entre un perverso y un candidato de “sucesivas lealtades”
por Hernán
Andrés Kruse
Informador
Público, 11-7-19
En octubre -y
eventualmente en noviembre- los argentinos no tendremos más remedio que elegir
entre dos candidatos a la presidencia: Mauricio Macri y Alberto Fernández.
Ambos tienen la misma edad, son futboleros de alma y quieren convencernos de
que son los hombres caídos del cielo para salvarnos de todas las penurias que
venimos padeciendo desde hace muchísimo tiempo.
Mauricio Macri
comenzó su carrera política en 1995 cuando logró la presidencia de Boca
Juniors. Los numerosos títulos, tanto nacionales como internacionales,
obtenidos por el equipo conducido por Carlos Bianchi le sirvieron de plataforma
política para lanzarse a la jefatura de gobierno de la CABA. En 2007 la mayoría
de los porteños, shockeados por la tragedia de Cromagnon (diciembre de 2004),
lo eligió para que conduzca los destinos del distrito más rico del país.
Consciente de que en 2011 Cristina sería reelegida por abrumadora mayoría, optó
por lo seguro y consiguió la reelección en la CABA ese año. Cuatro años
después, hábilmente asesorado por Jaime Durán Barba, forzó el ballotage que lo
terminaría consagrando presidente de la nación.
Macri apostó por
la polarización y le dio resultado. Convenció a millones de argentinos que el
cristinismo era una asociación ilícita comandada por Cristina Kirchner que,
además de saquear las arcas del Estado, nos aisló del mundo desarrollado al
vincularse estrechamente con el chavismo y el castrismo. En el recordado debate
con Daniel Scioli prometió que no iba a devaluar la moneda, que no iba a
atormentar a la población con tarifazos, que cuidaría el trabajo de cada uno de
los argentinos y que reduciría drásticamente la pobreza. Durante la campaña
había asegurado que la inflación podía ser resuelta con facilidad.
Mauricio Macri
no cumplió con nada de lo prometido. Hoy prácticamente no tenemos moneda, la
inflación nos agobia, los tarifazos trituran el bolsillo de los trabajadores,
la desocupación supera los dos dígitos y la pobreza alcanza el 35%. Incapaz de
generar recursos genuinos Macri se vio obligado a rogarle a Christine Lagarde,
la mandamás del Fondo Monetario Internacional, un préstamo stand by para
rescatarlo de la ciénaga en que se había sumergido. Presionada por Donald
Trump, Lagarde decidió otorgarle a Macri un préstamo histórico por su volumen.
A raíz de ello, la deuda externa se incrementó de forma exponencial.
Haciendo gala de
un cinismo que asusta, Macri jura que es consciente de lo que los argentinos
están padeciendo pero que, lamentablemente, es el precio que deben pagar si
pretenden acceder en el futuro a un ámbito de progreso y bienestar. Pretende
hacernos creer que el ajuste, a la larga, será muy beneficioso, ignorando las
enseñanzas de la historia económica. En efecto, ningún país que aplicó las
recetas del FMI logró progresar. Grecia puede dar fe de ello. A pesar de ello,
todas las encuestas que se conocen coinciden en destacar la competitividad de
Macri para los próximos comicios.
Para lograr la
reelección Macri deberá competir con Alberto Fernández, un dirigente político
experimentado que supo adecuarse a todos los gobiernos que tuvo el país con
posterioridad a la última dictadura militar. En efecto, Fernández trabajó, como
bien señala Malú Kikuchi en un artículo publicado este fin de semana por el IP,
con Raúl Alfonsín (fue Subdirector General de Políticas Jurídicas del
Ministerio de Economía entre 1985 y 1989), con Carlos Menem (fue
Superintendente de Seguros entre 1989 y 1995) y, obviamente, con Néstor
Kirchner (fue su jefe de Gabinete durante su presidencia) y Cristina (fue su
Jefe de Gabinete entre 2007 y 2008). Además, estuvo con Eduardo Duhalde cuando
fue gobernador de Buenos Aires (fue vicepresidente del Grupo Bapro, gerenciador
del Banco Provincia), fue legislador en la CABA por el partido de Cavallo
Acción por la República (2000-03), jefe de campaña de Néstor Kirchner en 2003,
jefe de campaña de Sergio Massa en 2013 y jefe de campaña de Florencio Randazzo
en 2017.
Para aplaudir de
pie. No cualquier dirigente es capaz de semejante “camaleonismo político”. No
cualquiera está con Alfonsín, con Menem, con Duhalde, con Cavallo, con
Kirchner, con Cristina, con Massa y con Randazzo. Como dijo Groucho Marx “estos
son mis principios; si no le gustan tengo estos otros”. Pues bien, este es el
candidato a presidente de una fuerza política que se presenta como la antítesis
del macrismo. ¿Alguien puede realmente creerle a Alberto Fernández cuando se
presenta en televisión como un hombre común que entiende los problemas de la
gente? ¿Alguien puede creerle cuando promete que, con la ayuda de todos,
“lograremos sacar el país adelante”? Según las encuestas que se conocen, son
millones los que le creen.
Ahora bien ¿cómo
es posible que al menos un 80% del electorado vote en octubre (y eventualmente
en noviembre) por Mauricio Macri o por Alberto Fernández? ¿Cómo es posible que
ese 80% del electorado tenga decidido votar por un cínico o por un candidato
con “lealtades sucesivas”? Ello es posible porque el pueblo está tan fanatizado
que cuando ingrese al cuarto oscuro votará con odio. Los grandes medios de
comunicación deben sentirse satisfechos: lograron finalmente manipular de tal
manera a ese 80% del electorado que la elección presidencial será muy similar
al clásico duelo de hinchadas cuando juegan Boca y River.
Pero lo que se
elige en octubre (y eventualmente en noviembre) es mucho más importante que el
clásico de los clásicos. En el cuarto oscuro estará en juego lo que sucederá
con nosotros en los próximos años. No es, por ende, una cuestión baladí. De ahí
la imperiosa necesidad que a la hora de depositar el voto hagamos prevalecer el
cerebro y no el corazón, la razón y no la pasión, el libre albedrío y no el
fanatismo. Si actuamos con racionalidad nos daremos cuenta de que Mauricio
Macri y Alberto Fernández son muy parecidos, que lejos están de representar a
dos modelos de país antitéticos, como quieren hacernos creer los medios de
comunicación que apoyan a ambos candidatos. Debemos ser conscientes de que gane
quien gane los problemas que nos agobian desde hace mucho tiempo se agravarán,
porque ni Macri y ni Fernández están a la altura de lo que necesita el país
para despegar definitivamente.