Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás
Moro", 6-10-16
Alberto Caturelli: un legado y una despedida
Dra. Andrea Greco de Álvarez
Ha fallecido Don Alberto Caturelli. Un honor para esta
Patria haber tenido entre sus hijos a este eminente filósofo pero más
encumbrado cristiano. María Virginia Gristelli ha publicado un homenaje al cual
adherimos con sinceridad, como también recomendamos el in memoriam del P.
Iraburu.
Sólo quisiéramos traer aquí el recuerdo, si cabe
agregar algo a lo dicho acerca de su luminosa existencia en este mundo, de su
certísima percepción de los males y peligros que actualmente acosan al
cristiano y a la Iglesia.
Alberto Caturelli en la conclusión de su libro La
Iglesia Católica y las catacumbas hoy expresa:
“¿Por qué escribí este libro?… he vuelto a repasar la
doctrina de la tradición de siempre sobre el sacerdocio común de los laicos (…)
han de dar testimonio de Él en todo lugar y circunstancia (Lumen gentium, II,
10) (…) En la situación actual del mundo su misión [la del laico] se vuelve
dolorosísima: el mundo odia al laico católico quien sufre un asedio casi
insoportable desde fuera y desde dentro de la Iglesia militante. Por eso he ido
escribiendo este libro como testimonio de esa experiencia. Desde el mundo
acontece lo que siempre es de esperar: las puertas se cierran, el acoso
constante en la Universidad, en el trabajo y en la vida social; las
dificultades que provienen de mis propias debilidades y pecados; desde dentro,
el progresismo ‘teológico’ infiltrado en la Iglesia, el mutismo hostil, los
celos, la persecución silenciosa, el abatimiento y la confusión de ovejas en
soledad… el sufrimiento callado”[1].
Creo que esto que escribía Caturelli es lo que más de
un cristiano percibe cuando pretende ser fiel a la Iglesia de Cristo, sin
menguas ni concesiones. Está claro que, como dice don Alberto, hubiera sido
para él, como lo sería para nosotros, más sencillo, tranquilo y “falsamente
prudente” dedicarse y dedicarnos a nuestros problemas cotidianos y
despreocuparnos de los problemas de la Iglesia. Seguramente eso hubiera
disminuido para él, y para nosotros, el asedio que vivimos desde el mundo y
desde dentro. Pero, como nos fue enseñado:
En esta vida emprestada
el buen vivir es la clave;
aquél que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada.
… Y por eso en esta vida en que vamos de paso no
estamos para el descanso y la vida tranquila sino para dar la lucha que nos
allane el camino hacia el cielo y Alberto Caturelli fue un ejemplo de laico
comprometido con la vida eclesial.
Hay un mal de nuestro tiempo que Caturelli ha señalado
con enorme claridad y lucidez: el iscariotismo. Se trata de un duro texto que
sirve para mostrar los peligros que se ciernen sobre una Iglesia que no quiere
confrontar con el mundo, que prefiere castigar con severidad puertas adentro
para mostrar toda su blandura puertas afuera:
“Como un gas impalpable que
penetra en la Iglesia por alguna grieta (como denunciaba Pablo VI) el
iscariotismo no quiere “confrontaciones” ni recios testimonios (sí, sí; no, no)
sino compromisos equívocos, “ponderados” y “prudentes”… que le permitan seguir
viviendo “en paz” con el mundo.
No le preocupa “traer las ovejas perdidas a la Casa
del Padre” (que podría costarle hasta el no deseado martirio) sino trasquilar
sus ovejas, hacer de ellas obsecuentes cortesanos y desempeñar hasta el fin su
papel de mercenario entregado al mundo. El pastor se alía con el Lobo. El
iscariotismo acentúa la “enfermedad” radical del hombre, bajo el pretexto de
ofrecerle una “mejor calidad de vida” terrena, le lleva a la muerte segunda y a
padecer la lepra mortal de la opulencia.
El Iscariote ha sustituido el compromiso con Cristo
por la “ética del discurso” (como dicen ciertos “filósofos” actuales) que se
funda en el “consenso”… Los iscariotes de la Iglesia y el mundo no se atreven a
oponerse a “las mayorías”[2].
Quiera Dios que a ejemplo de Don Alberto Caturelli,
que ha llegado al fin del Camino, seamos fieles testigos de la fe,
perseverantes en nuestro compromiso de laicos cristianos, seguros y claros,
capaces de recios testimonios, nunca mercenarios, despreocupados de los
consensos terrenales porque sólo nos importa el “consenso” de los santos, de
los héroes, de los coros angélicos, de aquellos que nos han precedido en esta
tierra y se encuentran ya frente al Rey de Reyes.
¡Dale Señor el descanso eterno y brille para él la luz
que no tiene fin! ¡Que el alma de Don Alberto y de los fieles difuntos, por la
Misericordia de Dios, descansen en paz!
Dra. Andrea Greco de Álvarez
[1] Caturelli, Alberto, La Iglesia Católica y las
catacumbas de hoy, Buenos Aires: Gladius, 2006, p. 331.
[2] Ibíd, p. 327.
Que no te la cuenten (octubre 6 de 2016)