Jorge Lanata
Lo que está en juego en las discusiones por los feriados y, ahora, con
las declaraciones de Gómez Centurión, es la idea de superioridad moral: un
sector de la Argentina sigue creyéndose con la autoridad de imponer al
resto las condiciones bajo las que debemos pensar la Historia y el
presente.
La expresión mas básica de ese razonamiento fue dada por Estela de
Carlotto en una entrevista a Radio 10: ”Macri no quiere la historia que
nos tocó vivir porque a él no le tocó vivirla. El fue secuestrado, pero parece
que fue un secuestro bastante especial”.
Para Carlotto, entonces, hay secuestros que valen doble y la vara para
contar su peso es sólo una y obligatoria.
No es distinto a la idea de “juventud maravillosa” difundida
por el credo kirchnerista: quienes murieron fueron los mejores.
Es mentira; hubo mejores y peores, miserables y generosos, como sucede
con los grupos de personas. Y si no hubieran sido los mejores, ¿no importaban?
La coherencia del pensamiento de Carlotto es la de un colador: justifica
a los Kirchner afirmando “tienen mucha plata. Pero eso no es robar”,
y condena a los Macri por tener dinero.
No me gusta la extorsión; no me siento culpable por la dictadura (es
más, en esos años dejé el periodismo y fui mozo de bar); hice todo lo posible
por ayudar a los organismos de derechos humanos y me manifesté siempre en
contra de cualquier amnistía y a favor de los juicios.
No comparto la opinión de Gómez Centurión, pero me siento obligado a
defender su derecho a decirla. Duele leer: “No es lo mismo ocho mil
verdades que veintidós mil mentiras”, porque se advierte que fueron los
propios organismos, al mantener una consigna no comprobable, quienes crearon la
mitad de la oración.
Me da tristeza que pueda decirlo, no que lo diga. Desde la trinchera de
la superioridad moral surgieron de inmediato pedidos de renuncia. Por una
opinión. Hace pocos días prohibieron en Venezuela hablar mal de Chavez; ¿es tan
distinto?
Cristina salió a acusar a Macri y volvió a mentir: habló de condenas por
genocidio en todos los casos. La figura de genocidio fue utilizada por única
vez en el Tribunal Federal número 1 de La Plata por el ahora desplazado juez
Rozanski.
La solvencia jurídica de Rozanski parece similar a la conducta laboral:
sufrió decenas de denuncias por acoso, violencia simbólica y violación de
derechos laborales de sus empleados.
En 2011, en el juicio por los delitos cometidos en la ESMA, en el
Tribunal Oral número 5 se debatió el criterio, calificándolo como “crímenes de
lesa humanidad”.
El Equipo Nizkor sostiene un criterio similar. El genocidio es un delito
internacional que comprende “cualquiera de los actos perpetrados con la
intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico racial o
religioso como tal”.
El enfrentamiento en Ruanda entre los tutsis y los hutus, con mas de un
millón de victimas, la guerra civil de Guatemala en los sesenta con más de
doscientos mil desaparecidos y un millón y medio de desplazados, el conflicto
de Darfur en 2003 que provoco 300 mil muertos y millones de desplazados, el
Holocausto armenio, con dos millones de muertos a manos de los turcos, o el
genocidio de Camboya obra del régimen maoísta del Khmer Rouge, que devastó a un
cuarto de la población en tres años y ocho meses.
Esta discusión, con posiciones enfrentadas, será jurídica o política, o
de derecho internacional. Pero sólo será si se expresa.
Quienes se suponen dueños de la superioridad moral no son quiénes para
prohibirla y mucho menos para condenar a quienes se expresen. Por otro lado,
los dueños de la moral ajena harían bien en, aunque sea una vez, mirarse a sí
mismos: ¿responderán ante la sociedad por el robo en los planes de viviendas?
¿Y por sus hijos favorecidos en la política? ¿Le darán la libertad a los chicos
recuperados de llevar el apellido que ellos quieran? ¿Estarán dispuestos a
escuchar?
Porque el resto de la sociedad esta dispuesto a hablar y tiene derecho a
hacerlo. Hace unos días, Diosdado Cabello, el número dos de Venezuela, ordenó
exponer en todas las oficinas públicas un afiche con la inscripción: “Aquí
no se habla mal de Chávez ni del gobierno”. Carlotto y Cristina deben
estar encantadas.