Otro antecedente para el debate:
Jorge Fernández
Díaz
La Nación, 30 de
junio de 2019
Sin sospechar
que apenas quince meses más tarde los pistoleros de la derecha peronista,
inspirados en Perón, lo anotarían en la lista de condenados a muerte y lo
perseguirían hasta el infarto final, Juan José Hernández Arregui viajó a Madrid
para acompañar al General en su definitivo regreso a la patria. Aquellos cinco
días previos de gloria y turismo por la España franquista son narrados
melancólicamente por el historiador Fermín Chávez, en el prólogo del ensayo
"¿Qué es el ser nacional?", una de las primeras obras de Arregui que
la restauración peronista puso en circulación, a través de la Secretaría de
Cultura y para escuelas y bibliotecas populares, luego del incendio y las
cenizas de 2001. Hernández Arregui había acuñado una frase antológica:
"Porque soy marxista es que soy peronista".
Bajo los
ignominiosos años de la proscripción, elaboró una serie de libros vigorosos que
implicaban una decisiva vuelta de tuerca a la doctrina clásica del
justicialismo. De esa operación, el célebre patrón de Puerta de Hierro se
sirvió para fortalecer la resistencia y limar a sus enemigos, y para atraer a
las juventudes que estaban hechizadas por la revolución cubana. Nacía con
fuerza el "socialismo nacional" como corriente interna y conexa al
Movimiento. En cartas de los años 60, Perón lo felicitaba por la iniciativa, le
decía que lo consideraba "el mejor escritor argentino de la actualidad"
y hacía votos por crear más "predicadores" de su calibre que no
cejaran en "el empeño de incendiarlo todo si es preciso". Sabemos que
tras el asesinato de Rucci, Perón ordena aquella cacería sangrienta de
"zurdos" que derivaría en la Triple A: es el principio del fin de
quienes habían creído, con armas o sin ellas, en aquel nacionalismo de
izquierda. Pero quince meses antes, en vísperas de compartir vuelo con su líder
y futuro verdugo, el pensador se pasea con Fermín Chávez por Toledo y El
Escorial.
Arregui era
"emancipador", pero amaba a la España antiliberal (consideraba que
nos debíamos denominar América hispánica y no latina, "como pretendía el
imperio británico"). Claro, España todavía no había ingresado en la Europa
moderna ni había sido "pervertida" por el liberalismo político. El
autor de La formación de la conciencia nacional también era profundamente
religioso, a tal punto que cae subyugado por Ávila, "la ciudad de Santa
Teresa". Chávez relata en esas páginas, y en un inesperado sincericidio,
que su compañero se niega a entrar en la Sinagoga del Tránsito, monumento
emblemático del judaísmo. Hernández Arregui era ya un ensayista crucial. Y en
su excelente y flamante libro La Argentina imaginada (Aguilar), Hernán Brienza
lo reconoce como "el más sistemático de los pensadores nacionales".
Su rápida
evocación este articulista no lo había vuelto a leer desde los veinte años
viene a cuento no solo a raíz de la novedad editorial, sino principalmente
porque ese corpus influyente y esa idea aletargada, aunque matizados por el
tiempo y la democracia, constituyen la verdadera matriz ideológica de la
radicalización kirchnerista. Cristina , que alguna vez votó a Jorge Abelardo
Ramos (otro brillante prosista del trotskismo que acompañó a Perón, aunque
desde afuera y contra la Tendencia), regresa a ese nacionalismo hipnótico pero
anacrónico e intolerante, y lo reactiva y reactualiza después de la 125. El
silabeo "Vamos por todo" resulta quizás el puntapié inicial de esa
reelaboración simbólica; la organización que dirige su hijo es el afilado
dispositivo que encarna su ideario. Y ha quedado probado que la lapicera de
Máximo, como la mano que mece la cuna, gobierna ese mundo. A pesar de que
Alberto Fernández y otros "posduhaldistas" del Frente de Todos las
palomas pulsearán pragmáticamente con los halcones, estos últimos interpretan
el deseo profundo de la Pasionaria del Calafate, y no arriarán sus banderas ni
exigencias.
Este
nacionalismo autoritario veteado de un cierto izquierdismo inmaduro, que es
notoriamente incompatible con la democracia republicana y con la alternancia y
la división de poderes, puede verificarse en la prosa y los discursos de la
arquitecta egipcia y en el último gran documento de La Cámpora, que elaboraron
sus 120 referentes distritales, territoriales y gremiales. El texto liminar fue
redactado hace nueve meses y plantea un programa enérgico. En los prolegómenos
acusa al periodismo de haber entronizado a Cambiemos y de ser entonces el
responsable principal de la crisis.
También de
alguna manera por haber colocado en el centro de la agenda la palabra
"corrupción", táctica con la que los "poderes concentrados"
pretendieron sacar de la cancha a los militantes populares; defienden con esta
pirueta dialéctica a quienes le robaron vergonzosamente al pueblo; olvidan de
paso a los grandes empresarios que fueron sus cómplices y que por primera vez
están procesados, y soslayan esencialmente la necesidad de someterse como
cualquier hijo de vecino al Código Penal. La fórmula para salir del actual
"descalabro" incluye retomar la "democratización" de la
Justicia, debatir "una nueva institucionalidad", crear "una
nueva Constitución", y restituir el federalismo, siendo que las provincias
son hoy más solventes que nunca y que ellos practicaron, a su turno, un abyecto
unitarismo de premios y castigos.
Las propuestas
económicas son simples: "incrementar los ingresos de las grandes
mayorías", "una política fiscal expansiva", "modificar el
régimen de retenciones móviles" y fijar "un gravamen impositivo a la
renta financiera, a la compra de divisas y a los patrimonios blanqueados a
través de Bienes Personales". Luego "reestructurar la deuda
externa", y "denunciar y renegociar el acuerdo con el FMI y suspender
los desembolsos pendientes". Quieren retomar, obviamente, el proteccionismo
frente a la "avalancha importadora", omitiendo que aún hoy la
Argentina sigue siendo una de las naciones más cerradas del mundo. Sugieren
además restablecer la "legislación antidespidos" y "reincorporar
a todos los despedidos del sector público"; "retrotraer las tarifas a
niveles de 2016", habilitar "paritarias sin techo", reavivar la
ley de medios y anular la fusión de Cablevisión y Telecom. Finalmente, abogan
por traer de nuevo al Mercosur a la amada república bolivariana de Venezuela.
El documento es
mucho más rico y revelador que este injusto resumen epigráfico, pero deja al
descubierto descarnadamente lo que el "neosocialismo nacional",
conducido por Máximo Kirchner, anhela para un eventual período. Hay
observadores independientes que piensan de buena fe: la radicalización
resultaría hoy imposible porque Alberto la frenaría, y además porque estarían
obligados a gestionar un "populismo sin plata". El razonamiento es un
tanto ingenuo y subestima a Cristina Kirchner. Que reinará desde su poltrona
con mano de hierro para su mito intocado. Nadie se cura de su autoritarismo, y
en segundo término, esa nueva izquierda nacionalista ha tenido siempre muy
cerca el querer del poder, puesto que las reglas le importan un bledo y los
frenos institucionales inhibitorios se deshacen en el aire frente al ímpetu
"revolucionario". El axioma según el cual la caja llena envalentona y
la caja vacía modera es bastante discutible si uno entiende la resucitada
ideología y el carácter agresivo de los personajes que ahora lo encarnan.
Borges, a quien
Hernández Arregui detestaba, cita el apotegma de un humorista inglés (Ernest
Bramah): "El que aspira a cenar con el vampiro, debe aportar su
carne".