Observatorio Van Thuan, 1 agosto 2018
Silvio
Brachetta
Uno de los obstáculos a la subsidiariedad, o
sencillamente al espíritu de iniciativa, es el paternalismo de Estado, que
podría ser un familiar cercano del estatismo. El fenómeno del paternalismo, sin
embargo, no está limitado a la política, sino que invade la casi totalidad de
los medios de comunicación y de información, porque se trata de una forma
mentis típica de los totalitarismos.
Esto lo vemos empezando por lo más pequeño. Es muy
frecuente, por ejemplo, cuando se accede a cualquier plataforma ’social’ en la
red, ser acogido benevolmente por una frase de este tipo: «Querido usuario,
eres tan importante para nosotros como lo son los recuerdos que compartes con
nosotros. Hemos pensado que te gustaría ver de nuevo este post de hace tres
años». Lentamente, a diario, el usuario es llevado de la mano, como un niño, y
reeducado para aceptar a un evanescente Gran Hermano que piensa y decide en su
lugar qué decir y hacer en público. En este sentido, el paternalismo siempre
está acompañado por el infantilismo. Son actitudes difundidas también en el
comercio y en la publicidad.
El término “paternalismo” -del inglés “paternal”
(“paterno”)-, surge en el periodismo político a partir del siglo XVIII para
indicar la actitud de las monarquías absolutas, en las que los soberanos
avocaban a sí mismos toda tarea
administrativa y política. El paternalismo mundial contemporáneo es más
ideológico. En China, el presidente Xi Jinping ha puesto en marcha una masiva
campaña de adoctrinamiento de masa al «social-comunismo con características
chinas». Cierre de iglesias, campaña de denigración de las religiones,
estaciones y lugares públicos tapizados con citas de Xi Jinping, el cargo de
presidente convertido en cargo vitalicio, culto de la personalidad,
manipulación de los libros de texto escolares: los chinos están tan
acostumbrados a la nueva revolución cultural, que ya no se dan ni cuenta.
El eslogan paternalista ha sustituido a la formación
paterna
En Italia no hay citas maoístas en las pancartas, pero
aún causa estragos -desde 1971- la Pubblicità Progresso [Pubblicità Progresso
es una fundación sin ánimo de lucro italiana que, desde 1971, realiza campañas
publicitarias distribuidas gratuitamente; ndt]. Basta echar una ojeada al sitio
web y se descubren varias llamadas paternalistas. En el último lustro, de 2012
a 2017, PP ha propuesto: “Donación de órganos y tejidos” (educación al
altruismo), “Apuesto por ti – Primera fase de la campaña en favor de la igualdad
de género, centrada en la discriminación de género” (educación al feminismo),
“Apuesto por ti – Segunda fase”, “Lo consigo – Sostenibilidad, sobriedad,
solidaridad” (educación al ecologismo), “Lo consigo Squad – combatir los
comportamientos incorrectos” (educación al galateo).
La forma literaria preferida, para el éxito de las
campañas PP, es el eslogan y, lo mismo que se hace con los niños, utiliza
estribillos o rimas infantiles: “Basta poco para hacer crecer tu futuro, un
gesto tras otro”, “Ser mujer sigue siendo un oficio complicado. Démosle el justo valor”, “La primera forma de
discriminación es negar que exista”. No hay espacio para la formación, sólo
para la información, es decir, para transmitir un mensaje publicitario
masticado, de manera martilleante, para que quede impreso en la memoria y
persuada. Todo lo que las cadenas de televisión generalistas o la radio
transmiten tiene el mismo esquema. Programas de debate y entrevistas, mesas
redondas, publicidad comercial: eslóganes breves, repetidos para ser
memorizados, si es posible gritados, para subrayar el énfasis de este o ese
comunicador. Es superfluo observar que el mundo de la política utiliza los
mismos medios: frases planificadas por los vértices y repetidas como papagayos
por los portavoces.
Hay una relación analógica entre Estado y familia
natural
Sin embargo, el Estado (o la Nación) sigue siendo, en
cierta medida, Padre. Esto está claro en nuestra civilización: en la Roma
antigua se confería el título honorífico de Pater Patriae; la nación es llamada
también “patria” puesto que es “tierra patria” (el término está presente en la
Constitución italiana en los artículos 52 y 59); normalmente el apellido pasa
del padre a los hijos; hay una patria potestad. El Padre está presente hasta
tal punto que, para reformar la sociedad, el Mayo del 68 tuvo que eliminarlo.
Diego Fusaro, filósofo marxista que está por encima de
toda sospecha, sostiene[1] que ni siquiera el social-comunismo había rechazado
la figura del Padre, como en cambio quieren hacer ahora los modernos liberals.
¿Acaso no había en la Cuba de Guevara –escribe el filósofo–, «un comunismo con
base claramente patriótica»? El programa «patria o muerte», ¿non «era acaso el
camino privilegiado del anti-imperialismo made in Usa»? Por no hablar de la
distinción que hacía Antonio Gramsci «entre nación y nacionalismo, patria y
patriotismo», el cual «valoraba la nación sin ser nacionalista» y no creía en
absoluto que «para evitar el machismo y el paternalismo había que eliminar la
figura del hombre, del padre y, de manera más general, de la familia,
etcétera».
Si, por consiguiente, el nacionalismo es una
degeneración de la Nación, el paternalismo o el patriotismo son la degeneración
del Padre. Y no es posible, además, eliminar la analogía entre los componentes
individuales de la familia y los del Estado o la sociedad, puesto que la
familia humana no puede no fundarse en la familia natural. En este sentido es
fácil comprender expresiones similares a “soberano-padre”, “ciudadanos-hijos”,
“rey y reina-padre y madre”. La Nación es llamada así por el término latino
“natus”, participio pasado de “nasci” (“nacer”)[2]. La Nación es, por lo tanto,
la «generación de hombres nacidos en una misma región»[3], allí donde nacer
presupone un padre y una madre. Se comprende también rapidamente que el
significado etimológico de “economía” esté contenido en la palabra griega
“oikos”, es decir, “casa”, la morada de la familia.
Dios es padre, no dueño
Con más razón, los ciudadanos del estado que son
cristianos deberían intuir con más facilidad cuáles son las bases de la
creación y, por lo tanto, de la vida social misma, bajo el señorío del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. En especial, desde el punto de vida de la
Doctrina social de la Iglesia, «Cristo revela a la autoridad humana, siempre
tentada por el dominio, que su significado auténtico y pleno es de servicio»,
en el sentido que «Dios es Padre único y Cristo único maestro para todos los
hombres, que son hermanos»: en este sentido,
«la soberanía pertenece a Dios»[4].
El Señor, sin embargo, «no ha querido retener para Él
solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones
que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza» y «este modo
de gobierno debe ser imitado en la vida social»[5]. Es, por consiguiente, según
el plan del Padre que los gobernantes deben «comportarse como ministros de la
providencia divina»[6].
Mucho antes, León XIII había escrito que «el poder
debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios
tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre»[7]. Y los ciudadanos,
«convencidos estos de que los gobernantes tienen su autoridad recibida de Dios,
se sentirán obligados en justicia a aceptar con docilidad los mandatos de los
gobernantes y a prestarles obediencia y fidelidad, con un sentimiento parecido
a la piedad que los hijos tienen con sus padres», según las palabras de san
Pablo: «Todos habéis de estar sometidos a las autoridades superiores»[8].
Al
contrario, León XIII reacciona al paternalismo de Estado con susodicho
principio de subsidiariedad: no es justo «que ni el individuo ni la familia
sean absorbidos por el Estado», por lo que la acción paterna del Estado se debe
limitar a garantizar a la familia y al ciudadano que deja «a cada uno la
facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común
y sin injuria de nadie»[9].
Después de todo, no es difícil comprender estos
principios si tenemos en mente la dinámica de la familia, en la que el padre y
la madre deben ejercer una potestad sobre los hijos, pero sin frenar sus
aspiraciones o iniciativas legítimas y libres. O, cristianamente, sus
vocaciones. Dios es Padre, no dueño.
[1] Diego Fusaro, “Elogio gramsciano del padre e della
patria”, Il Fatto Quotidiano, 14/11/2017.
[2] Cf. Ottorino Pianigiani, Vocabolario etimologico
della lingua italiana, Albrighi & Segati, 1907, voz: “Nazione”.
[3] Ibid.
[4] Pontificio Consejo Justicia y la Paz, Compendio de
la Doctrina social de la Iglesia, n. 383.
[5] Ibid., cita de: Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 1884.
[6] Ibid.
[7] León XIII, Carta encíclica Immortale Dei,
01/11/1885.
[8] Ibid., cita neotestamentaria de Rm 13, 1.
[9] León XIII, Carta encíclica Rerum Novarum,
15/05/1891, n. 26.