando escribí “Un Mundo Feliz”, estaba convencido de que
se disponía todavía de muchísimo tiempo. La sociedad completamente organizada,
el sistema científico de castas, la abolición del libre albedrío por el condicionamiento
metódico, la servidumbre hecha aceptable mediante dosis regulares de bienestar
químicamente inducido y las ortodoxias inculcadas en cursos nocturnos de
enseñanza durante el sueño eran cosas que se veían venir, desde luego, pero no
en mi tiempo, ni siquiera en el tiempo de mis nietos”.
Hoy somos los nietos de Huxley y vemos sus profecías
en vías de pleno cumplimiento. Ya que, muy bien, se pueden distinguir en el
negocio del narcotráfico dos circuitos bien diferenciados. El primero, de alta
gama destinado a las clases altas y conformado por drogas de buena calidad. Lo
que, aparentemente, les permite a sus consumidores una mayor creatividad, un
mejor rendimiento laboral y, en consecuencia, vivir en un estado de permanente
y controlada felicidad.
Por el contrario, un segundo circuito destinado a las
capas bajas de la sociedad compuesto por drogas de pésima calidad y que
rápidamente arruinan la salud de quienes la consumen.
Como vemos y podemos deducir del más elemental sentido
común, la finalidad del consumo de drogas está muy lejos de favorecer a
nuestras libertades individuales. Todo lo contrario, su uso masivo nos hace
otra cosa que no sea contribuir a la dependencia física y psicológica de
quienes las usan. En primer lugar de la sustancia y en segundo lugar de quienes
la comercializan o ejercen su control.
Llegado a este punto, nos podríamos preguntar a
quiénes les puede llegar a interesar, no ya tener individuos más controlables;
sino poblaciones enteras más manejables. Es tiempo de dejar las predicciones de
la literatura para pasar a las lecciones de la historia.
Podemos, comenzar, por ejemplo, con las denominadas
Guerras Indias libradas por los EEUU para extender sus fronteras, a partir de
fines del siglo XIX y que, en general, se resolvieron mediante la conquista y
la asimilación de los pueblos nativos.
Seguramente que durante este proceso, que según se
calcula supuso la muerte de unos 370.000 indígenas, a la par de unos 20.000
colonos norteamericanos; se usaron muchas tácticas y procedimientos por parte
de ambos bandos, tanto duros como blandos.
En relación al tema que nos ocupa, nos interesa,
particularmente los segundos como, por ejemplo, la entrega de alcohol a los
indios para incrementar su mansedumbre y su dependencia de los proveedores del
Estado instalados en las reservaciones indias.
Un hecho que en la práctica se vio potenciado por el
desconocimiento que tenían las tribus indígenas de la América del Norte del uso
del alcohol. Ellas, a diferencias de varias etnias sudamericanas, desconocían
casi por completo el uso de las bebidas espirituosas. Ergo, no tenían
asimilados mecanismos para su uso y su control.
Lo que, lógicamente, tuvo consecuencia nefastas para
la salud de esas poblaciones. Tan duraderas que hoy en día, el 11,7% de los
indios nativos norteamericanos mueren por enfermedades relacionadas con el
consumo de alcohol. Una cifra que supera en 3,5 veces a la estadística del
resto de población.
Si como vemos las drogas, en este caso el alcohol, fue
usado para el control de poblaciones internas; también se las empleó como un
arma geopolítica para dominar a una cultura ancestral como la china.
En el sentido citado, las denominadas Guerras del
Opio, que ocurrieron en el siglo XIX, nos sirven de magnífico ejemplo. Pues,
fueron dos conflictos bélicos impulsados por los imperios británico y el
francés para asegurar sus intereses comerciales vinculados con el contrabando
de opio desde la India hacia China y al que las autoridades chinas se oponían.
Para terminar, no es nuestra intención seguir con esta
dramática historia, baste para cerrarla, citar las palabras de Lin Hse Tsu, un
funcionario chino, quien en una carta a la Reina Victoria, le dice lo
siguiente:
“Pero existe una categoría de extranjeros malhechores
que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los
necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho. (…)
ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada
vez más profundamente (…) Por este motivo, hemos decidido castigar con penas
muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner
término definitivamente a la propagación de este vicio.(…) Todo opio que se
descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo,
todo barco extranjero que llegue con opio a bordo será incendiado (…)
Creo que las contundentes palabras de este funcionario
chino nos ahorran de cualquier comentario al respecto.