Nelson MEDINA, dominico
Catolicos-on-line, 24-4-17
El despliegue publicitario de una prestigiosa
institución bancaria, que presenta a dos hombres abrazados como modelo de
“nuevas familias,” es una muestra representativa de las fases de implantación
de la ideología de género en Colombia.
Aquellos que por intereses económicos o de otro orden
quieren cambiar la escala de valores de todo un país o región se enfrentan con
una pregunta difícil: ¿Qué hacer para que la gente acepte lo que antes no
aceptaba, y por consiguiente empiece a distanciarse y finalmente rechace lo que
antes aceptaba?
Esa pregunta ha encontrado respuesta en un conjunto de
disciplinas que suelen agruparse bajo el término “reingeniería social.” La
expresión alude al rediseño y cambio en la construcción interna de la sociedad,
sobre la base de la psicología, el marketing, y la economía.
Cuatro fases son típicas de un proceso de reingeniería
social: la fase emotiva, la fase de normalización, la fase de
institucionalización y la fase de penalización, también conocida como fase
tiránica.
Fase emotiva
Es la fase de entrada, y por lo tanto, de ella depende
el éxito de todo lo demás. Lo fundamental en esta fase es la manipulación de
los sentimientos, particularmente tres: la compasión, la simpatía y la ira.
La compasión se despierta presentando casos extremos y
absolutamente marginales pero que tienen gran impacto en los medios de
comunicación y en el corazón de la gente. Si se quiere, por ejemplo, que la
opinión pública se incline a favor de despenalizar el aborto, se presentarán
casos de violación brutal, que desembocan en la pregunta dramática: ¿Está
condenada esta mujer a seguir adelante con ese embarazo? Por supuesto, nada se
mencionará de los derechos del no-nacido. Lo importante es que se vea cómo
quedó maltratada y traumatizada la mujer. Toda la atención debe quedar en ella
y su rostro golpeado.
La simpatía se despierta convirtiendo los
comportamientos que son rechazados en gestos graciosos o episodios chistosos.
Si se quiere por ejemplo que la gente empiece a mirar de otro modo a los
homosexuales, se multiplicarán las series de televisión o novelas en que el
personaje cómico, el que siempre tiene los diálogos más inteligentes y
chistosos, es el amanerado, el transexual.
La ira se despierta presentando casos de la historia o
de las noticias recientes en que claramente se han cometido crueles
brutalidades contra la población que ahora se quiere exaltar y convertir en
modelo social. Por ejemplo, un par de chicas lesbianas que fueron apedreadas en
Pakistán. O un travesti que fue dejado en coma por una paliza en el metro de
New York. Por supuesto que son noticias reales pero sobre todo: son noticias
adecuadamente seleccionadas para producir un efecto de indignación que logra
recubrir con un manto de sospecha o de asco a la escala de valores tradicional
pues bien parece que es la responsable de todos esos abusos inhumanos.
Después de unos meses, o incluso años, de disparar
mensajes en fase emotiva, llega el tiempo de ir introduciendo la siguiente
fase.
Fase de normalización
Una vez que se ha ablandado a la gente y se la ha
llevado a un terreno de duda sobre lo que han sido sus convicciones “de
siempre,” la fase de normalización intenta que los nuevos comportamientos sean
integrados sin fisuras en el tejido social: requisito indispensable para que
más y más personas se planteen si quieren subirse a ese tren de novedad y
aparente libertad.
Si la fase emotiva apela sobre todo a los
sentimientos, la normalización hace uso intenso de paradigmas, de tres maneras
por lo menos: celebridades, autoridades y publicidad masiva.
Las llamadas celebridades son fundamentales en este
proceso. Son las “Madonnas” besando en la boca a otras mujeres; son las
actrices rutilantes que se declaran bisexuales en una entrevista que de
inmediato recibe primeras planas y es calificada de “polémica;” son los
cantantes que sólo abrazan y besan a otros hombres o a sus mascotas. La
población púber y adolescente es extraordinariamente sensible al impacto de
estos ejemplos porque a su edad lo que más buscan es modelos a seguir.
Las autoridades son aquellos científicos–o a veces
simples cientificistas–que presentan argumentos deleznables pero con ropaje de
seriedad. Una gran cadena de televisión, famosa por su seriedad científica,
presenta un documental sobre el homosexualismo en los pingüinos. Por supuesto,
ningún comportamiento animal demuestra nada sobre el comportamiento humano,
porque si nos presentasen cómo los primates roban alimentos, ¿convertiría eso
en bueno el acto de robar? Pero el común de la gente tiene poco tiempo y ganas
de pensar y si les habla alguien con bata blanca que lleva 18 años estudiando
pingüinos homosexuales, todos quedan convencidos de que hay una “base
científica” para aprobar los nuevos comportamientos.
Otra aspecto de estas “autoridades” está en los
políticos, que, oportunistas como siempre, ven en el surgimiento de una fuerza
de opinión la posibilidad de alcanzar una fuerza electoral. Sus discursos
utilizarán ampliamente las palabras que luego todos reproducen en las redes sociales:
libertad, tolerancia, convivencia, transparencia, inclusión, y muchas más.
Finalmente hace su entrada la publicidad masiva, que
es lo que ha hecho ese banco en Colombia: llenar decenas o centenares de
paraderos de bus con la imagen de los hombres abrazados, que son modelo de
“nueva familia.” El silencio de las autoridades civiles y la fuerza de la
cotidianidad hacen su obra y pronto todos en la sociedad se disponen a ver como
normal lo que ya salió en la televisión, en el cine y hasta “a veinte metros de
mi casa.”
Fase de institucionalización
Asegurada la normalización, está asegurado también que
la gente aguantará los cambios institucionales que se le impongan. La parte
clave aquí está en tres cosas: las leyes llamadas anti-discriminación, la educación
y la administración parcializada de la justicia.
Se supone que la intención de las leyes
anti-discriminación es buena: corregir excesos históricos y asegurar espacios
de participación ciudadana para todos. Ya que, a estas alturas, el común de la
gente ha aceptado como normales muchas cosas, por lo mismo ha perdido capacidad
de discernimiento y de reacción; su cerebro está confundido por la información
que le han inyectado a presión y aturdido por el coctel de sensaciones con que
le han manipulado.
La realidad es que el propósito de esas leyes es
impedir cualquier asomo de objeción de conciencia. Las cosas parecen tranquilas
pero, bajo la superficie, los grilletes están listos a dispararse contra los
que pretendan oponerse. Es cosa de tiempo para que, por ejemplo, un seminario
no pueda rechazar a un seminarista abiertamente homosexual. Ninguna institución
podrá declararse por encima de la ley y la ley dice que ahora no sólo deberías
sino que estás obligado a aceptar lo que nosotros–el gobierno central–te mande.
O prepárate para pagar pesadas multas, o cárcel.
Luego está el tema de la educación. Puesto que ya
todos han sido puestos de acuerdo en que es normal el aborto, hay que enseñar a
las niñas que pueden abortar y que nadie, ni siquiera sus papás, están en el
derecho de saberlo ni menos de pedirles cuentas. Puesto que estamos todos de
acuerdo en que es normal el homosexualismo, las clases de educación sexual,
desde la más temprana infancia, deben bombardear con imágenes e instructivos
homosexuales a los pequeños. Y si algunos papás o mamás se oponen, ¿para qué
están las leyes?
A estas alturas una parte de la población se levanta y
protesta. No todos los papás están felices con que una carga de pesada
pornografía sirva de iniciación sexual a sus hijos. No todas las mamás están a
gusto con que sus hijas aborten a placer. Pero es aquí donde entra el el tercer
factor de la institucionalización: se llama administración parcializada,
descaradamente parcializada, de la justicia. Si dices algo contra una bandera
gay eres un delincuente que amenaza la estabilidad de la sociedad. Si en cambio
maldices a la eucaristía, eres tan solo un artista, que esta haciendo sano uso
de su libertad de expresión. Y el marco legal, tan tranquilo.
Fase de penalización o fase tiránica
En países como España ya esta fase llegó. En Colombia
y otros países, está muy próxima.
El propósito de esta fase es estrangular todo intento
de disenso, haciendo uso de tres recursos principales: el señalamiento público,
la aplicación de normas draconianas contra los disensores, y finalmente la
fuerza bruta.
El señalamiento público es lo que hemos vivido quienes
nos hemos atrevido a decir algo contra la publicidad de normalización de aquel
banco colombiano. Se trata en esencia de una catarata de insultos y maldiciones
que tiene por objeto que uno se asuste y corra a su refugio, con el propósito
firme de no volver a hablar sobre temas tan “complejos.” Y no es que sean temas
complejos; es que son temas en los que nos están prohibiendo opinar. La atmósfera
de miedo produce frutos inmediatos: pocos se atreven a gastar tanto tiempo, en
redes sociales, por ejemplo, sólo para que los maldigan y ataquen. Muchos de
esos ataques, huelga decirlo, son completamente ajenos al tema y completamente
ad hominem: por ejemplo, en mi caso, puesto que soy sacerdote católico, sigue
habiendo mucha gente que cree que con escupir la expresión “curas pedófilos” ya
uno se va a quedar callado.
La clave central del señalamiento público es denunciar
como odio todo lo que no se amolde al pensamiento único que nos quieren
imponer.
Pronto se pasa a otras acciones, como las que lleva un
tiempo sufriendo el Colegio Juan Pablo II en Alorcón, España. Se trata de una
maniobra repugnante que quiere caer sobre este colegio con un castigo ejemplar
que neutralice toda su capacidad de operación. Es pura tiranía pero el común de
la gente no lo siente así.
Ya se sabe lo que viene después, y muy pronto: fuerza
bruta. Agresiones, primero contra las cosas, luego contra las personas. Las
pintadas ya se ven aquí y allá, siempre con el estilo de la Guerra Civil
española: “la única iglesia que ilumina es la que arde.”
Si a usted le parece que esto tiene semejanzas con el
comunismo de Stalin o con el nacionalsocialismo de Hitler: felicitaciones. Ha
acertado. Aunque en esta nueva versión de la persecución hay algo que a toda
costa tratan de evitar los tiranos, los cuales algo han aprendido de la
Historia: intentan que no haya mártires. Intentan que los que sean castigados
parezcan castigados según la ley y por su sola culpa y obstinación.
Duros tiempos nos han tocado. Quizás aquellos que
Cristo anunció al final de su Evangelio: días que, si no se acortaran, no
quedaría fe en la tierra (Lucas 18,8).
Y sin embargo, no tenemos miedo: nuestros valientes
hermanos cristianos de Aleppo, Mosul, Bagdad, Nigeria, Egipto, nos alientan. Y
nada impedirá nuestro grito enamorado: ¡VIVA CRISTO REY!