Los
Principios, 6 de Noviembre de 2017
Era
primer ministro Irlandés, un político que sí antepuso sus convicciones
cristianas a la disciplina de partido, cuando tomó una decisión poco habitual
El 4
de octubre falleció en Dublín, ciudad donde había nacido el 13 de abril de
1920, Liam Crosgrave, un histórico de la política irlandesa que fue diputado
entre 1943 y 1981, ministro de Asuntos Exteriores entre 1954 y 1957 y Taoiseach
(primer ministro) entre 1973 y 1977.
"Retirado de la vida pública, su
señorío y honestidad suscitaron el respeto unánime de la sociedad
irlandesa", afirma José María Ballester Esquivias, quien le dedicó un
obituario en el ABC de este sábado bajo el título Un caballero de la política
irlandesa.
Los ejemplos
abundan de hijos de grandes estadistas que no han querido seguir los pasos de
sus progenitores por miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Liam
Cosgraveno padeció ese temor: el hecho de que su padre, William, fuera un héroe
de la independencia de Irlanda, sucesor directo de Michael Collins tras el
asesinato de éste último, y primer Taoiseach (jefe de Gobierno) del nuevo
Estado, no fue óbice para que decidiera desde muy joven dedicarse a la
política.
Cosgrave
pronunció su primer discurso a la edad de 17 años y a los 23, una vez
terminados sus estudios de Derecho, consiguió su primer escaño en el Parlamento
por el Fine Gael, el partido de su padre. Sin embargo, pronto demostró tener
personalidad propia, por ejemplo cuando en su primera legislatura criticó el
desinterés de sus compañeros hacia los votantes de sus respectivos distritos.
El
político en ciernes sabía que carecía de carisma y que operaba en un sistema
político aún muy jerarquizado -algunos protagonistas de la independencia seguían
en activo- que impedía las carreras meteóricas. De ahí su estrategia de lluvia
fina consistente hacerse imprescindible sin crearse demasiados enemigos.
La
estrategia fue acertada: en 1954 asumió la cartera de Asuntos Exteriores. Dejó
su impronta al culminar la adhesión de Irlanda a la ONU, poner en marcha la
neutralidad internacional de Dublín y presidir el Comité de Ministros del
Consejo de Europa.
Pero
con los ojos centrados en el escenario irlandés. Tras la derrota electoral de
1957, al Fine Gael le esperaban tres lustros en la oposición y la habilidad de
Cosgrave consistió en armarse -de nuevo- de paciencia: en 1966 tomó el control
de partido, y siete años más tarde se convirtió en Taoiseach en coalición con
los Laboristas.
Con un
conflicto del Ulster que se encontraba en su punto álgido, Cosgrave optó, con
mucha habilidad, por una política de mano dura con el IRA al tiempo que
emprendió una serie de negociaciones con el Gobierno británico que culminó, en
diciembre de 1973, con la firma del Acuerdo de Sunningdale, que instauraba la
gobernación conjunta del Ulster entre unionistas y católicos.
También
tuvo una implicación para Dublín, que renunció de facto a una hipotética
anexión del Ulster. Sunningdale fracasó al cabo de cinco meses, pero trazó el
camino para el Acuerdo de paz de 1998.
Muy
distinto fue el otro episodio señero del legado de Cosgrave, que no dudó en
poner sus hondas convicciones católicas por encima de la disciplina de partido
cuando el Fine Gael quiso legalizar la importación de anticonceptivos. Junto
con otros seis diputados, el Taoiseach unió sus votos a los de la oposición
para tumbar el proyecto de ley.
La ley que la habría permitido fue derrotada
ese mes por 75 votos contra 61. Crosgrave y otros seis diputados del Fine Gael
votaron contra la posición de su partido. De haberlo hecho a favor, la ley
habría salido adelante por un voto: el de Crosgrave, primer ministro del Fine
Gael, fue, pues, decisivo.
Menos
éxito tuvo al convocar de forma inoportuna unas elecciones anticipadas en 1977,
que se saldaron con un espectacular triunfo de la oposición. Fue el final de su
carrera política.