Clarín, 08/03/2019
En los últimos días de
2018, la Fuerza Aérea se negó a recibir los tres Pampa III cuya finalización
fuera motivo de celebración pública, por presentar deficiencias.
Los cinco Super
Etendard adquiridos para contribuir a la protección del G-20 y aportar
componentes para la reparación y modernización de los aparatos de este tipo con
que cuenta la Armada no pudieron contribuir a la primera de tales finalidades,
dado que atrasos en los pagos determinaron que llegaran en las últimas horas de
2018. La puesta a punto de estos aviones se reveló más compleja -y más costosa-
de lo esperado, siendo que se encuentran al fin de su vida útil.
En 2018 se suspendió
el programa de modernización del TAM por Elbit Systems, y como consecuencia,
nuestro principal tanque -de reconocidas limitaciones por la delgadez de su
blindaje- permanecerá con sus sistemas propios de los años70, incluyendo su
falta de aptitud para el combate nocturno, carencia que lo vuelve inepto para
la guerra moderna.
Se inicia el cuarto
año consecutivo en que Argentina carece virtualmente de fuerza aérea. Los
aviones Pampa II y aún III de entrenamiento no son aviones de combate, pese a
tener una capacidad de ataque liviano. Son siderales las diferencias que los
separan de un avión de combate, en potencia motriz, velocidad, armamento,
aviónica, etc. El puñado de A-4 AR que aún volaría no basta para cuestionar esta
afirmación.
Nuestro país no cuenta
hoy con submarinos en condiciones de operar, pese a que compromete para
ejercicios militares combinados con países vecinos los dos que teóricamente
tiene. Mientras uno ha llegado al fin de su vida útil, el otro está en indefinidas
reparaciones de cuarta vida, dado que las de media vida tuvieron lugar en 1999.
Por cuarto año
consecutivo, U.K. Defence Journal ha publicado (2018) un artículo titulado
elocuentemente Argentina ha dejado ahora de ser un poder militar capaz, donde
el columnista George Allison explica que luego de un significativo período de
declinación, nuestras Fuerzas Armadas han dejado de ser una fuerza militar
capaz.
Han transcurrido tres
años desde que de estas mismas páginas planteamos la necesidad de reconstruir
la capacidad de defensa argentina, como una labor de todos los sectores de la
sociedad. Pese a que la catástrofe del ARA San Juan debería haber llamado a la
reflexión sobre la necesidad de tal reconstrucción, nada significativo se ha
hecho, salvo los periódicos anuncios sobre una reforma militar de la que hasta
ahora no se conocen exteriorizaciones ni resultados.
Nadie puede afirmar
seriamente que la situación es responsabilidad exclusiva de éste o de cualquier
otro gobierno argentino. Todos quienes ejercieron poder en Argentina comparten
tal responsabilidad. En realidad, decisiones tomadas en la década del ’90 y
mantenidas hasta el presente explican la situación. En 1990-91, a la
destrucción de la capacidad de producción para la defensa, siguió la drástica
disminución del presupuesto de defensa, que lo llevaría del 2,1% del PBI al
1,1% del P.B.I (1997), reduciéndose posteriormente al 0,9% en 2004, aunque
creciendo levemente en su monto numérico por incremento del PBI, porcentaje en
que se ha mantenido. También a partir de 1990-91 dio comienzo el incremento del
porcentaje en gasto en personal en relación a las erogaciones en funcionamiento
y equipamiento, que llevarían en 1993 al 80%, contra el 17% en mantenimiento y
el 3% en equipamiento, porcentajes que mantenidos hasta el presente, explican
la situación. Tal escenario se ha agravado en los últimos tiempos; los aludidos
porcentajes son, para 2018, 86,4, 9 y 3,27, y para 2019, 87, 8,5 y 1,8. Por
otra parte, a partir de 1993 comenzó el incremento desproporcionado del
personal de los grados más altos que, a más de aumentar el gasto en personal,
determinan la profusión de estructuras burocráticas para justificarlo. Ese
incremento ha sido incesante hasta 2018. Para 2019 se advierte una leve
reducción –especialmente en la Armada- pero insuficiente para solucionar las
desproporciones creadas. Como consecuencia, no hay fondos para mantenimiento
del material, para adiestramiento del personal, ni para compra de material.
En los últimos años se
ha incorporado material que poco contribuye a la defensa, como ocho aviones de
entrenamiento a turbohélice T6C-Texan II, cuando ya se contaba con aviones de
entrenamiento, y cuatro buques patrulleros oceánicos Gowind OPV 90, los que
tras ocho años de viajes buscando comprador del patrullero L’Adroit usado como
muestra, finalmente lo halló en Argentina –pese a su diseño poco adecuado para
el Mar Argentino- donde procurará duplicar la acción de los guardacostas de la
Prefectura. En ambas adquisiciones se han erogado más de 500 millones de
dólares, con los que se hubieran podido comprar dos buenos submarinos, entre
otras posibles adquisiciones útiles.
En definitiva, la
indefensión argentina se perpetúa y se agrava. Ya no se cuenta con aviones de
combate ni con submarinos, el principal blindado argentino es obsoleto, los
fondos para adiestramiento y mantenimiento se han reducido, el material tiene
tres, cuatro o cinco décadas. Qusiéramos estar equivocados, pero el presupuesto
es elocuente; difícilmente se haga algo más.
Sólo cabe, pues, soñar
con que algo se haga, o que del próximo ciclo surja la recuperación.