es el capitalismo y otra el liberalismo
económico
Germán Masserdotti
Religión en Libertad, 10 noviembre 2018
En un editorial reciente aparecido en el prestigioso
diario argentino La Nación, se afirma que “la religión católica y el entramado
entre la jerarquía eclesial y los factores de poder son señalados por [Loris]
Zanatta como una causa explicativa del corporativismo, el estatismo y el
proteccionismo. En definitiva, de la regresión y de la decadencia económica. No
pueden desconocerse las reservas que la Iglesia ha manifestado hacia el
capitalismo, desde León XIII en la Rerum novarum hasta el papa Francisco en
Laudato si’”. El editorial se titula “La Iglesia y el anticapitalismo
argentino” y hace referencia a un artículo del historiador italiano aparecido
en el mismo diario bajo el título “La epopeya que necesita el capitalismo
latinoamericano”.
Conviene precisar, en primer lugar, que las
afirmaciones de Zanatta son de él y no del editorial. No obstante,
inmediatamente a la referencia al pensamiento de Zanatta, se afirma que “no
pueden desconocerse las reservas que la Iglesia ha manifestado hacia el
capitalismo, desde León XIII en la Rerum novarum hasta el papa Francisco en
Laudato si’”, como fue citado arriba.
Se menciona un arco de tiempo que va desde la Rerum
novarum de León XIII (1891) hasta la Laudato si’ de Francisco (2015). Veamos,
en razón de la brevedad, algunos textos magisteriales que se refieren a la vida
económica y, en particular, al capitalismo y al liberalismo y cómo respecto del
fenómeno moderno del capitalismo no hay condena alguna –en todo caso, se lo
enmarca éticamente– pero sí respecto de liberalismo económico –ante el que sí
se presentan reservas–.
León XIII en Rerum novarum (15 de mayo de 1891), a propósito
de la situación obrera, señala que “es difícil realmente determinar los
derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los
proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es
discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres
turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar
sediciosamente a las turbas”. Sin embargo, “vemos claramente, cosa en que todos
convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes
de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una
situación miserable y calamitosa” (RN, 1).
Es decir, lo que se condena es el liberalismo
económico, no el capitalismo.
Pío XI en Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931)
enseña que “el Pontífice [León XIII] (…) fundado exclusivamente en los
inmutables principios derivados de la recta razón y del tesoro de la revelación
divina, indicó y proclamó con toda firmeza y "como teniendo potestad"
(Mt 7,29) «los derechos y deberes a que han de atenerse los ricos y los
proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo» (Rerum
novarum, 1), así como también lo que corresponde hacer a la Iglesia, a los
poderes públicos y a los mismos interesados directamente en el problema”. Es
decir, el capitalismo no es intrínsecamente perverso ni nada parecido, lo que
no obsta para recordar los deberes y los derechos tanto de “los que aportan el
capital y los que ponen el trabajo” (QA, 11). Además, Pío XI resalta que “es
absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo
que es resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que
uno de ellos, negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo
que hay en el efecto” (QA, 53). También observa que la economía capitalista “no
es condenable por sí misma. Y realmente no es viciosa por naturaleza, sino que
viola el recto orden sólo cuando el capital abusa de los obreros y de la clase
proletaria con la finalidad y de tal forma que los negocios e incluso toda la
economía se plieguen a su exclusiva voluntad y provecho, sin tener en cuenta
para nada ni la dignidad humana de los trabajadores, ni el carácter social de
la economía, ni aun siquiera la misma justicia social y bien común” (QA, 101).
Más claro, échele agua, querido amigo.
Juan XIII, en Mater et Magistra (15 de mayo de 1961),
recuerda la sentencia de Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Es
completamente falso atribuir sólo al capital, o sólo al trabajo, lo que es
resultado conjunto de la eficaz cooperación de ambos; y es totalmente injusto
que el capital o el trabajo, negando todo derecho a la otra parte, se apropie
la totalidad del beneficio económico» (QA, 53)” (MM, 76).
Pablo VI en Populorum progressio (26 de marzo de 1967)
observa que “si es verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de
muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos duran
todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización misma los males
que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo
reconocer la aportación irremplazable de la organización del trabajo y del
progreso industrial a la obra del desarrollo” (PP, 26).
Es decir, si se trata de “un cierto capitalismo”, no
se trata del capitalismo en sí mismo considerado. En realidad, el magisterio de
la Iglesia reprueba el liberalismo económico.
El mismo Pablo VI en Octogesima adveniens (14 de mayo
de 1971) afirma que “hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal” en
la vida económica. No obstante, los partidarios del liberalismo “querrían un
modelo nuevo, más adaptado a las condiciones actuales, olvidando fácilmente que
en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la
autonomía del ser individual en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de
su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere también, por parte de
cada cristiano o cristiana, un atento discernimiento” (OA, 35).
Nuevamente, una cosa es el capitalismo al que la
Iglesia no condena y otra el liberalismo económico al que sí condena. Y, no
dicho precisamente de paso, deja una advertencia a los grupos cristianos que
“idealizan” el liberalismo.
Juan Pablo II en Laborem exercens (14 de septiembre de
1981) afirma que “se ve claramente que no se puede separar el «capital» del
trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el
capital al trabajo, ni menos aún (…) los hombres concretos, que están detrás de
estos conceptos, los unos a los otros” (LE, 13).
Nuevamente: más claro, échele agua, amigo.
El mismo Juan Pablo II en Centesimus annus (1 de mayo
de 1991), en un texto fundamenal y esclarecedor sobre la cuestión bajo examen,
señala que “si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el
papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad
privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción,
de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta
ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía
de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si
por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito
económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta
es absolutamente negativa” (CA, 42).
Por tercera vez, querido amigo: más claro, échele
agua.
De la lectura atenta de los documentos de la Doctrina
Social se sigue, entonces, que la Iglesia no tiene reservas respecto al
capitalismo sino, y con las aclaraciones del caso, al “liberalismo económico”.
No obstante otras consideraciones que podrían hacerse
sobre la versión historiográfica de la vida nacional argentina que se sostiene
en el editorial, lo importante de resaltar ahora y más directamente relacionado
con la Doctrina Social de la Iglesia es que los pronunciamientos que formulan
las conferencias episcopales tienen tanto valor como su conformidad con la
enseñanza constante del magisterio eclesial universal y en comunión con el Sumo
Pontífice. Esto viene a cuento de los Documentos finales de Medellín (1968), el
Documento de Puebla (1978) y el de Aparecida (2007) a los que alude el
mencionado editorial. Abundan los textos anteriormente citados para sacar
conclusiones.
Por último, pero no menos importante. Aunque resulte
obvio, se vuelve necesario aclarar que las posiciones a título personal de los
papas no son el magisterio oficial de la Iglesia. Dicho esto a propósito del
“pobrismo” real o imaginario al que se refiere el editorial y que caracteriza
como “la exaltación de los pobres” y como un “enfoque clasista” que se sintetizaría
en “pobres vs. ricos y poder económico”. Vaya este texto magisterial de León
XIII en respuesta al “pobrismo” –que, por cierto, y quedó suficientemente
claro, no es magisterio de la Iglesia–: “Es mal capital, en la cuestión que
estamos tratando, suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de
la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres
para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Es esto tan ajeno a la razón y
a la verdad, que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se
ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada
disposición que justamente se podría llamar armonía, así ha dispuesto la
naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente
y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el
capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El
acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas; por el contrario, de la
persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la confusión
juntamente con un bárbaro salvajismo” (RN, 14).