Por: Enrique García-Máiquez
| Fuente: Revista Misión http://revistamision.com
Recomendar la lectura de William Shakespeare parece
innecesario. El reconocimiento del que goza su obra habla por sí solo, y este
año, que se cumplen los 400 años de su muerte, más. Podríamos aprovechar la
sección para descubrir a otro autor con menor repercusión, sin embargo, hay una
lectura de Shakespeare que suele pasarse por alto y que es imprescindible para
disfrutarlo del todo. Se trata de Tomás Moro (Ediciones Rialp, 2013), una obra
que va de lo literario a lo biográfico, pasando por lo confesional, en donde el
dramaturgo muestra una gran devoción por el mártir inglés.
A Shakespeare lo han enfrentado consigo mismo, incluso
hasta el extremo de negarle la autoría de sus obras porque no fue a la
universidad, no era aristócrata o no estaba en el cogollito del poder –lo que
denota un esnobismo pasmoso–. Hay quienes lo consideran un nihilista, una
especie de Proteo que tomaba la ideología de cada uno de sus personajes o, como
mínimo, un dogmático del escepticismo. Luego, añaden que se salva por el
esplendor de su lenguaje, como si la forma equivaliese al fondo, o por su
profunda comprensión de lo humano (esto último al menos, es verdad). Pero esa
visión tan extendida del escritor olvida sus circunstancias y no lee entre
líneas, que es donde la literatura se la juega.
Shakespeare nace en 1564 en una Inglaterra, la isabelina,
sacudida por los conflictos religiosos. El cisma anglicano está todavía muy
reciente, y aún más el trágico reinado de María Tudor, durante el cual estuvo a
punto de restaurarse el catolicismo. Mientras escribe su obra, los católicos
están siendo cruelmente perseguidos y ajusticiados, y tienen que vivir su fe a
escondidas. Son tiempos de mártires, de heroicos recusantes y de
criptocatólicos.
Las evidencias históricas que apuntan a que
Shakespeare pertenecía a ese colectivo perseguido son abrumadoras. Joseph
Pearce ha repasado los estudios y los testimonios y los ha sistematizado en un
libro que se lee con el mismo suspense de una novela policíaca: Shakespeare.
Una investigación (Palabra, 2008). Lo deslumbrante, desde un punto de vista
literario, radica en que el conocimiento del contexto histórico e ideológico en
que se escribieron las obras del inmortal escritor inglés arroja una luz muy
clara sobre ellas, logrando lo que parecía imposible: que ganen mayor
profundidad y excelencia. A la vez, su admirable comprensión de lo humano sigue
siendo la misma.
Tomás Moro y Tomás Moro
El drama histórico de Tomás Moro, en cuyo original se
hallan los manuscritos más extensos de Shakespeare, fue una obra colectiva en
la que nuestro autor tuvo, tal vez, el papel inspirador. En todo caso, su
aportación fue tan sustancial que Tomás Moro se cuenta entre las obras del
canon shakesperiano. En español, fue publicada en 2012 por Ediciones Rialp.
Sin que pueda igualarse a los títulos cumbre de su
producción, su importancia radica en que ofrece otro indicio poderoso de la fe
de Shakespeare, lo que permite hacer una lectura más comprensiva, coherente y
excitante de su obra completa. Shakespeare escogió a un significativo mártir
como protagonista del drama e introdujo tantos alegatos y guiños procatólicos
que la convirtió en un elegante y divertido auto sacramental. Como era de
esperar, la censura no permitió su publicación. Esto nos ayuda a entender
fácilmente que, en las obras que sí sobrevivieron a la censura, fuese más sutil
y sigiloso, aunque siempre dejó las suficientes pistas para los perspicaces.
En esta obra, resulta admirable la viveza del retrato
de Moro, aunque quizá no es tan extraño si pensamos que Shakespeare debió de
sentirse muy interpelado por el autor de Utopía (Ediciones Rialp, 2013), quien
se caracterizaba por su afán de sortear el cadalso, sin renunciar a su fe, su
amor a las letras y el teatro, su sentido del humor y, sobre todo, su doble
condición de “buen servidor del Rey, pero de Dios antes”.