Escribe Juan Luis Gallardo
La Nueva, 22/06/2016
Michael Burt es un escritor inglés, nacido en 1900,
seguidor de Chesterton y autor, entre otras cosas, de una saga memorable
conformada por tres novelas: El caso de la joven alocada, El caso de las
trompetas celestiales y El caso del jesuita risueño. Todas ellas publicadas en
la colección El Séptimo Círculo de Emecé, que dirigieran Jorge Luis Borges y
Adolfo Bioy Casares.
¿A qué género pertenecen estas novelas? Se supone que
al policial pero, en rigor, aunque encajen en dicho género, también se las
puede considerar teológicas, metafísicas. Cosa que no debe sorprender ya que
Burt era un experto en demonología y ciencias ocultas, disciplinas que dominaba
dentro de la más estricta ortodoxia católica.
Del terceto de novelas citadas diría que se destaca El
caso de las trompetas celestiales, que he tenido el placer de releer en estos
días. Es una historia de brujas que, lejos de los relatos infantiles, ha sido
abordada con total seriedad intelectual, resultando a la vez estremecedora.
No pretendo, desde luego, reseñar para mis lectores el
argumento del libro, pues me reduciré a informarle que se trata de una aparente
intriga policial que deriva en una aventura de carácter sobrenatural,
ambientada en las mesetas de Sussex.
Pero a lo que voy es a informar que, dentro de esa
aventura, juega un papel fundamental cierto personaje, cuya naturaleza no llega
a quedar absolutamente en claro, aunque se advierta que cuenta con oscuros
poderes cuyo origen se sitúa en el más allá. Ese personaje se apellida
Drinkwater. Que podría traducirse llanamente como Bebeagua.
También nos hace saber el autor que Drinkwater no es
un sujeto único en su género pues, al referirse a casos más o menos análogos al
sucedido en Sussex, señala que en uno ocurrido en Francia participó un señor
Boileau y en otro, ocurrido en Italia, un señor Bevilacqua. Apelativos todos
cuya traducción equivale a Drinkwater.
En mi nota publicada el mes pasado expresé que,
durante los últimos meses de 1954 y primeros de 1955, Perón se hallaba en un
conflicto con la Iglesia que hubiera resultado impensable años antes.
Impensable porque, hasta entonces, las relaciones entre el gobierno peronista y
la jerarquía eclesiástica habían sido apacibles y hasta cordiales, armonizando
la doctrina justicialista con la doctrina social de la Iglesia.
Pero, durante el período mencionado, tales relaciones
se rompieron, entre otras razones debido a la presencia en el gobierno de
varias figuras que eran sumamente adversas al catolicismo.
Una de esas figuras fue el ministro de Acción Social y
Salud Pública que, designado el 27 de julio de 1954, estuvo en funciones hasta
el 21 de septiembre de 1955. Y contribuyó de manera importante a agravar el
conflicto con la Iglesia cuando, el 31 de diciembre de 1954, impulsó la
reapertura de prostíbulos en el país. Dicho ministro había nacido en Junín, en
1912, y se llamaba Raúl Conrado Bevacqua, sinónimo de Bevilacqua.
Sobrevenida la revolución del 16 de junio, Perón
ofreció una tregua a la oposición, que no tuvo mayor eco. Y, el 31 de agosto de
aquel año, se despachó con un discurso tremendo, en el cual invitó a que sus
seguidores se proveyeran de alambre de fardo para ahorcar adversarios,
agregando que por cada uno de aquéllos que cayera deberían caer cinco de éstos.
Contaba alguien que, cuando Perón se dirigía al balcón
para pronunciar ese discurso, se le acercó Bevacqua diciéndole que tomara un
calmante, pues se lo veía muy agitado. Y, en vez de un calmante, le suministró
un excitante. Que contribuyó a aumentar la violencia del discurso..
No tiene nada de malo llamarse Bevacqua. Pero, en el
contexto apuntado y después de leer El caso de las trompetas celestiales, las
coincidencias señaladas aparecen al menos como sugestivas.