Axel Kaiser
El Ojo Digital, 11 de
Septiembre de 2019
Pocos temas en la época
moderna han adquirido un carácter más religioso que el del medioambiente, en
especial el calentamiento global. La histeria verde se globalizó con el
documental de Al Gore, intitulado Una Verdad Incómoda (2006), en la que el
posterior Nobel de la Paz haría una serie de predicciones catastróficas que no
sucedieron dentro de los plazos anunciados y que, por lo visto, no sucederán.
Greta, Cambio climático,
Ecología, Ambientalismo, Medio ambienteDe ahí en adelante, el negocio del
calentamiento global creció en la forma de miles de millones de dólares de
subsidios gubernamentales y de ONGs para todo tipo de investigaciones y
proyectos que, de alguna manera, se vincularan con el apocalipsis climático.
Los profetas del fin de mundo —nada nuevo en la historia humana— dicen que la
ciencia está clausurada, al tiempo que se encargan de perseguir como hereje a
cualquiera que se atreva a poner en duda su tesis.
Pero como cualquiera que
haya leído a Karl Popper entiende, lo que distingue a la verdadera actitud
científica del dogmatismo ideológico y religioso, es la apertura que la primera
tiene a aceptar evidencia en contrario y la realización de que las verdades
científicas avanzan sobre la base de conjeturas y refutaciones. En otras
palabras, sólo un enunciado que puede potencialmente ser demostrado como falso
es realmente científico, lo que implica que la verdad nunca es definitiva.
Afirmar que todos los cisnes son blancos, por ejemplo, es un enunciado de ese
tipo, pues un experimento que recolecte suficiente información podría concluir
que existen cisnes negros. Sostener que Dios nos guía en la Tierra no lo es, ya
que no hay experimento posible con la capacidad de refutarlo. Se trata, en este
último caso, de un dogma o una cuestión de fe.
El clima sin duda es, en
principio, un asunto científico, extremadamente complejo por lo demás. Pero la
actitud de muchos de quienes abrazan la agenda climática es religiosa, pues no
están dispuestos a aceptar la posibilidad de que emerja evidencia que rebata su
análisis. Más allá de si tienen razón o no —tal vez la tengan—, los profetas
del apocalipsis se han identificado de tal manera con su causa que les resulta
imposible concebir la opción de que las cosas no sean como dicen. Por eso, todo
científico —incluídos premios Nobel en física— que planteen escepticismo
respecto del 'consenso', es linchado y acusado de recibir financiamiento desde
las corporaciones petroleras.
La última moda en este
irracionalismo —esto es, la tendencia de privilegiar emociones por sobre la
búsqueda de la verdad— es la adoración de una joven de 16 años con Asperger a
la que han presentado como la salvadora de la humanidad, a pesar de que no
posee los mínimos conocimientos sobre el tema del que habla. Se trata de un
verdadero escudo humano de la causa ambientalista, al que difícilmente se puede
someter a un escrutinio riguroso, por lo cruel que parecería cualquiera que lo
intentara.
Esto es tan evidente, que a
sus defensores no les importó el hecho de que, como informó el medio alemán
Taz, el viaje que Greta Thunberg realizó en velero desde Europa a Nueva York
bajo el pretexto de que así no generaría emisiones, culminó dejando un rastro
de carbono mayor que si hubiera tomado un avión. Ello, porque fue necesario
enviar a cinco personas en un vuelo transatlántico para poder traer la
embarcación de regreso a Europa. Es más, incluso el capitán que lo condujo
durante la travesía anunció que regresaría en avión a su país. Así, en lugar de
haber volado ella con su acompañante, volaron seis personas para hacer posible
la puesta en escena, la que tuvo mucho de show, pero poco de conciencia
ambiental.
En un tiempo la tendremos en
Chile, donde seguro moverá hasta las lágrimas a opinólogos, intelectuales,
políticos y a las hordas de redes sociales. Esperemos que al menos en su viaje
hasta acá sus managers consideren comprarle un pasaje en avión; de lo
contrario, nos habrá acercado un poco más al holocausto que dicen querer
evitar.