jueves, 5 de diciembre de 2019

EL PRINCIPIO DE RECIPROCIDAD DE LOS CAMBIOS


       


(con post scriptum de los prof. J. Regnasco y Yemil Harcha)

                            Alberto Buela (*)
                                                    
                                                          
Hace ya muchos años en 1975 publicamos uno de nuestros primeros artículos en la revista Bancarios del Provincia sobre la subordinación de la economía a la política donde enunciábamos el principio de reciprocidad de los cambios. Pasados cuarenta y cuatro años pareciera que todo sigue igual, ni los economistas han acusado recibo de la idea ni los políticos se han honrado en meditarla. Nosotros hemos escuchado hablar por primera vez de este principio en el curso de economía política que nos dictara el honorable Dr. Ciccero como materia del último año del secundario, allá lejos y hace tiempo.

El asunto consiste en lo siguiente: El proceso económico inicial nos muestra que el hombre puede producir uno o algunos productos o brindar uno o algunos servicios, pero no todos. Y como para vivir se ve obligado a consumir muchos productos o utilizar muchos servicios que él no realiza o produce, el hombre ( varón o mujer) se ve obligado a intercambiar sus productos o servicios por el de los otros.
De este hecho elemental surge la ley primera de la economía: la de la oferta y la demanda, la que sostiene que existe una relación de mutua dependencia entre el valor de los bienes y la demanda que de ellos se hace. Así, bienes que existen en cantidad reducida y muy demandados suben de valor, mientras que bienes poco demandados y muy ofertados bajan de valor.

En las sociedades donde rige un minimum de justicia los intercambios se realizan entre individuos diversos y bienes diversos y esto no puede ser reglado por la justicia correctiva expresada en la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Por otra parte se necesita algo más que la ley de acero de la oferta y la demanda pues muchos cambios económicos afectan e implican un cambio social.
Así mientras, que tanto en la justicia distributiva como en la conmutativa el acto de la justicia aparece representado verticalmente por la acción del juez, en la justicia recíproca el acto de justicia es horizontal lo realizan las partes interesadas o en juego. Aquellas que intercambian.
La justicia correctiva o conmutativa, aquella que regula las relaciones entre las personas privadas hace que los cambios se efectúen según la ley de igualdad aritmética sin consideración de las cualidades o méritos personales (una mercadería y su precio; un trabajo y su salario). En cambio en la justicia distributiva que regula las relaciones entre la sociedad y sus miembros se debería asegurar una distribución de los bienes, proporcional a los méritos y capacidad de cada uno.

A diferencia de estas dos clases de justicia, la ley de reciprocidad de los cambios que venimos a estudiar acá, enunciada por Aristóteles en su Etica Nicomaquea dice así: “la reciprocidad (de los cambios) debe ser según la proporción y no según la igualdad aritmética” 1132 b 33, nos muestra un aspecto postergado por los economistas profesionales y jueces en lo económico.

La importancia del análisis de la reciprocidad de los cambios para el problema de la justicia económica estiba en que se aplica en transacciones voluntarias, al contrario de la ley del Talión, que se aplica generalmente a transacciones involuntarias.

Lo justo en toda transacción económica es que cada parte ofrezca “proporcionalmente” a lo que recibe y no “igualmente”, de ahí que es injusto cambiar un paquete de cigarrillos por un automóvil o una computadora por una cerveza, incluso más allá de la razón de necesidad que pueda obligar al intercambio, habida cuenta que cada hombre en el ámbito económico reviste el doble carácter de productor y consumidor.
En el intercambio de bienes económicos el valor del producto o servicio está dado no solo por la calidad y cantidad de trabajo humano para su realización (hecho rescatado por la teoría económica marxista) sino también por la capacidad del bien de satisfacer una “necesidad humana”.(verdaderas o, en su defecto,  falsas,  como son las creadas por la publicidad).

La ley de reciprocidad de los cambios, decíamos en ese primerizo trabajo de hace 44 años, viene a responder a la pregunta que dice: ¿Cómo debe ser el intercambio para que el productor-consumidor tenga interés y posibilidades de seguir produciendo y consumiendo? [1] El cambio debe realizarse de tal manera que al final del mismo tanto el productor como el consumidor, tanto el que vende como el que compra, puedan conservar, incrementando o disminuyendo aquello que tenían antes de la transacción en forma proporcional.
Nuestra experiencia en muchas charlas con economistas, recuerdo una con Eric Calcagno (padre del que fuera embajador argentino en Francia), prestigioso economista del campo nacional y popular, quien ante mi ponencia respondió que la economía no se ocupa de los problemas morales, reduciendo así el principio de la reciprocidad de los cambios a un postulado ético. ¡Qué grave error!. ¡Qué visión limitada e Ilustrada de la economía!. Y eso que se trata de un emblemático economista “nacional”, imagínense Uds. qué sucede con los economistas liberales que son mayoría. Con justa razón afirmaba don Arturo Jauretche que: la economía es demasiado importante paradejarla en manos de los economistas.

En nuestro último trabajo Notas sobre el peronismo, hemos sostenido que: “Perón propuso en su libro de economía Los Vendepatria la capitalización del pueblo y la morigeración de la ley de oferta y demanda del capitalismo salvaje, por la vieja ley griega de reciprocidad de los cambios, según la cual luego de un trueque comercial justo, las dos partes deben quedar en posiciones medianamente equivalentes de las que tenían antes de dicho trato comercial, y no una empobrecida y la otra, enriquecida a costa de la primera”.[2]
Así funciona el principio de reciprocidad de los cambios en la economía y si miramos con atención vemos como las leyes de defensa del consumidor y la creación de alguna secretaría de Estado creadas al efecto se apoyan en este principio fundamental de la economía, aun cuando los economistas no se den cuenta.

Hace ya muchos años afirmaba el P. Meinvielle, cuyo retrato preside esta sala, que: “La violación de la ley de reciprocidad de los cambios produce en lo internacional la acumulación de riquezas en el centro y el empobrecimiento correlativo de la periferia, es decir, convierte en coloniales o semicoloniales a las economías nacionales. Porque al no retribuirse recíprocamente las riquezas en el tráfico internacional, se provoca la acumulación en ciertos puntos a costa del enflaquecimiento de otros. Y así resulta que el efecto consustancial al capitalismo liberal, de concentrar las riquezas en manos de una oligarquía multimillonaria a costa del despojo operado contra el resto de los productores y trabajadores, se traduce en el campo internacional, por el poderío de la nación más fuerte que opera a manera de bomba aspirante y atrae hacia sí las riquezas de los débiles. Lo que significó Inglaterra en el siglo XIX y parte del XX, lo que desempeña hoy los Estados Unidos.”[3]

La moneda

Si bien, dice Aristóteles, “el verdadero valor de cambio es la necesidad.[4] y es aquello que determina a un bien como “bien escaso”. Sin embargo, es la moneda la que realiza la intermediación proporcional entre bienes diversos, valorando en un dólar un café y en cinco un almuerzo.
Así, la moneda que es una medida convencional viene a traducir  la verdadera medida de la necesidad, pues “si de nada tuviesen necesidad los hombres, o las necesidades no fuesen semejantes a todos, no habría cambio” [5]
Instituida la moneda como necesidad de los cambios nació la otra forma de crematística, o sea, de comercio lucrativo, que se opone a la otra crematística, que es la natural que opera sobre los frutos de la tierra y con los animales en la adquisición de riquezas.
Se distinguen ambas porque la crematística natural persigue un fin exterior a sí misma como es el buen vivir, mientras que la crematística lucrativa usada por aquellos que solo quieren vivir,  busca su propio aumento siempre ilimitado, y allí cae en la usura cuando el dinero se transforma en causa del cambio.

El griego tóxos= interés, viene de tíxto=engendrar. Del préstamo a interés viene la esterilidad congénita del dinero, que como decían los antiguos pecunia non parit pecuniam. De todas las formas de crematística esta es la más contraria a la naturaleza.
Al respecto observa Aristóteles que “algunos convierten en crematísticas todas las facultades, como si el producir dinero fuera el fin de todas ellas y todo tuviera que encaminarse a ese fin” [6]
Según Karl Polanyi (1896-1964), para algunos el economista socialista del Papa Francisco: “La famosa distinción entre economía propiamente dicha y adquisición de dinero o crematística es la indicación más profética que se haya hecho nunca en el campo de la ciencias sociales.”[7]
La corrupción de la economía moderna consiste en considerar sus fines como idénticos a la crematística ignorando que el fin de la primera consiste en enseñar a usar los bienes, mientras que la segunda se limita a adquirirlos.
La economía quedó reducida a la crematística ilegítima de adquisición infinita de bienes que terminó plasmándose en el imperialismo internacional del dinero, que rige hoy el destino de las naciones y los pueblos.


Vemos como el precio según la ley de reciprocidad de los cambios no puede quedar librado al monoteísmo del mercado y su ley de la oferta y la demanda sino que tiene que estar regulado además por la reciprocidad proporcional de toda transacción económica justa. Y como el valor de los bienes económicos no es un valor absoluto sino relativo en tanto bien útil dentro de ciertos límites, que imponen los fines objetivos de la naturaleza humana, nada impide que los bienes económicos (algunos, sobre todo los estratégicos)  sean fijados por una instancia superior jurídica o política en vista a los verdaderos intereses del bien común general del pueblo de la nación.
Recordemos a esa cabeza especulativa excepcional que fue Julio Meinvielle: “No es posible violar la ley de la oferta y la demanda impunemente, no se puede dirigir esta ley despóticamente, pero se puede utilizar y dirigir políticamente”.[8]
Addenda

Quisiera terminar con un pequeño comentario acerca de lo que ha sucedido en economía en este último medio siglo. Surgió la Escuela austríaca de economía cuyas fuentes principales fueron Mises, Heyek y Rothbard y que lograron su proyección mundial a través de autores como Huerta de Soto, Woods, L. Read y Chafuen. La Escuela sostiene un marcado liberalismo económico pero, lo paradójico, es que sus principales miembros dicen inspirarse en la Escuela tardo escolástica de Salamanca del siglo de Oro español, que expresó el pensamiento tradicional católico.
Los austro-libertarios dejan de lado ideas básicas como la de bien común y justicia. Niegan la Providencia divina a favor del laissez faire, afirmando que Dios es un libertario (de Soto); afirman solo la libertad negativa como auto determinación, al estilo de Kant y Hegel; critican cualquier intervención estatal en el ámbito privado; afirman un voluntarismo ciego de los mercados, un subjetivismo amoral y un individualismo exacerbado y un indiferentismo religioso.

Mientras que la Escuela de Salamanca afirmó el origen divino del poder civil; negó el primado de conciencia protestante; negó la libertad de profesar cualquier religión, privilegiando la católica; condenó la libertad de imprenta; puso como objetivo de la actividad económica y política el bien común sobre el individual y otorgó primacía a la justicia y a la equidad en estas relaciones; afirmó la libertad positiva de la persona en sus actos.
Esta transfugada intelectual radica en la incesante infiltración, sobre todo después del Vaticano II, en el meollo de la teología y la filosofía católicas por parte de fuerzas no católicas.
Quiero llamar la atención ante este movimiento con fuerte peso judaizante y protestante, según el economista español Daniel Marín, que estudió este tema en forma puntual en Destapando al liberalismo, Ed. SND, Madrid, 2018.
Es de desear que nuestros católicos liberales, tipo Romero Carranza o Gabriel Zanotti, se prevengan de semejante fraude donde se les vende gato por liebre.



Post Scriptum

Carta de Josefina Regnasco(*) (19/9/07)
(*) principal investigadora universitaria en tecnología e ideología

Estimado Alberto:

He leído con sumo interés este artículo, aunque no se si lo he entendido
correctamente.
Me parece que el principio de reciprocidad sería un criterio interesante
para contraponer a la voracidad del mercado, pero lo que no se es cómo podría fijarse el valor (o el precio) de un producto para que responda a esta reciprocidad.
No se si esta perspectiva de la reciprocidad tiene algo que ver con la
Economía
de Equivalencia, que Dieterich Stefens y Arno Peters habían comenzado a elaborar, (no se si habrán continuado), reconociendo sus dificultades. Entre éstas, estaba la dificultad para calcular el valor de un producto y según éste, fijar su precio (problema que ninguna teoría económica pudo resolver, por lo que dejaron el tema librado al mercado).
Aunque la teoría marxista reconoce como criterio el valor-trabajo, ¿cómo
calcular el valor del trabajo requerido para producir un kilo de pan?. Porque no sólo hay que calcular el valor del trabajo del panadero:
está el del agricultor, el del obrero de la fábrica de tractores, el del
productor de gasolina, el del chofer del camión que transporta la harina, etc.etc. (Por eso es que Marx reconocía que en este intercambio estaba implícita la equivalencia, aunque los actores económicos no lo supieran ("no lo saben, pero lo hacen", afirmaba, por lo cual reconocía en la categoría de mercancía "supuestos metafísicos").
En efecto, el mercado equilibra, en un proceso extendido en el tiempo,
precio y valor, pero cuando los equipara, ya no hay ganancia, razón por la cual la economía capitalista es un sistema ultra tensionado que no puede estar nunca en equilibrio.
Además, está otro problema, que la teoría económica elude: el de la
externalización de gastos.
Y otro problema: ¿de qué manera calcular el ahorro social para construir
puertos, escuelas, hospitales...?
También veo en la teoría de la reciprocidad, algo que me parece muy
interesante, y es su similitud con el principio de las sociedades originarias, de no tomar nada de la naturaleza que no le sea de alguna forma devuelto, según el también llamado "principio de reciprocidad".
Estas observaciones llevan también a cuestionar el concepto de hombre y
de naturaleza subyacentes a las actuales teorías económicas, dado que los economistas ignoran hasta qué punto sus teorías están condicionadas
por principios filosóficos erróneos.
Bueno, el tema da para seguir charlando... Un abrazo. Josefina

Carta de Yemil Harcha (*) 20/9/07
(*) profesor universitario de economía en Chile

Estimado amigo Alberto:
Soy profesor de economía hace 30 años y su intuición sobre la reciprocidad económica es muy correcta, con una salvedad que el tiempo no me permite profundizar ahora: la ley de la oferta y la demanda no es sino la pantalla ideológica de la guerra económica que los ricos han declarado a los pobres hace tiempo. No hay en el mundo real nada parecido. Es mas, mientras más lo pienso, más seguro estoy de que no hay nada en la vida real que pueda ser llamado mercado, pues este requiere una serie de condiciones modelisticas que no existen realmente. Es otro cuento más. Y cuando despertemos va a ser tarde, estaremos en el imperio sonriente y musical de los imbéciles. Lo que si el modelo podría ser usado en otro ambiente, socialista por ejemplo. Pero jamás entre bandidos.

Calcagno fue profesor mío y también de Atilio Borón que Ud. conocerá, y probablemente se inoculó con el bichito "cuentitativista" que oculta magistralmente a esas consideraciones tan vagas como necesarias: la ética, el Estado y la justicia.
Todo porque no sabemos suficientes matemáticas como para mandarlos a freir monos con sus manidas y torcidas ecuaciones made in usa. Que cualquier estudiante de matemáticas de doctorado francés con claridad y caridad política, podría destruir de una plumada. Si gusta podemos profundizar el tema.
Si me permite mandaré su artículo a los asesores de Chávez porque están justamente trabajando muy constructivamente este tema. Lo que es Kirchner parece que ya se entrego al sistema...y el sistema lo perdonó. O estoy muy errado (herrado?). Y el pobre Lula? Y el pobre Mercosur?
Gracias por sus útiles reflexiones. Y.H.



                  

(*) UTN (Universidad tecnológica nacional)- Univ. de Barcelona

CeeS (Centro de estudios estratégicos suramericanos)- Federación del Papel


[1] Buela, Alberto: La subordinación de la economía a la política, en Bancarios del Provincia N° 339/40, Bs.As. oct-nov. 1975
[2] Buela, Alberto: Notas sobre el peronismo, Buenos Aires, Ed. Grupo Abasto, 2007, pp.16-17
[3] Meinvielle, Julio: Conceptos fundamentales de la economía, Ed. Nuestro Tiempo, Bs.As. 1953, p.75
[4] Aristóteles: Etica Nicomaquea, “toúto d´esti te aletheia he jréia” , 1133 a 26.-
[5] Aristóteles: Idem ut supra, 1133 b 23
[6] Aristóteles: Política, 1258 a 5.
[7] Polanyi: La grande transformation, Ed. Gallimard, Paris, 1983 p. 84
[8] Meinvielle, Julio: op. cit. ut supra, p. 79