Alberto Espezel
La Nación, 26-8-17
Con motivo de la reciente publicación de un artículo
de Ricardo de Titto sobre los presuntos Estados aborígenes durante el siglo XIX
en nuestro territorio, nos parece útil señalar lo siguiente: una realidad es el
desborde mapuche al este de los Andes desde mediados del siglo XVII, y otra
cosa es la configuración de un Estado (¡ya ni siquiera nación!) con gobiernos,
parlamentos, relaciones exteriores, etcétera, como De Titto imagina que
existirían en nuestras pampas.
Al sur de Mendoza se encontraban los pehuenches
(azuzados por Amigorena contra los mapuches) y al sur de Córdoba, San Luis y
norte de la Pampa, estaban los ranqueles, con su centro en Leubucó, como bien
lo muestra la tesis de Florencia Roulet: "Huincas en tierra de
indios".
De ninguna manera Calfucurá tuvo dominio sobre ellos, y la rivalidad de los ranqueles se manifestaba claramente en su conducta
belicosa frente a Rosas. Habría que probar un verdadero dominio de Sayhueque
sobre las fuentes del río Neuquén (Huinganco, Andacollo, Barbarco), donde
estaban instalados chilenos cuando bajó Napoleón Uriburu desde Mendoza en 1879,
por ejemplo, los Urrejola y otros.
La instalación de Calfucurá fue hecha en la masacre de
Masallé (1834) contra los que lo precedieron, de modo que su predominio se
fundó en la sangre de sus hermanos. ¿Bastan los 45 años de Calfucurá y
Namuncurá (1835-1879) para establecer un Estado? ¿Bastan las dos décadas de
Sayhueque para establecer otro? ¿Qué tipo de dominio estatal podían ejercer
estos caciques?
Que haya que respetar las identidades de los pueblos e
imaginar unas instituciones que ayuden a la convivencia justa con mapuches
chilenos y mapuches argentinos, con las eventuales autonomías desde su carácter
eminentemente minoritario, no significa reconocer un Estado mapuche
transcordillerano ilusorio y conflictivo.
Porque de eso se trata: de la paz y
la convivencia justa, como bien lo dice monseñor Vargas desde Temuco, en su
valiosa carta pastoral: "El buen vivir en la Araucanía".