Frente Cultural Verdad y Acción, 22-4-18
Juan Carlos Monedero (h)
Licenciado en Filosofía (UNSTA)
Supongo que el término sofista será un adjetivo del
agrado de Sztajnszrajber, y a quien piense que lo estoy usando temerariamente
respondo que infiero cómo es por cómo habló y por aquello que dijo. Me refiero,
en concreto, a los 7 minutos de Sztajnszrajber en el Congreso, el pasado 17 de
abril, en torno al debate sobre la despenalización y legalización del
aborto[1].
Sztajnszrajber dice que para la consecución de “la justicia en una
sociedad” debemos discutir en términos políticos, no metafísicos. Y que el
debate en torno al origen de la vida humana –punto que viene siendo capital al
discutir el aborto– es un debate metafísico y no político. Política, no
metafísica, repitió varias veces. Y agregó: “El debate sobre el origen de la
vida es un debate que no vale la pena dar”. No sirve, dijo, discutir metafísica
“ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo” y, para peor, tampoco hay acuerdo
entre quienes discuten “sobre los criterios que posibilitarían un acuerdo”.
Además, agregó que la discusión y la experiencia humana están
atravesadas de supuestos no necesariamente consensuados ni probados, y puso
como ejemplo “la transparencia de los sentidos”: es decir, el hecho de que los
seres humanos confiamos en que aquello que vemos es real. Dijo Sztajnszrajber:
“lo que vemos con nuestros ojos de modo inobjetable supone confiar (la palabra
confianza tiene en su raíz la palabra fe) en la transparencia de los sentidos.
¿Por qué admito en última instancia que lo que veo es lo que veo y que mis ojos
acceden a la realidad tal como es?”.
Finalmente, Sztajnszrajber nos exhorta efusivamente:
“Saquemos a la verdad de la cuestión pública, pongámosla entre paréntesis”. Y
luego remata: “En nombre de la verdad se han cometido los más grandes
exterminios de la historia”. Estamos, parece sugerir Darío, en la época de la
“posverdad”. E insiste: “Si hay una verdad y alguien cree poseerla, entonces al
otro se lo ningunea, se le quita entidad, y automáticamente se lo convierte en
un enemigo, en un ignorante o en un asesino”.
No se privó de relatar una
supuesta conversación entre el Cardenal Bellarmino y Galileo Galilei,
conversación que por supuesto no dejaba muy bien parada a la Iglesia Católica,
presentada como obstinada negadora de la evidencia que el insigne científico le
ponía delante de los ojos.
Lo
mínimo que le voy a pedir a Sztajnszrajber es que aplique a sí mismo el mismo
rigor que pretende en los demás.
En
efecto, si la transparencia de los sentidos –esto es, el hecho de que los
sentidos nos comunican fielmente las cosas como son– supone un acto de fe en
ellos; si este supuesto –difundido pero no demostrado– puede ser objetable,
¿por qué deberíamos poner fe en Sztajnszrajber cuando nos cuenta esa anécdota
sobre el Cardenal Bellarmino y Galileo? ¿Por qué deberíamos creer en la fuente
de donde extrajo esa conversación? ¿Por qué confiar en el criterio de
Sztajnszrajber, según el cual en nombre de “la verdad” (y no de otros motivos)
se han cometido los más grandes exterminios de la historia?
Es muy curioso, por otra parte, la paradoja de Darío
en torno al caso Galileo: él cuestiona a las autoridades de la Iglesia (en
concreto, al Cardenal Bellarmino) por no suscribir sus afirmaciones
heliocéntricas –que sólo pudieron ser probadas años después, gracias a
Keppler–, pero esta diatriba parece especialmente injusta: el poder que los
miembros de la Iglesia tenían cuando aceptó más tarde la teoría heliocéntrica
era igual o incluso mayor al poder que poseían cuando se evaluaron las
afirmaciones de Galileo: ergo, no había nada en contra de Galileo ni de la
teoría sino que las pruebas no eran concluyentes (conclusión a la que llegó la
investigación histórica).
Ahora bien, en el esquema-Sztajnszrajber, la Iglesia
es condenable por rechazar las ideas científicas de Galileo… ¿y los abortistas
de hoy no serían condenables por rechazar la evidencia científica que respalda
que el comienzo de la vida humana tiene lugar en la concepción? ¡Los mismos que
rechazan la evidencia inobjetable de que hay vida desde la concepción reprochan
a la Iglesia no aceptar evidencia circunstancial del caso Galileo! ¿Cómo es, Darío?
Lo
cierto es que los grandes exterminios no necesitan de la pretensión de una
verdad. A lo largo del siglo XX, los gobiernos comunistas –inspirados por la
filosofía marxista, negadora de verdades y entidades permanentes– se llevaron
la vida de más de 100.000.000 de personas. No fue la pretensión de “la verdad”
sino la búsqueda del paraíso en la tierra la que motorizó esos sistemas
políticos, cuyas manos quedaron manchadas en sangre. ¿Cómo puede Sztajnszrajber
ignorar olímpicamente este dato?
Asimismo, es patético observar cómo el Licenciado en Filosofía por la
UBA y Profesor en FLACSO pide sacar a la verdad de la cuestión pública, ponerla
“entre paréntesis” al mismo tiempo en que milita –junto con organismos ligados
a Madres y Abuelas de Playa de Mayo– bajo la consigna de la Verdad[2]. ¿Cómo
es, Darío? ¿Por qué no das el ejemplo y rebautizas el lema bajo la forma de
Posverdad?
El ser humano no pude acceder a la verdad si se trata de defender al
niño por nacer… ¿pero accedemos a ella de la mano de Estela de Carlotto y de
Hebe de Bonafini?
La
otra frase –“Si hay una verdad y alguien cree poseerla, entonces al otro se lo
ningunea, se le quita entidad, y automáticamente se lo convierte en un enemigo,
en un ignorante o en un asesino”– comporta un sequitur igualmente inadmisible.
Para quitar entidad a alguien no se necesita creer estar en posesión de la
verdad: si no, miremos a los abortistas, que permanentemente le quitan entidad
al niño por nacer. El conocimiento de la verdad no implica el ninguneo de nadie
sino la invitación a todos a ser alumbrados por ella, de la misma manera que un
amigo comparte un secreto con otro. Los que primero reciben la luz de la verdad
son las que la conocen, ellos no son fuente de la luz sino receptores. No hay
soberbia ni arrogancia, hay caridad. Asimismo, la verdad no es tanto algo que
se posee sino algo que nos posee, porque ella es superior a nosotros.
SEGUNDO ROUND
Sztajnszrajber dijo que buscaba la consecución de “la
justicia en una sociedad”. También dijo que “El debate sobre el origen de la
vida es un debate que no vale la pena dar” porque, según él, se trataría de un
tema metafísico (y no político). Aclaremos ante todo algo: que no hay acuerdo
acerca del “origen” de la vida parece una imprecisión de Darío (tales términos
son más bien propios de la controversia evolución–diseño inteligente), por lo
que lo correcto sería “el debate sobre el comienzo de la vida humana”. Ahora
bien, yendo a lo central, esta negativa a interesarse en el origen de la vida
es la prueba de oro. A confesión de parte, relevo de pruebas: Darío
Sztajnszrajber admite que a él no le interesa cuándo comienza la vida humana,
por tanto ¿es creíble su pretendido interés por la vida de las mujeres que,
asesinando a sus propios hijos, mueren en el marco de abortos clandestinos?
¿Cómo puede importarle la vida sin importarle cuándo comienza la vida?
Yo no le creo.
Otra de las cosas que dijo fue que no servía discutir
metafísica “ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo” y, para peor, que
tampoco hay acuerdo entre las personas que discuten “sobre los criterios que
posibilitarían un acuerdo”. Evidentemente, Sztajnszrajber ve desacuerdos sólo
en metafísica. ¡Cómo no vemos nosotros el inmenso acuerdo en temas políticos,
económicos, sociales, históricos, culturales! Es verdad, Darío. Los macristas y
los kirchneristas discuten metafísica, por eso pelean permanentemente. ¿No?
Fuera de bromas, se puede advertir además otra grave
incongruencia. Darío Sztajnszrajber dice que la Metafísica designa “una
concepción de las cosas que excede toda posibilidad de comprobación última”,
razón por la cual quienes están en contra del aborto nunca podrían ponerse de
acuerdo –en torno al comienzo de la vida– con quienes están a favor (de la
misma manera que un creyente, según ejemplifica Darío, nunca podría ponerse de
acuerdo con un ateo en temas tales como la existencia de Dios, la existencia
del alma o el origen del universo). Probablemente tenga razón, por una vez,
Sztajnszrajber. Como la tuvo cuando dijo que la palabra “metafísica” responde
al significado etimológico de “Aquello que está más allá de la física”. En
efecto, los temas que están más allá de lo físico son extremadamente
problemáticos: un ateo no acordará con un creyente, y si acuerda dejaría de ser
ateo ipso facto.
Ahora bien, no olvidemos que Darío Sztajnszrajber está
a favor del aborto. Surge entonces, como una flecha, estas preguntas, que más
que interrogantes son ardientes indignaciones: ¿está más allá o, precisamente,
más acá de lo físico ver una ecografía, escuchar el distinto ritmo cardíaco del
corazón del bebé y de la madre, sentir su movimiento? ¿Está más allá o más acá
de lo físico ver que el bebé tiene piernas, manos, cabeza, tronco? ¿Está más
allá o está más acá de lo físico reconocer que estamos ante una persona humana?
Que un bebé, hijo de un varón humano y una mujer humana, es un ser humano, ¿es
algo que está más allá que excede toda posibilidad de comprobación última”? ¿O
se trata, quizás, de algo manifiesto a la que sólo un porfiado negador de
evidencias puede ignorar?
Precisamente, la negativa de los abortistas de adecuar
su mente a la evidencia física –y no a la Revelación de Misterios
Sobrenaturales– pone de manifiesto su propia sustancia moral. Puedo entender al
agnóstico que duda respecto de un Dios al que no ve… pero ¿cómo entender al que
duda de otro ser humano al que a través de una ecografía está viendo?
Jesús
expulsaba demonios, y los fariseos decían que lo hacía “por el poder del
Príncipe de los Demonios”. Esto es lo mismo: estamos ante sofisticados y
perversos porfiadores de evidencias. Ninguno de ellos, en su vida cotidiana,
duda respecto de cuándo una persona es persona, y cuándo un ser vivo es un ser
vivo. Todos vivimos en los demás campos de la vida con toda naturalidad y
normalidad. Llega el tema del aborto, y muchos se convierten en agnósticos de
la vida porque abrigan en su corazón deseos de muerte.
Reconocer el origen de la vida humana no es una
posición metafísica. Por eso son menos excusables los abortistas. Porque no
niegan algo que no ven, niegan lo que ven. Quizá quieren evitar el debate en
torno al comienzo de la vida por un motivo muy distinto: porque perderían.
TERCER ROUND
Darío
Sztajnszrajber pidió repetidas veces no hacer metafísica: “Política, no
metafísica”. Olvida Darío que para lograr la consecución de la justicia –en la
que él ¿cree?– se debe tener en cuenta la realidad de las cosas. Lo justo y lo
real están conectados: dar a otro lo que realmente corresponde es darle lo
justo, es ser justo. Y aquí saltamos a la cuestión metafísica, trascendiendo la
política: saltamos de manera necesaria, porque la mera facticidad de cómo están
las cosas no nos alumbra respecto de cómo deberían ser. Cuando hablamos de
política hablamos, quieras que no, de principios fontales, de cosmovisiones de
fondo. Hablamos de metafísica. En sus Confesiones de un revolucionario, el
ilustre anarquista Proudhon dejó plasmado: “Es cosa que admira el ver de qué
manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la
teología”. Es una pena que Sztajnszrajber no haya leído este fragmento del
legendario anarquista.
ROUND CUATRO –Y ÚLTIMO
Finalmente, luego de tantas críticas acervas,
despiadadas y destempladas, no podemos menos que darle las gracias a Darío
Sztajnszrajber. Lo dijo claramente: “Saquemos a la verdad de la cuestión
pública, pongámosla entre paréntesis”. Gracias, Darío. Ahora tenemos la
confirmación de lo que veníamos olfateando hace rato: si se discute bajo el
horizonte de lo que es y lo que no es, perderán. En términos de verdad–error,
los abortistas llevan las de perder. Por eso no quieren ese debate, no quieren
discutir si el aborto “es bueno o es malo”, si es “correcto o incorrecto”,
quieren plantear la falsa disyuntiva “legal o clandestino”, eludiendo así el
asunto de fondo.
Pero Darío nos quiere seguir ayudando, y por eso
sentencia enfáticamente: “No pueden convivir nunca la Democracia y los
absolutos, no pueden convivir nunca la Democracia y la verdad”. Tiene razón,
nuevamente, el Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Como
sentenció Hans Kelsen en su Esencia y valor de la democracia, no hay síntesis
entre la verdad y un sistema político erigido bajo el imperio despótico del
número y los circunstanciales votantes.
Kelsen decía que el modelo del
auténtico demócrata fue Poncio Pilato, quien conociendo la Inocencia de Cristo
somete, no obstante, la decisión de liberarlo bajo el poder de las mayorías. El
Presidente Mauricio Macri, en este punto –y mal que le pese al kirchnerista
Darío Sztajnszrajber–, está junto al Profesor de la FLACSO. Ambos son
democráticos. Darío quiere sacar a la verdad de la cuestión pública, y Mauricio
–“que está a favor de la vida”– propicia un debate respecto de una verdad que
ya conoce, arriesgando en el mismo acto la vida de niños inocentes. Sus
diferencias políticas son insignificantes tan pronto florecen sus profundas
coincidencias democráticas. Contra uno y contra el otro, contra lo que
representa uno y contra lo que representa otro, sigamos librando el buen
combate.
Contra los sofistas y contra los hipócritas. Por la Argentina, para
que no se convierta en una industria de muerte sino en un alcázar por la
defensa de la vida inocente. Por el Triunfo Definitivo de la Verdad, el Bien y
la Belleza, que no son otra cosa que los Nombres de Dios mismo.
(Darío Sztajnszrajber - Homenaje a las Madres de Plaza de Mayo); y también: