LA NACION, 26
DE JULIO DE 2017
Irma Arguello
www.npsglobal.org
Mientras el gobierno nacional define líneas
estratégicas y negocia proyectos energéticos internacionales, como los acuerdos
nucleares con China, se observa un incremento en la circulación de información
de sesgo antinuclear. Contrastar tal información con datos fehacientes es
imprescindible para evitar la manipulación de la opinión pública en un tema de
alto interés para el país.
Los argumentos antinucleares sugieren que el mundo, y
sobre todo los países desarrollados, está abandonando la energía nuclear. La
realidad es que la generación nucleoeléctrica crece a un ritmo sostenido desde
hace años y se estima que contribuirá con el 25% del consumo mundial para 2050.
A los casi 450 reactores nucleares que producen electricidad en 30 naciones, se
suman otros 60 en construcción en Estados Unidos, China, Finlandia, Francia,
Corea del Sur, la India y Rusia.
Para cubrir sus necesidades en forma racional, la
mayoría de las naciones opta por un mix de fuentes de energía, basado en la
conveniencia y nunca en el prejuicio. Por sus características, sólo ciertas
fuentes de energía como los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), la
energía nuclear y en cierta medida la hidroeléctrica son aptas para sostener el
desarrollo industrial de un país. Las energías renovables, solar y eólica, en
su estado de desarrollo, además de ser costosas, no pueden sustituir a las
anteriores, sino para usos reducidos.
Es cierto que un puñado de países proclamó el cierre
de sus reactores de potencia, pero algunos como Suecia y los Países Bajos se
han vuelto atrás. El caso de Alemania es revelador, ya que mantiene esa postura
a riesgo de su seguridad energética, con fuertes compras de gas a Rusia y de
electricidad de origen nuclear a Francia. Resulta también paradójico que dicho
país siga albergando en su territorio armas nucleares por los acuerdos de la
OTAN. Es claro que tales países no han abandonado la tecnología nuclear al
mantener en operación sus reactores de investigación y producción de
radioisótopos. Esto representa una continuidad con idéntico nivel de supuesto
riesgo que el que dicen reducir al abolir la generación de energía por medios
nucleares. A pesar de los ideólogos antinucleares, el interés del mundo por
esta fuente de energía existe y crecerá. Se basa en la baja contaminación, los
altos niveles de seguridad y también en la competitividad en costos.
La Agencia Internacional de Energía (IEA) indica que
sin energía nuclear sería para muchos países imposible cumplir con sus metas
por el Acuerdo de París, respecto del cambio climático. Aunque se ha
estigmatizado esta actividad, sobre todo después de Chernobyl y Fukushima, los
mayores desastres industriales de la historia han provenido de otras industrias
como la petrolera, en Alaska y el golfo de México, y la química, en Bhopal, la
India.
Es evidente que la peligrosidad de cualquier industria
se reduce con tecnología, inversiones y operación responsable. Esto aplica a la
gestión de residuos nucleares, campo en el que existen tecnologías avanzadas
para reducir los riesgos. Éstas ya se utilizan en países con alta conciencia
ambiental como Suecia y Finlandia, donde las localidades compiten por albergar
los repositorios finales.
En la Argentina, la energía nuclear lleva una gestión
de más de 60 años, con admirable continuidad entre los sucesivos gobiernos. La
actividad nuclear ha sido un polo de desarrollo de la industria nacional y ha
funcionado como incubadora de empresas públicas y privadas, comenzando por
Invap. El país exporta en paridad con las potencias mundiales y hoy construye
un reactor de potencia de avanzada, el Carem-25, cuya concreción abre grandes
oportunidades comerciales en el ámbito global.
Cabe reflexionar si es válido atacar la energía
nuclear en su totalidad por cuestionar un acuerdo o por promover otras fuentes
de energía. Nuestro país no se puede dar el lujo de tirar por la borda sus
logros tecnológicos, por el contrario debe promover sus mayores fortalezas. El
rol del Gobierno es arbitrar los medios para elevar a la sociedad a través del
conocimiento y la educación para alejarla del prejuicio, del temor y la
manipulación intencional, misión esta que los demás actores del área nuclear
deberían hacer suya. Se trata de desmantelar falsedades sobre la base de
información certera. Las fuentes en el mundo de hoy están al alcance de la
mano.