La Nación, editorial,
30 DE ABRIL DE 2017
En el argot de la administración pública se le dice
raviol a cada uno de los rectángulos del organigrama que muestra gráficamente
la estructura del gobierno, o de un ministerio u organismo. Son ravioles las
secretarías, las subsecretarías, las direcciones, etc. Toda vez que hay una
reorganización, la atención de los funcionarios y empleados se concentra en ver
si subsiste el raviol al que cada uno pertenece. Si no es así, tendrá que
actuar rápidamente para ser encasillado en otro raviol, que cuanto más arriba
de la pirámide esté ubicado, mejor. Todo empleado o funcionario pugna por estar
en planta permanente y no como contratado. Se previene así de no caer fuera de
algún raviol en una modificación de la estructura y gana estabilidad. En la
siguiente gestión presidencial vendrán otros contratados que en su momento
agregarán una nueva capa geológica a la planta permanente.
La raviolada suele activarse con los cambios de
gobierno. La Constitución de 1994 excluyó de su contenido la definición del
número de ministerios y la delegó en el Poder Ejecutivo Nacional. Desde
entonces, cada nuevo presidente ha tenido cierta libertad de diseñar su
gabinete y la estructura de sus ministerios. Cuantos más ravioles genere, más
fácilmente cumplirá con compromisos políticos y personales, aunque como
contrapartida, deberá cuidarse del gasto que ocasione.
Ha sido el actual presidente quien se lleva el premio
a la mayor raviolada de la historia argentina: 21 ministerios, 88 secretarías,
208 subsecretarías y 305 direcciones nacionales o generales.
Al menos dos motivos lo llevaron a esta exuberancia.
Uno fue su aversión a tener un superministro de economía con demasiado poder
que le permita en algún momento la clásica e inoportuna extorsión:
"Presidente: o hace lo que yo le propongo, o renuncio". El otro fue
la necesidad de crear suficientes cargos de alto nivel para satisfacer a los
aliados en la coalición Cambiemos. Mauricio Macri no creyó que al ampliar el
número de ministerios debiera incrementar la cantidad de empleados públicos.
Más bien pensó lo contrario, pero las leyes de Parkinson le están jugando con sus
reglas. La administración del Estado es como una ameba que se reproduce y
multiplica cuando encuentra espacio. De hecho, desde el 10 de diciembre de 2015
prácticamente no ha sido posible reducir la planta de empleados públicos.
Una de esas leyes de Parkinson dice que cuando se crea
un nuevo raviol, indefectiblemente habrá al menos dos nuevos ravioles que
dependan de él. Si no fuera así, el responsable del raviol superior no podría
justificar su propia existencia. Esta ley se aplica también para los dos o más
ravioles dependientes, por lo tanto la pirámide se ensancha hacia abajo. Veamos
el caso más reciente. Con la salida de Prat-Gay, su ministerio se dividió en
dos. Uno de Hacienda, y otro de Finanzas. En Hacienda fue designado Nicolás
Dujovne, un destacado economista al que naturalmente se le asignaron funciones
de mayor alcance que el mero manejo presupuestario. A las dos secretarías
clásicas de Presupuesto y de Ingresos Públicos se agregó una adicional de
Política Económica. Dependiendo de ella se creó la Subsecretaría de
Programación Macroeconómica. Era lógico. Pero cumpliendo con aquella regla de
Parkinson, se creó la segunda Subsecretaría de Programación... ¡Microeconómica!
Pero la regla parkinsoniana sigue. De esta insólita subsecretaría dependen dos
direcciones: la de Planificación Sectorial y la de Información y Análisis
Sectorial.
Por la misma ley hoy encontramos otras varias
duplicaciones poco explicables. Van algunos ejemplos. Dentro del Ministerio de
Justicia conviven la Subsecretaría de Protección de los Derechos Humanos con la
de Promoción de los Derechos Humanos. En el Ministerio de la Producción están
la Subsecretaría de Políticas del Desarrollo Productivo, y también la de
Desarrollo y Planeamiento Productivo. En ese mismo ministerio se crearon las
subsecretarías de Bioindustrias, y la de Alimentos y Bebidas, como si hubiera
políticas públicas tan específicas y tan diferenciadas. En el Ministerio de
Turismo encontramos la Subsecretaría de Desarrollo Turístico, y la de Promoción
Turística Nacional. Es difícil explicar la diferencia de sus cometidos, como
también para el caso de la Subsecretaría de Desarrollo Minero y la de Política
Minera. ¿Qué podemos decir de una Secretaría de Agregado de Valor o de una
Subsecretaría de Asuntos Globales? Hay muchísimos otros casos peculiares.
La duplicación de funciones es bien notoria entre las
dependencias de la Jefatura de Gabinete y las de los ministerios. Con una
aparente intención de controlar, hay una desorbitante cantidad de ravioles
presidenciales que duplican los temas contenidos en los ravioles ministeriales.
Salvo la Agencia Federal de Inteligencia, el resto de las dependencias
controlan y duplican a las de los ministerios y de la Jefatura de Gabinete. La
consecuencia es que unos funcionarios trabajan arduamente para responder
cuestionarios de otros, los que a su vez dedican ingentes esfuerzos y reuniones
para contradecirlos. El arbitraje de las discrepancias debería ser resuelto por
el propio Presidente, lo que constituye una misión imposible para un hombre. El
resultado es más y más ineficiencia.
Recuérdese otro principio de sana administración. Un
jefe no puede atender eficientemente más de ocho subalternos. De Mauricio Macri
dependen 21 ministros, además del jefe de Gabinete, el que a su vez tiene cinco
secretarías. Esta desbordante estructura no logra más que complicar lo que
podría ser simple y que hasta 1943 lo era. El presidente no tenía asesores ni
funcionarios que intervinieran entre él y sus ministros. Las estructuras eran
tan limitadas que no hacía falta dibujarlas y, por lo tanto, nadie hablaba de
ravioles. Hoy sabemos que los numerosos ravioles engordan un gasto que no se
alcanza a cubrir con una insoportable presión impositiva. De esa forma coloca a
la Nación en el peligroso camino de un acelerado endeudamiento externo, que
además de riesgoso ya causa retraso cambiario.
La ciudadanía está en
condiciones de comprender estos excesos y sus riesgos e incluso premiar
electoralmente a un gobierno que sepa explicarlos y corregirlos, amortiguando
los efectos sociales. Técnica y legalmente es posible hacerlo. Es hora de
reducir la raviolada y otros excesos fiscales antes de que nos produzcan una
indigestión como las que ya varias veces hemos conocido.