Mauricio Ortín
Informador Público, 23-10-16
En cualquier país medianamente decente un héroe de
guerra es un Héroe de Guerra. Alguien que no es del montón y al que se le debe
gratitud, respeto y admiración. En los casos de los que no están porque dieron
su vida por su sociedad, más todavía. A veces sí y a veces no, los pueblos se
merecen esos hombres excepcionales. La divinidad o el azar, según se mire,
tienen sus antojos y no vacilan en despachar pan a quienes de dientes carecen.
Y no exagero ni un ápice si afirmo que con nuestro país se les está yendo la
mano.
Pues, es evidente que a nuestro pueblo ni le va ni le viene que se destruyan monumentos
como el de Cristóbal Colón o el del Combate de Manchalá o se denominen calles,
plazas y centros culturales con apellidos de corruptos, subversivos o
pelafustanes.
En los días que pasaron, en el Colegio Militar de la Nación se
rindió homenaje al capitán Héctor Cáceres Cáceres, al capitán Carlos María
Casagrande y al teniente coronel Emilio Guillermo Nani. Los dos primeros,
muertos en combate contra el ERP en Tucumán y el tercero, herido en combate y
condecorado por su valor en Malvinas y en el ataque a La Tablada.
Según los trascendidos recogidos por la prensa, el
Ministerio de Defensa ordenó no se coloque la placa conmemoratoria en razón de
que la referencia que alude a la "guerrilla marxista” (ERP) podría ser
consideraba como "una frase política”. Ahora bien, pregunto, ¿Puede así
como así un ministro agraviar a héroes de guerra impidiendo se los honre con
una placa? ¿Cuáles y cuantos son los servicios a la patria prestados por el
ministro Julio Martínez que lo autorizan moralmente a pisotear la dignidad de
los que expusieron su propio cuerpo?
Me late que, en
el mejor de los casos, no tiene ni la más peregrina idea de quién fue y cómo y
porqué murió el capitán Héctor Cáceres. Eso sí, cuando recordó a guerrilleros
se quebró y lloró. Tampoco se escuchó todavía la voz de un solo diputado,
senador o gobernador que haya propuesto desagraviar a los ofendidos. Mejor
esperar sentados. Los invade el miedo gélido a que Bonafini o Carlotto los
acusen de “políticamente incorrectos” y el gurú Durán Barba los mande a rendir
a marzo. Todos ellos, apilados uno sobre otro, no alcanzarían ni para producir
un gramo de los que ningunean a los recordados en la placa. “Jugo de tomate
frio” corre por esas venas.