La Voz del Interior, 18 de Septiembre
Por Jorge Horacio Gentile*
En la audiencia pública que la Corte Suprema de
Justicia de la Nación convocó en un juicio en el que se pretende suprimir la
enseñanza religiosa que se imparte en la provincia de Salta desde antes de
1886, fui el primer amigo del tribunal en exponer defendiendo esa práctica.
En la audiencia pública que la Corte Suprema de
Justicia de la Nación convocó en un juicio en el que se pretende suprimir la
enseñanza religiosa que se imparte en la provincia de Salta desde antes de
1886, fui el primer amigo del tribunal en exponer defendiendo esa práctica, la
cual reciben los alumnos de 6 a 12 años, de primero a séptimo grado, en las
escuelas primarias públicas de gestión estatal, dos veces por semana (40
minutos).
La imparten docentes especializados, que todos los
años reciben la opción de los padres acerca de qué religión quieren que sus
hijos profundicen. Trabajan en las aulas con los grupos de alumnos de distintas
orientaciones religiosas, pero que comparten contenidos comunes.
A los alumnos cuyos padres optan por que no reciban
ninguna educación religiosa se les ofrece enseñarles valores universales u
otras materias dentro de aula. Trabajan con los demás, salvo que los padres
soliciten que el niño salga fuera del aula y, en ese caso, quedan siempre a
cargo de algún docente, nunca solos.
Ni a los padres ni a los alumnos se les exige declarar
la religión que profesan.
Lo religioso es parte de la cultura, por lo que no
puede la escuela dejar de enseñar el significado del crucifijo, con el que
juran la mayoría de los funcionarios o magistrados; ni la estrella de David, de
los judíos; o la media luna, de los musulmanes. Por qué son días feriados el de
la Navidad o la Semana Santa o por qué hay provincias que se llaman San Juan o
Santa Cruz, o por qué hay iglesias, sinagogas o mezquitas. Prohibir enseñar
religión en las escuelas es discriminar.
Cuando la Constitución invoca a “Dios fuente de toda
razón y justicia”, afirma que los derechos humanos que ella garantiza –en
defensa de la libertad, la vida, el trabajo, la justicia, la paz, la igualdad y
el bienestar general– tienen por fuente a Dios.
Entonces, cuando se enseña que los hombres deben ser
iguales y actuar fraternalmente, qué mejor que explicar que debemos “amarnos
los unos a los otros” o recordar que el prójimo es hijo de Dios como lo somos
todos.
La fuerza de estos argumentos no es igual si se
prescinde de lo religioso.
Lo que hoy se enseña en Salta no es igual que la
Educación Católica o Moral que se impartía entre 1943 y 1955 en todo el país.
El contenido de la materia es Religión, en sus distintas versiones, sin
adoctrinar a los niños , con objetividad y acentuando la que optaron los padres.
No hay monopolio de la religión católica, no se enseña
el catecismo, incluso hay escuelas donde la totalidad de los alumnos son
evangélicos o testigos de Jehová, y así está orientada su enseñanza.
La Constitución salteña, al igual que la Convención
Americana sobre Derecho Humanos (artículo 12-4), dispone: “Los padres, y en su
caso los tutores, tienen derecho a que sus hijos o pupilos reciban en la
escuela pública la educación religiosa que esté de acuerdo con sus propias
convicciones.”
Además, la Constitución Nacional exige a las
provincias reglar la educación primaria, lo que bien ha hecho Salta y lo cual
Nación no puede cambiar.
La ley 1.420 –que hoy no está vigente– nunca declaró
“la enseñanza laica”. Dispuso que la enseñanza religiosa sólo podrá ser dada
por los ministros autorizados de los distintos cultos antes o después de las
horas de clase. En Salta más de la mitad de los colegios tiene jornada
extendida, de seis u ocho horas, y en poco tiempo la tendrán todas; lo que
torna hoy absurdo este límite.
Además, en todos los niveles de educación hay materias
optativas, ¿por qué no en la enseñanza religiosa? La reforma política más
importante que espera el país es en educación, donde la prioridad es trasmitir
valores y principios éticos, que nos ayuden a superar las grietas, la
inseguridad, la violencia y la corrupción. La experiencia salteña es digna de
ser imitada.
* Profesor emérito de la UNC y de la UCC; fue diputado
de la Nación