¿futuro sin trabajo o trabajo
del futuro?
Silvia Stang
LA NACION, Economía, 16 DE ABRIL DE 2017
Desde la mesa de un café de su ciudad, un joven bosnio
-bien podría haber sido un joven de cualquier otra nacionalidad- logró que su
preocupación llegara a la sala donde funcionarios, empresarios, sindicalistas y
académicos de varios puntos del planeta mantenían un debate. En la casa madre
de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en esta ciudad suiza
señalada por Jorge Luis Borges como "la más propicia a la felicidad",
se desarrollaba un simposio sobre el futuro del trabajo. El joven comentó que
le parecía muy bien la reunión que seguía a distancia, pero que también quería
saber si podría salir ahora de su situación de desempleo.
Detrás de la anécdota se esconden varias realidades.
Una es que si el mensaje llegó al instante a las pantallas del auditorio fue
gracias a la innovación de un sitio que facilita esa interacción: apenas una
muestra de los avances tecnológicos que simplifican la vida, pero que, a la
vez, representan para no pocas personas la posibilidad de que las tareas que
hacen sean de esfuerzo físico o mental, empiecen a ser realizadas por un robot.
El mensaje incluye, además, una pincelada de la situación actual del mercado de
trabajo, de difícil acceso y con rasgos de debilidad para muchos y en gran
parte del mundo. Y una tercera lectura del mensaje es la invitación a pensar
cómo los análisis y debates sobre estos temas se enlazan con la vida cotidiana.
El lema de este "diálogo global" al que
convocó la OIT incluyó un propósito, remarcado una y otra vez por el director
general del organismo, Guy Ryder. La premisa es que los gobiernos y los
referentes sociales pueden (y deben) actuar sobre lo que viene, en lugar de
esperar pasivamente hasta ver que un determinado porcentaje de puestos de
trabajo se haya perdido por la tecnificación. Por eso, el llamado fue a hablar
del "futuro del trabajo que queremos".
Entre las ideas en danza se habló aquí de disponer un impuesto
que haga más onerosa la automatización de tareas que la contratación de
personas, de reducir la jornada laboral y hasta de practicar una
"acupuntura regulatoria" -tal como definió uno de los disertantes a
la revisión de las normativas- para evitar que las nuevas formas de trabajo
lleven a una mayor informalidad y, en definitiva, a una más grave desigualdad
social.
El trabajo del futuro es un tema que la OIT (integrada
por gobiernos, empleadores y sindicalistas) incluyó entre los que, con vistas a
su centenario en 2019, serán especialmente analizados con la meta de elaborar
un informe y recomendaciones. La institución nacida tras el fin de la Primera
Guerra Mundial se enfrenta hoy a un escenario global diverso, marcado a grandes
rasgos por la robotización creciente, la desigualdad en los niveles de
bienestar entre países y entre personas, la precariedad de muchos empleos, el
cambio climático y el envejecimiento poblacional, que trae efectos positivos
pero que enciende luces de alerta, dadas las mayores necesidades fiscales y la
eventual prolongación de la vida laboral.
"La inteligencia artificial ha socavado la
premisa de que el trabajo cognitivo era exclusivo para humanos", señaló en
su disertación el economista británico Robert Skidelsky, quien diferenció así
el fenómeno actual de otras épocas en las que también se pensó que el progreso
de las máquinas afectaría al empleo. "Nos dicen ahora que el 47% de las
tareas podrían automatizarse", afirmó, en referencia a un informe hecho en
2013 por investigadores de la Universidad de Oxford, que se fijó un horizonte
de dos décadas y analizó más de 700 ocupaciones.
Biógrafo de John Maynard Keynes, Skidelsky recordó que
en 1930 su coterráneo vaticinó que 100 años después, la jornada laboral sería
de 15 horas semanales, por la caída de la carga de trabajo. Se acerca la fecha
y desde ya que aquel pronóstico parece muy errado, pero el académico de
nuestros tiempos sí cree que una reducción de la jornada laboral podría ser un
camino para lograr la inclusión de más personas o evitar su salida del mercado
de trabajo.
Skidelsky explicó que hubo en la historia un proceso
de disminución de las jornadas, que se detuvo hacia 1980. ¿Las razones? Hay
tres posibles, según analizó: la primera, que las personas no pueden encarar la
idea de tener demasiado tiempo no estructurado en sus vidas; la segunda, que
existe un concepto de "insaciabilidad" por el que se desean más y más
bienes, y entonces se buscan más ingresos, y la tercera, más realista al menos
para países no desarrollados como la Argentina, es que, en la práctica, no son
muchos quienes pueden elegir cuánto trabajar, porque esa variable está más bien
en poder de los empleadores (o de la necesidad de un ingreso suficiente, sobre
todo en el caso de cuentapropistas, que en nuestro país son en su mayoría
informales).
En la primera de esas tres posibles razones entra en
juego el sentido que se le da al trabajo, que no sólo estructura la vida
personal, sino que también otorga la posibilidad de autodefinirse con un rol en
la sociedad. Y hoy parece haber una creciente conciencia de ello. "Las
encuestas muestran que la mayoría de los jóvenes quiere un trabajo que se
acomode a sus ideas", sostuvo en un panel Clementine Moyart, integrante
del Foro Europeo de la Juventud, quien dijo haber pasado, a sus 30 años, por
seis experiencias laborales, algo que va en línea con un signo de estos
tiempos: el abandono del concepto de trayectorias lineales, para dar paso a una
mayor movilidad.
¿Hay que frenar la velocidad de los cambios para atenuar
el impacto personal y social? Para Skidelsky debería haber estrategias para
ralentizar el proceso y dar tiempo a las personas a adaptarse. Él es impulsor
de un impuesto a la robotización y de la creación de un fondo para capacitar
trabajadores.
"En mi opinión no es muy realista la idea del
impuesto; sí creo que debemos gestionar la manera en que la tecnología se está
introduciendo en el mundo del trabajo", sostuvo Ryder, desde la conducción
de la OIT.
Cuánto empleo podría perderse por esa intromisión es
algo sobre lo que no se arriesgaron estimaciones. Sí se mencionó que desde hace
décadas, la productividad crece más que el empleo y que, si bien las nuevas
tecnologías crean nuevas ocupaciones, el consenso indica que el saldo final
sería negativo. Un informe reciente de la OIT proyecta que en 2018 se sumarían
2,7 millones de desocupados a los 201 millones con los que terminaría 2017,
fruto de que el número de quienes buscan ocupación crecerá más que la cantidad
de puestos. El escrito señala también que las ocupaciones vulnerables
representan el 42% del total.
Contra la inequidad que revela el último porcentaje
citado, es cierto que el avance de las tecnologías puede hacer su aporte
positivo. Un caso concreto es el de la estrategia de algunos países de África
para la inclusión financiera, basada en el uso de celulares.
Otro curso de acción que aquí se debatió, vinculado a
enfrentar el riesgo de mayor desigualdad y vulnerabilidad social por la
robotización, es el pago de un ingreso universal básico por parte de los
Estados. El investigador de la Universidad de Witwatersrand
(Johannesburgo), Imraan Valodia, valoró cómo se abordaron esas medidas en
América latina. Varios países de la región, y no sólo la Argentina, dispusieron
pagos para la protección social a favor de quienes no tienen empleo, aunque
ahora se discute su efectividad en el mediano y largo plazo, por la forma en
que los planes se diseñaron.
Los defensores de una política de ingresos universales
admiten, por otra parte, que no es lo mismo pensarla para países desarrollados
que para países con alta informalidad y bajos salarios.
Según el debate que hubo en la OIT, a los desafíos ya
de vieja data como el que plantea la desigualdad, se agrega ahora el que
representan las "economías de plataforma" o colaborativas, como el
caso de Uber. ¿Existe o no una relación laboral? Y en tal caso, ¿cómo debería
regirse? El tema admitió aquí diferentes opiniones. "Nos dicen que alguien
que trabaja en un coche como conductor es autónomo, cuando en realidad está
empleado", señaló por caso Philip Jennings, secretario general de la Unión
Global de Sindicatos de Servicios, con sede en Suiza.
El rol de los sindicatos estuvo puesto sobre la mesa.
Según apuntó Marcel Van der Linden, investigador del Instituto Internacional de
Historia Social, la tendencia a una desintegración del "mundo del trabajo
habitual", va de la mano de la caída de la tasa de afiliación sindical.
"Un rol que funcionó bien para los sindicatos es el de la negociación
colectiva, pero eso no va para los informales; hay que pensar maneras más
creativas de organizar a los trabajadores", desafió.
"Lo importante es que se defiendan los intereses
del individuo, no los de las instituciones, porque seguirá habiendo trabajo,
pero no en la forma tradicional", afirmó Peter Woolford, directivo del
Consejo Empresario Canadiense, que mantuvo un contrapunto con Jennings.
En el nuevo escenario hay al menos dos fenómenos
sociales en los que se centran las expectativas de generación de puestos: el
cambio climático, que despertó interés por el cuidado del medio ambiente, y el
envejecimiento poblacional, que llevaría a generar empleos vinculados al
cuidado de adultos mayores. Sin embargo, se hicieron dos observaciones con
respecto a este punto: se advirtió que trabajar con personas mayores es algo
que requiere de una vocación muy definida y se puso en duda si habrá una
demanda significativa de esos trabajadores, ya que las familias necesitarán
ingresos para pagar los servicios. O, en todo caso, según alguien se preguntó,
habría que evaluar cómo se financiaría un eventual derecho de ancianos a
recibir asistencia.
Esa y otras cuestiones dependerán de las estrategias
de los Estados y los organismos transnacionales. Pero para muchos está claro
que ni la normativa de los países ni los convenios de la OIT por sí solos
cambian algo en la vida real, sino que ello ocurre si existen controles y un
compromiso político y social.
Confianza, representatividad y solidaridad son
conceptos que destacaron algunos oradores, con la mirada puesta más allá de la
cuestión legal. Uno de ellos fue el ex director del Instituto de
Investigaciones para el Desarrollo Social de Naciones Unidas, Thandika
Mkandawire, quien advirtió que crear instituciones no es suficiente. Y
sentenció: "Ni deberíamos preocuparnos por los robots si estuviéramos
basados en la solidaridad".
Números de una realidad compleja
Desocupación: 201 Millones
Son los desocupados en el mundo; este año se sumarían
3,4 millones, aunque la situación podría aliviarse
1,4 Millones: Desempleados en la población urbana
argentina (estimación basada en el informe del Indec del IV trim. 2016)
Empleo débil: Proporción de ocupados que está en
situación de vulnerabilidad en el mundo: unas 1400 millones de personas