Infocaótica, 3
de julio de 2017
La Teoría de la Conspiración es atractiva, pero
peligrosa para la salud mental.
Es atractiva porque satisface nuestra sed de sentido,
de racionalidad. Nos sitúa en un universo en el que todo sucede por una razón
comprensible, por un motivo racional y abarcable. Y es peligrosa porque es
falsa.
¿Hay conspiraciones? ¡Por supuesto! No hay nada más
fácil ni probable. Pero si existen conspiraciones, no puede existir LA
conspiración como la conciben los conspiracionistas: mundial, infalible,
omnicomprensiva y duradera.
Contradice toda nuestra experiencia de la realidad
humana, donde hay coincidencias, accidentes, absurdos, errores, chapuzas y
despistes. Imperfección, en suma, inseparable de nuestra naturaleza.
Los ‘malos’ -porque se da casi por supuesto que los
conspiradores no actúan por nuestro bien-, a pesar de serlo, son cuasi divinos:
no yerran, no pasan nada por alto, no dejan, en fin, que un solo gorrión caiga
de la rama sin su aquiescencia. Son, en suma, una versión invertida de Dios.
Sobre todo, estos personajes, a los que hay que
suponer sumamente ambiciosos y taimados, despliegan una insólita solidaridad.
Ninguno se carga la conspiración por querer más poder que el otro. Tampoco hay
ninguno que se arrepienta, en una visión muy calvinista de todo el asunto.
Nadie se va de la lengua, ni en su lecho de muerte. Además, tratándose de una
conspiración a largo plazo, hay que creer que los poderosos de una generación
siguen fielmente las instrucciones de las precedentes, que no envejecen, al
parecer, ni suenan obsoletas, raras o inútiles a los nuevos.
Pero probablemente el efecto más pernicioso de creer
en esta conspiración universal es que implica creer que el mal es más poderoso
que el bien. Y nos desanima a cambiar nada y a desconfiar de todo. Total,
‘ellos’ siempre van a ganar. Son más inteligentes, disciplinados, virtuosos,
porque toda esta incesante y providente actividad exige extraordinarias dosis
de virtud.
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