miércoles, 25 de abril de 2018

ABORTO: RÉPLICA AL SOFISTA DARÍO SZTAJNSZRAJBER




Frente Cultural Verdad y Acción, 22-4-18

Juan Carlos Monedero (h)
Licenciado en Filosofía (UNSTA)

Supongo que el término sofista será un adjetivo del agrado de Sztajnszrajber, y a quien piense que lo estoy usando temerariamente respondo que infiero cómo es por cómo habló y por aquello que dijo. Me refiero, en concreto, a los 7 minutos de Sztajnszrajber en el Congreso, el pasado 17 de abril, en torno al debate sobre la despenalización y legalización del aborto[1].

            Sztajnszrajber dice que para la consecución de “la justicia en una sociedad” debemos discutir en términos políticos, no metafísicos. Y que el debate en torno al origen de la vida humana –punto que viene siendo capital al discutir el aborto– es un debate metafísico y no político. Política, no metafísica, repitió varias veces. Y agregó: “El debate sobre el origen de la vida es un debate que no vale la pena dar”. No sirve, dijo, discutir metafísica “ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo” y, para peor, tampoco hay acuerdo entre quienes discuten “sobre los criterios que posibilitarían un acuerdo”.

            Además, agregó que la discusión y la experiencia humana están atravesadas de supuestos no necesariamente consensuados ni probados, y puso como ejemplo “la transparencia de los sentidos”: es decir, el hecho de que los seres humanos confiamos en que aquello que vemos es real. Dijo Sztajnszrajber: “lo que vemos con nuestros ojos de modo inobjetable supone confiar (la palabra confianza tiene en su raíz la palabra fe) en la transparencia de los sentidos. ¿Por qué admito en última instancia que lo que veo es lo que veo y que mis ojos acceden a la realidad tal como es?”.

Finalmente, Sztajnszrajber nos exhorta efusivamente: “Saquemos a la verdad de la cuestión pública, pongámosla entre paréntesis”. Y luego remata: “En nombre de la verdad se han cometido los más grandes exterminios de la historia”. Estamos, parece sugerir Darío, en la época de la “posverdad”. E insiste: “Si hay una verdad y alguien cree poseerla, entonces al otro se lo ningunea, se le quita entidad, y automáticamente se lo convierte en un enemigo, en un ignorante o en un asesino”. 
No se privó de relatar una supuesta conversación entre el Cardenal Bellarmino y Galileo Galilei, conversación que por supuesto no dejaba muy bien parada a la Iglesia Católica, presentada como obstinada negadora de la evidencia que el insigne científico le ponía delante de los ojos.

            Lo mínimo que le voy a pedir a Sztajnszrajber es que aplique a sí mismo el mismo rigor que pretende en los demás.
            En efecto, si la transparencia de los sentidos –esto es, el hecho de que los sentidos nos comunican fielmente las cosas como son– supone un acto de fe en ellos; si este supuesto –difundido pero no demostrado– puede ser objetable, ¿por qué deberíamos poner fe en Sztajnszrajber cuando nos cuenta esa anécdota sobre el Cardenal Bellarmino y Galileo? ¿Por qué deberíamos creer en la fuente de donde extrajo esa conversación? ¿Por qué confiar en el criterio de Sztajnszrajber, según el cual en nombre de “la verdad” (y no de otros motivos) se han cometido los más grandes exterminios de la historia?

Es muy curioso, por otra parte, la paradoja de Darío en torno al caso Galileo: él cuestiona a las autoridades de la Iglesia (en concreto, al Cardenal Bellarmino) por no suscribir sus afirmaciones heliocéntricas –que sólo pudieron ser probadas años después, gracias a Keppler–, pero esta diatriba parece especialmente injusta: el poder que los miembros de la Iglesia tenían cuando aceptó más tarde la teoría heliocéntrica era igual o incluso mayor al poder que poseían cuando se evaluaron las afirmaciones de Galileo: ergo, no había nada en contra de Galileo ni de la teoría sino que las pruebas no eran concluyentes (conclusión a la que llegó la investigación histórica). 
Ahora bien, en el esquema-Sztajnszrajber, la Iglesia es condenable por rechazar las ideas científicas de Galileo… ¿y los abortistas de hoy no serían condenables por rechazar la evidencia científica que respalda que el comienzo de la vida humana tiene lugar en la concepción? ¡Los mismos que rechazan la evidencia inobjetable de que hay vida desde la concepción reprochan a la Iglesia no aceptar evidencia circunstancial del caso Galileo! ¿Cómo es, Darío?

            Lo cierto es que los grandes exterminios no necesitan de la pretensión de una verdad. A lo largo del siglo XX, los gobiernos comunistas –inspirados por la filosofía marxista, negadora de verdades y entidades permanentes– se llevaron la vida de más de 100.000.000 de personas. No fue la pretensión de “la verdad” sino la búsqueda del paraíso en la tierra la que motorizó esos sistemas políticos, cuyas manos quedaron manchadas en sangre. ¿Cómo puede Sztajnszrajber ignorar olímpicamente este dato?

            Asimismo, es patético observar cómo el Licenciado en Filosofía por la UBA y Profesor en FLACSO pide sacar a la verdad de la cuestión pública, ponerla “entre paréntesis” al mismo tiempo en que milita –junto con organismos ligados a Madres y Abuelas de Playa de Mayo– bajo la consigna de la Verdad[2]. ¿Cómo es, Darío? ¿Por qué no das el ejemplo y rebautizas el lema bajo la forma de Posverdad? 
El ser humano no pude acceder a la verdad si se trata de defender al niño por nacer… ¿pero accedemos a ella de la mano de Estela de Carlotto y de Hebe de Bonafini?




            La otra frase –“Si hay una verdad y alguien cree poseerla, entonces al otro se lo ningunea, se le quita entidad, y automáticamente se lo convierte en un enemigo, en un ignorante o en un asesino”– comporta un sequitur igualmente inadmisible. Para quitar entidad a alguien no se necesita creer estar en posesión de la verdad: si no, miremos a los abortistas, que permanentemente le quitan entidad al niño por nacer. El conocimiento de la verdad no implica el ninguneo de nadie sino la invitación a todos a ser alumbrados por ella, de la misma manera que un amigo comparte un secreto con otro. Los que primero reciben la luz de la verdad son las que la conocen, ellos no son fuente de la luz sino receptores. No hay soberbia ni arrogancia, hay caridad. Asimismo, la verdad no es tanto algo que se posee sino algo que nos posee, porque ella es superior a nosotros.

SEGUNDO ROUND

Sztajnszrajber dijo que buscaba la consecución de “la justicia en una sociedad”. También dijo que “El debate sobre el origen de la vida es un debate que no vale la pena dar” porque, según él, se trataría de un tema metafísico (y no político). Aclaremos ante todo algo: que no hay acuerdo acerca del “origen” de la vida parece una imprecisión de Darío (tales términos son más bien propios de la controversia evolución–diseño inteligente), por lo que lo correcto sería “el debate sobre el comienzo de la vida humana”. Ahora bien, yendo a lo central, esta negativa a interesarse en el origen de la vida es la prueba de oro. A confesión de parte, relevo de pruebas: Darío Sztajnszrajber admite que a él no le interesa cuándo comienza la vida humana, por tanto ¿es creíble su pretendido interés por la vida de las mujeres que, asesinando a sus propios hijos, mueren en el marco de abortos clandestinos? ¿Cómo puede importarle la vida sin importarle cuándo comienza la vida?
Yo no le creo.

Otra de las cosas que dijo fue que no servía discutir metafísica “ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo” y, para peor, que tampoco hay acuerdo entre las personas que discuten “sobre los criterios que posibilitarían un acuerdo”. Evidentemente, Sztajnszrajber ve desacuerdos sólo en metafísica. ¡Cómo no vemos nosotros el inmenso acuerdo en temas políticos, económicos, sociales, históricos, culturales! Es verdad, Darío. Los macristas y los kirchneristas discuten metafísica, por eso pelean permanentemente. ¿No?

Fuera de bromas, se puede advertir además otra grave incongruencia. Darío Sztajnszrajber dice que la Metafísica designa “una concepción de las cosas que excede toda posibilidad de comprobación última”, razón por la cual quienes están en contra del aborto nunca podrían ponerse de acuerdo –en torno al comienzo de la vida– con quienes están a favor (de la misma manera que un creyente, según ejemplifica Darío, nunca podría ponerse de acuerdo con un ateo en temas tales como la existencia de Dios, la existencia del alma o el origen del universo). Probablemente tenga razón, por una vez, Sztajnszrajber. Como la tuvo cuando dijo que la palabra “metafísica” responde al significado etimológico de “Aquello que está más allá de la física”. En efecto, los temas que están más allá de lo físico son extremadamente problemáticos: un ateo no acordará con un creyente, y si acuerda dejaría de ser ateo ipso facto.

Ahora bien, no olvidemos que Darío Sztajnszrajber está a favor del aborto. Surge entonces, como una flecha, estas preguntas, que más que interrogantes son ardientes indignaciones: ¿está más allá o, precisamente, más acá de lo físico ver una ecografía, escuchar el distinto ritmo cardíaco del corazón del bebé y de la madre, sentir su movimiento? ¿Está más allá o más acá de lo físico ver que el bebé tiene piernas, manos, cabeza, tronco? ¿Está más allá o está más acá de lo físico reconocer que estamos ante una persona humana? Que un bebé, hijo de un varón humano y una mujer humana, es un ser humano, ¿es algo que está más allá que excede toda posibilidad de comprobación última”? ¿O se trata, quizás, de algo manifiesto a la que sólo un porfiado negador de evidencias puede ignorar?

Precisamente, la negativa de los abortistas de adecuar su mente a la evidencia física –y no a la Revelación de Misterios Sobrenaturales– pone de manifiesto su propia sustancia moral. Puedo entender al agnóstico que duda respecto de un Dios al que no ve… pero ¿cómo entender al que duda de otro ser humano al que a través de una ecografía está viendo? 
Jesús expulsaba demonios, y los fariseos decían que lo hacía “por el poder del Príncipe de los Demonios”. Esto es lo mismo: estamos ante sofisticados y perversos porfiadores de evidencias. Ninguno de ellos, en su vida cotidiana, duda respecto de cuándo una persona es persona, y cuándo un ser vivo es un ser vivo. Todos vivimos en los demás campos de la vida con toda naturalidad y normalidad. Llega el tema del aborto, y muchos se convierten en agnósticos de la vida porque abrigan en su corazón deseos de muerte.

Reconocer el origen de la vida humana no es una posición metafísica. Por eso son menos excusables los abortistas. Porque no niegan algo que no ven, niegan lo que ven. Quizá quieren evitar el debate en torno al comienzo de la vida por un motivo muy distinto: porque perderían.

TERCER ROUND

       Darío Sztajnszrajber pidió repetidas veces no hacer metafísica: “Política, no metafísica”. Olvida Darío que para lograr la consecución de la justicia –en la que él ¿cree?– se debe tener en cuenta la realidad de las cosas. Lo justo y lo real están conectados: dar a otro lo que realmente corresponde es darle lo justo, es ser justo. Y aquí saltamos a la cuestión metafísica, trascendiendo la política: saltamos de manera necesaria, porque la mera facticidad de cómo están las cosas no nos alumbra respecto de cómo deberían ser. Cuando hablamos de política hablamos, quieras que no, de principios fontales, de cosmovisiones de fondo. Hablamos de metafísica. En sus Confesiones de un revolucionario, el ilustre anarquista Proudhon dejó plasmado: “Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología”. Es una pena que Sztajnszrajber no haya leído este fragmento del legendario anarquista.

ROUND CUATRO –Y ÚLTIMO

Finalmente, luego de tantas críticas acervas, despiadadas y destempladas, no podemos menos que darle las gracias a Darío Sztajnszrajber. Lo dijo claramente: “Saquemos a la verdad de la cuestión pública, pongámosla entre paréntesis”. Gracias, Darío. Ahora tenemos la confirmación de lo que veníamos olfateando hace rato: si se discute bajo el horizonte de lo que es y lo que no es, perderán. En términos de verdad–error, los abortistas llevan las de perder. Por eso no quieren ese debate, no quieren discutir si el aborto “es bueno o es malo”, si es “correcto o incorrecto”, quieren plantear la falsa disyuntiva “legal o clandestino”, eludiendo así el asunto de fondo.

Pero Darío nos quiere seguir ayudando, y por eso sentencia enfáticamente: “No pueden convivir nunca la Democracia y los absolutos, no pueden convivir nunca la Democracia y la verdad”. Tiene razón, nuevamente, el Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Como sentenció Hans Kelsen en su Esencia y valor de la democracia, no hay síntesis entre la verdad y un sistema político erigido bajo el imperio despótico del número y los circunstanciales votantes. 

Kelsen decía que el modelo del auténtico demócrata fue Poncio Pilato, quien conociendo la Inocencia de Cristo somete, no obstante, la decisión de liberarlo bajo el poder de las mayorías. El Presidente Mauricio Macri, en este punto –y mal que le pese al kirchnerista Darío Sztajnszrajber–, está junto al Profesor de la FLACSO. Ambos son democráticos. Darío quiere sacar a la verdad de la cuestión pública, y Mauricio –“que está a favor de la vida”– propicia un debate respecto de una verdad que ya conoce, arriesgando en el mismo acto la vida de niños inocentes. Sus diferencias políticas son insignificantes tan pronto florecen sus profundas coincidencias democráticas. Contra uno y contra el otro, contra lo que representa uno y contra lo que representa otro, sigamos librando el buen combate. 

Contra los sofistas y contra los hipócritas. Por la Argentina, para que no se convierta en una industria de muerte sino en un alcázar por la defensa de la vida inocente. Por el Triunfo Definitivo de la Verdad, el Bien y la Belleza, que no son otra cosa que los Nombres de Dios mismo.





(Darío Sztajnszrajber - Homenaje a las Madres de Plaza de Mayo); y también: