Por Diego Baccarini
Alfil, 8 abril, 2016
El flamante titular de Fadea, Ercole Felippa, se encuentra frente a la realidad más penosa: a la tan mentada fábrica argentina de aviones le sobra gente y le falta trabajo. Alrededor de mil empleados sería el excedente laboral con que carga la compañía. El empresario lácteo deberá concentrarse en equilibrar las cuentas antes que en hacer volar algunos de los aviones que se encuentran en su línea de producción.
El caso de Fadea es sintomático de lo extremadamente inútil que es el Estado argentino para llevar adelante algún emprendimiento comercial. Como se recuerda, en 2009 se estatizó el paquete accionario de la multinacional Lockheed Martin Aircraft Argentina S.A (que había tomado el control de la Fábrica Militar de Aviones en 1995) argumentando que los estadounidenses habían transformado la fábrica en un mero taller de mantenimiento de la Fuerza Aérea. Con su nacionalización, se aseguraba, aquella meca del desarrollo argentino volvería a ser lo que fue en su época de gloria.
Seis años después, no sólo que Fadea no recuperó esplendor alguno sino que la lista de los desaguisados dejados por la administración kirchnerista mueven a asombro. En el interregno estatal la empresa no fabricó avión alguno (el último que salió de sus líneas de producción fue un pampa entregado por Lockheed en 2008), tomó centenares de personas sin saber exactamente para qué, dejó a medias varios proyectos y, encima, se dio el lujo de adquirir un helicóptero chino que ni siquiera tiene el certificado de ANAC para poder operar. Sus únicos ingresos derivaron, al igual que su antecesora, del mantenimiento de aviones a la Fuerza Aérea.
¿Para qué la estatizaron entonces? Vaya uno a saber. Aquí, la ficción ideológica se confunde con la realidad, más próxima al quebranto que al Brigadier San Martín. Porque Lockheed, al menos, no requería de subsidios para poder funcionar. Y, si no pudo vender aviones, fue porque la propia administración de los Kirchner se opuso en más de una ocasión.
Es necesario decirlo de una buena vez por todas. Los argentinos nacionales y populares se rasgan las vestiduras al comparar hasta dónde ha llegado la brasileña EMBRAER con la penosa situación de la fábrica argentina. Pero nadie dice que la factoría brasileña es privada desde 1994, y que el Estado la ha apoyado de la forma más inteligente que puede concebirse: financiando sus ventas al exterior y encomendándole la modernización de sus aeronaves de combate. El éxito comercial de sus aviones civiles vino un tiempo después y obedeció a un inteligente posicionamiento en el mercado y al afán de lucro de la dirección de la compañía.
Comparando productos militares, debe hacerse notar que Súper Tucano, por ejemplo, no es mejor que el Pampa. Sin embargo, se ha vendido por centenares a múltiples países y goza de gran aceptación entre sus usuarios. Una de las razones de su éxito, quizá la más importante, es que Brasilia financia su exportación sin ponerse colorada respecto a quienes son sus destinatarios. Las ventas militares de EMBRAER, más que por la calidad de sus productos (que son innegables) tienen mucho que ver con la geopolítica brasilera, mantenida sin desmayos por todos sus gobiernos.
No es necesario ser muy versado para advertir que la situación Argentina es diametralmente opuesta. No sólo que, por estas tierras, es complejo hablar de geopolítica sino que, en rigor, tampoco puede decirse que haya existido una política internacional digna de tal nombre. Sin estos ingredientes es imposible sostener directrices de defensa nacional que coadyuven al desarrollo de una industria orientada hacia fines militares, tal como lo está Fadea. Las decisiones respecto a qué aparato fabricar, o hacia donde ofrecer servicios aeronáuticos –algunas veces más rentables que la propia construcción aeronáutica– se encuentran condicionadas decididamente por aquellos factores. Con un gobierno a la bartola como lo fue el del kirchnerismo, resulta imposible pensar en un norte estratégico para esta industria, menos aún si es estatal. El desconcierto presidencial debe haberse multiplicado por cientos en las cabezas “empresarias” del señor Raúl Argañaraz o del camporista Matías Savoca.
Debe advertirse, además, que la política de defensa nacional llevada a cabo por el anterior gobierno hundió la Fuerza Aérea en un valle de lágrimas, sin aviones ni entrenamiento. Uno tras otro sus sistemas de armas se desprogramaron sin que existiese ningún relevo a la vista. Los Mirage, por ejemplo, fueron radiados de servicio en noviembre pasado y, hasta ahora, nada se sabe de un nuevo caza interceptor. Fadea estuvo ausente de este debate cuando pudo haber aportado ideas superadores, como por ejemplo la modernización en el país de aviones usados provenientes de arsenales extranjeros. Para empeorar aún más la situación, los famosos cuarenta aviones Pampas serie III anunciados tantas veces por Cristina Fernández tampoco aparecieron. Por ironías de la vida, el primero de aquellos iba a ser presentado por el presidente Macri el martes pasado, pero el evento tuvo que suspenderse por razones meteorológicas. Para completar el cuadro de la desidia, el avión de entrenamiento UNASUR, también anunciado con bombos y platillos con mandatarios del hoy maltrecho eje bolivariano, sólo existe en forma de maqueta, y no se sabe si alguna vez podrá levantar vuelo.
Fadea es el símbolo de un Estado narcotizado por eslóganes y lugares comunes, y sin ningún logro efectivo que mostrar. A la nueva administración le toca lidiar con este peludo de regalo, sin aviones y sin sueños. Porque, aun concediendo que los Pampas serie III sean finalmente producidos y todos puedan surcar como corresponde los cielos argentinos, no hay planes de largo plazo para la fábrica, al menos que se hayan hecho públicos. Puede que la remotorización de los Pucará sea un proyecto atractivo debido al rol que tiene esta máquina contra el narcotráfico, pero dista de ser una iniciativa innovadora. Hasta la colaboración con EMBRAER para la producción de parte del KC390 parece estar en entredicho debido a las crecientes dificultades del gobierno de Dilma Rousseff.
Ojalá que el señor Felippa se sienta tan cómodo entre perfiles alares, turborreactores Honeywell o fenómenos de aeroelasticidad como entre la leche, el yogurt y sus derivados. Ojalá que encuentre pronto algún trabajo para darle a la gente que le sobra sin que tal generosidad les cueste más dinero a los contribuyentes. Pero, fundamentalmente, ojalá que la Casa Rosada acierte a establecer una política de defensa coherente que, a despecho de los escasísimos recursos heredados, pueda utilizarlos racionalmente, incluyendo en sus previsiones a la fábrica cordobesa. Aquí no hay ni huevo ni gallina: sin este prerrequisito, Fadea no podrá hacer gran cosa. Y menos aún si su cliente principal continúa siendo, como lo fue desde su creación, el propio Estado nacional.