Por Prudencio Bustos Argañarás*
La Voz del Interior, 11/11/2016
Las palabras del senador Miguel Ángel Pichetto acerca de los inmigrantes bolivianos, peruanos y paraguayos, a los que ha calificado de resaca, provocaron fundadas reacciones y acusaciones de discriminación. Entre ellas se cuenta la nota aparecida en este diario el pasado domingo, con la firma de Alejandro Mareco.
En ella, el periodista afirma que todos los argentinos somos “hijos de la resaca” y, mediante el recurso de formular preguntas a la espera de respuestas negativas, ridiculiza a los acompañantes de Cristóbal Colón por no ser “orgullosos marineros que renunciaron a sus respetables puestos en la sociedad, tentados de ser parte de una página de la historia”.
Otro tanto hace con nuestros padres fundadores, subrayando que no fueron “prohombres de gran educación y relieve social que eligieron dejar sus privilegios para venir a sudar incertidumbre en los trópicos y en el último sur”.
No sé con certeza cómo estaba compuesta la tripulación que acompañó a Colón en su gloriosa gesta, pero creo que poco importa a la hora de analizar la procedencia de quienes 80 años más tarde fundaron nuestra ciudad.
Por otra parte, no sé de ninguna familia argentina que lleve la sangre de aquellos pioneros del descubrimiento, pero conozco bien a los integrantes de la hueste que trajo Cabrera en 1573, cuya sangre corre sí por nuestras venas.
Poco importa su “relieve social” a la hora de reconocer sus méritos, a excepción de que una trasnochada concepción clasista considere “resaca” a quienes no tuvieran probada su nobleza.
Iguales
Por fortuna, vivimos bajo un régimen republicano en el que todos somos iguales ante la ley y valemos por lo que somos y hacemos, y no por lo que fueron e hicieron nuestros antepasados.
Pero por si alguien quisiera insistir en ello, será bueno recordarle que los españoles que fundaron y poblaron nuestras ciudades eran una muestra a escala de la sociedad de la que provenían.
A la par de nobles hidalgos –como don Lorenzo Suárez de Figueroa, nieto del conde de Feria, o el propio don Jerónimo Luis de Cabrera, por cuyas venas corría también sangre de reyes, o don Fernando de Toledo Pimentel, bisnieto del primer duque de Alba y primo de Felipe II–, venían otros de condición humilde, trayendo el invalorable capital de su hombría de bien y su honradez, por lo que calificarlos de resaca resulta inadmisible.
Y si de su formación cultural hablamos, entre los ciento y tantos hombres que dieron vida a Córdoba no se ha encontrado uno solo que no pudiera cuanto menos estampar su firma, en tiempos en que en las principales ciudades europeas el índice de analfabetismo superaba el 70 por ciento.
Por ello, no extraña que a los 50 años de vida, cuando era aún una aldea situada en el confín del mundo conocido, tuviera una universidad real y pontificia donde se graduaban doctores, licenciados y maestros, galardón que no sé si puede exhibir otra ciudad en el mundo.
Los argentinos somos el producto de la mezcla de esos hombres y los pueblos originarios, a los que se sumarían después los esclavos africanos, cuya sangre corre por las venas de muchos de nuestros compatriotas. Y, varios siglos más tarde, la de los inmigrantes, que quizá no serían “profesionales formados en centenarias universidades” ni “obreros altamente calificados de la era industrial”, como despectivamente se pregunta el periodista, pero trajeron ese espíritu de trabajo y esa perseverancia que tanto contribuyeron a engrandecer nuestra patria, lo que por sí solo los exime de ser considerados resaca.
Esa es la raza criolla de la que hablaba el presidente Hipólito Yrigoyen cuando en 1917 impuso la conmemoración del 12 de octubre como fiesta nacional.
La palabra raza ha adquirido connotaciones peyorativas luego de los horrores del nazismo, y por ello resulta más apropiado hablar de encuentro de culturas. Pero cualquiera sea el nombre que le demos, debemos sentirnos orgullosos de formar parte de esa casta de hombres y mujeres nacida de ese portentoso mestizaje, que alguna vez fueron capaces de hacer de la Argentina uno de los países más importantes del mundo.
Yo también condeno por insultantes las palabras de Pichetto al llamar a nuestros vecinos “resaca”, pero contradecirlo calificando con el mismo epíteto degradante a nuestros antepasados, además de falso, resulta tan discriminatorio y agraviante como aquello.
* Escritor, historiador