ARA San Juan: a una semana del hallazgo, la ideología
nubla la razón
Por Fernando Morales
Infobae, 24 de noviembre de 2018
Fueron 366 días de angustia, incertidumbre, duda y
desconfianza infinitas. Todo era opinable, nada era ni absolutamente
descartable ni definitivamente certero. Sin bien hasta este preciso momento no
hay imputados por la tragedia de la malograda nave militar, el juicio mediático
avanza a pasos agigantados y muchos condenados de facto tal vez tengan que ser
absueltos. Aunque comienzo a percibir que los más conspicuos personeros de la
"justicia nacional y popular" no parecen dispuestos a retroceder un
ápice respecto a las lapidarias sentencias que ya han dictado.
"Nunca lo van a encontrar, la Armada y el
Gobierno le dieron datos falsos a la empresa Ocean Infinity para que busquen
mal, es que si se encuentra el submarino, se pudre todo". Ante esta
contundente afirmación, que quedó sin sustento en el mismo momento en que se
descubrió que el San Juan estaba en un área que se correspondía plenamente con
últimos datos disponibles, que básicamente eran la última posición reportada en
la mañana del 15 de noviembre y la posición de la implosión detectada por el
organismo internacional que monitorea los ensayos nucleares marinos, la teoría
conspirativa mutó rápidamente: "Es evidente que lo torpedearon, están
ocultando la cara más dañada de la estructura de la nave".
De nada valdrá explicar desde la razón que un
submarino afectado por un ataque exterior presentaría un aspecto muy diferente
al que en principio se pudo apreciar. Tampoco servirá sostener que los expertos
que analizaron el sonido detectado por el CTBTO (organismo con sede en Viena al
que nos referimos anteriormente) sostienen que este se corresponde con una
implosión producto del colapso estructural del San Juan por efectos de la
presión hidrostática ejercida sobre su casco y no de una explosión.
"Las imágenes fueron manipuladas por expertos
cineastas que están a bordo y que disimularán las verdaderas razones de la
pérdida de la nave y sus tripulantes. Por eso hay ingleses a bordo del Seabed
Constructor". También hay a bordo tres oficiales de la Armada Argentina y
familiares de los tripulantes que presenciaron, tal como bien se ocupó de
difundir la empresa Ocean Infinity, el momento preciso del avistaje por
intermedio del vehículo que desde el buque se sumergió a una profundidad mayor
a los 900 metros. ¿Qué pasó con esta gente, de qué manera los indujeron a que
vean algo distinto a lo que el resto estaba viendo? Ya que, al parecer, estamos
atravesando una racha de pensamientos mágicos, ¿podríamos afirmar que los
hipnotizaron?
No conformes con cuestionar lo evidente, llegaron a
sostener, en los momentos mismos en que la noticia nos impactaba de lleno, que
tal vez se trataba de otro submarino o de un fotomontaje. Al mismo tiempo, la
versión B de la paranoia sostuvo que el Gobierno había diferido la noticia para
hacerla coincidir con el discurso presidencial. Una vez más la pregunta, ¿a
bordo del buque de Ocean Infinity había seis argentinos o seis zombis?
No hace falta decir (pero lo diremos igual) que el
hallazgo del San Juan no es un motivo de festejo. Es nada más ni nada menos que
la lamentable pero necesaria confirmación de una de las mayores tragedias
navales de la historia argentina. Sí afirmaremos, sin temor a equivocación
alguna, que este hecho constituye un punto de inflexión en el devenir de la
vida de 44 familias, que además brinda una herramienta de superlativa
importancia para la prosecución de la causa, que permite asimismo despejar del
camino varias hipótesis que distraían la atención de la magistrada
interviniente y que ubicaban al submarino en otras zonas y en otras fechas. Hoy
sabemos a ciencia cierta que no ocurrieron muchas de las cosas que incluso
algunos hombres de la Armada creyeron de buena fe haber visto y oído.
No creo estar errado si sostengo que no habían pasado
aún 24 horas del anuncio de la noticia esperada durante un año y dos días para
que una nueva premisa se instalara en la sociedad con la consecuente y
consabida brecha: "Hay que recuperar al San Juan".
Y aquí estamos. Como al principio, como al inicio de
cada mínima o máxima historia o suceso que, lejos de unirnos, nos separa un
poco más. Podremos intentar explicar hasta el cansancio que, al margen de una
probable explosión interna en el San Juan, producto de la acumulación de gas
hidrógeno, de una magnitud no determinada pero que anuló la conciencia de los
44 marinos, al precipitarse al fondo del mar, la nave sufrió una implosión que
produjo un ingreso de agua a su interior a una velocidad de aproximadamente
1200 kilómetros por segundo. Poco importa si el valor exacto es de 900 o 1500,
el impacto de semejante "pistón líquido" solo causa una cosa,
destrucción total a su paso.
Como pocas veces a lo largo de todo este fatídico
suceso, marinos e ingenieros navales venían coincidiendo en que intentar un
rescate del submarino es una tarea altamente compleja, extremadamente onerosa,
demandante de una gran cantidad de tiempo y, lo que es peor, de resultado
totalmente incierto. La armonía se quebró cuando una vez más la ideología nos
nubló el raciocinio y entonces, a como dé lugar, no hay argumento que valga en
contrario. "Queremos al San Juan de vuelta entre nosotros, no traerlo
implica no querer que sepamos la verdad". No hay el menor lugar en la cuña
ideológica para aceptar un: "No se puede, no conviene o no está a nuestro
alcance hacerlo".
En medio de estas verdaderas luchas intestinas, 44
familias nos observan. Algunas se aferran a lo que más "conviene" a
sus destrozados corazones. Necesitan certezas y los bombardeamos con teorías
francamente delirantes, necesitan paz y los hemos sumergido en una guerra que
tiene entre otros "gladiadores" a activistas políticos que solo
buscan demostrar que todo lo que se haga, si proviene de las huestes oficiales,
estará definitivamente mal hecho.
Algo que los marinos sabemos es que de cada tragedia
en el mar se saca una lección que permite mejorar las condiciones de navegación
para que no repita el mismo error. El Titanic obligó a repensar la cantidad de
botes salvavidas que debían llevar los buques. La Segunda Guerra Mundial
demostró que había una forma segura de arrojarse al mar para no morir al
impactar con el agua y hasta cómo fabricar un salvavidas con las ropas que
vestían los propios náufragos.
La catástrofe del San Juan seguramente obligará a
repensar muchos de los protocolos y los procedimientos de la Armada Argentina.
Es natural que así sea, será obligación de la autoridad política involucrarse
un poco más en la actividad militar y asegurar que se corrija todo lo que
hubiere que corregir.
Pero habría que preguntarse cuál es la lección que nos
deja el San Juan como sociedad. ¿Podremos seguir tomando todo lo que nos pasa
como un eterno Boca-River? ¿Seguiremos considerándonos los dueños absolutos de
la verdad, denostando y denigrando al que piensa distinto? ¿Estaremos alguna
vez en condiciones de entender que tal vez en algún momento estamos
equivocados?
Ciertamente el no ser capaces de leer el mensaje que
el San Juan nos deja implicará un desastre varias veces peor al que se cobró la
vida de nuestros compatriotas.
Finalmente y solo para ellos, para los 44: Misión
cumplida compatriotas, descansen en paz.
El autor es capitán de fragata (RN), maquinista naval
superior (veterano de guerra de Malvinas), licenciado en Administración
Naviera, perito naval, diplomado como oficial del Estado Mayor Especial y
vicepresidente de la Liga Naval Argentina.