cómo Suecia se enfrentó al virus sin un
encierro
Por Thomas Erdbrink and
Christina Anderson
Infobae, 3 de Mayo de 2020
Ella estaba apoyada en su
bastón, descansando brevemente entre docenas de jóvenes suecos radiantes, disfrutando
de uno de los primeros días soleados de primavera del año.
“Estoy tratando de no
acercarme demasiado a las personas”, dijo Birgit Lilja, de 82 años, explicando
que tuvo que salir de casa para recoger una nueva identificación. “Pero les
confío en que sean cuidadosos conmigo”.
La confianza está en altos
niveles en Suecia — en su gobierno, en las instituciones y en sus compatriotas.
Cuando su gobierno desafió la sabiduría convencional y se rehusó a ordenar un
cierre de emergencia total para “aplanar la curva” de la epidemia de
coronavirus, los funcionarios de salud pública señalaron que la confianza es
una justificación central.
Los suecos, dicen, que se
les puede confiar en quedarse en casa, que sigan los protocolos de distancia
social y que se laven las manos para desalentar la propagación del virus — sin
ninguna orden obligatoria. Y, en gran medida, Suecia parece haber sido exitosa
en controlar el virus como muchas otras naciones.
La tasa de mortalidad de
Suecia, de 22 por cada 100,000 personas, es la misma que la de Irlanda, que se
ha ganado elogios porque su manejo de la pandemia ha sido mucho mejor que en
Gran Bretaña o Francia.
Aún así, en este cálido día
de primavera, por lo menos, se ve poca evidencia de las personas están cuidando
los protocolos — lo que añade más misterio al aparente éxito de Suecia del
manejo del azote sin un encierro económicamente devastador.
Alrededor de Lilja, a lo
largo de la calle Skanegatan, en el barrio de Södermalm en Estocolmo, los
suecos más jóvenes abarrotaron bares, restaurantes y un parque la semana
pasada, bebiendo al sol.
Se reían y disfrutaban de
las libertades consideradas normales en la mayoría del mundo hace no tanto
tiempo, antes de que los encierros por el coronavirus, las cuarentenas, y las
restricciones en masa volcaran las normas sociales. Mientras que en otras
naciones europeas comienzan a considerar reabrir sus economías, la experiencia
en Suecia parecería argumentar por menos precauciones, no más.
“Mi respeto por los que
murieron, pero estamos haciendo algo bien aquí en Suecia”, dijo Johan Mattsson,
de 44 años, mientras tomaba una copa en un café en la calle Skanegatan.
El consultor del restaurante
elogió las libertades que tenía en Suecia en comparación con otros países. “No
veo estadísticas muy diferentes en muchos otros países”, dijo. “Estoy feliz de
que no tuviéramos que haber entrado en un encierro. La vida tiene que
continuar”.
Mientras
otros países tuvieron que pisar los frenos, Suecia mantuvo sus fronteras
abiertas, dejó que los restaurantes y los bares siguieran sirviendo, dejó
guarderías y escuelas en sesión y no puso límites al transporte público o
salidas en parques locales. Peluqueros, estudios de yoga, gimnasios e incluso
algunos cines han permanecido abiertos.
Reuniones de más de 50
personas están prohibidas. Los museos están cerrados y los eventos deportivos
han sido cancelados. Al final de marzo, las autoridades prohibieron las visitas
a asilos.
Eso es casi todo. Casi no
hay multas, y los oficiales de policía sólo pueden pedirle a la gente que sigan
las reglas. Los peatones que usan máscaras generalmente son observados como si
acabaran de aterrizar de Marte.
El domingo, cinco
restaurantes fueron cerrados por no cumplir con los requisitos de
distanciamiento social. Sin embargo, no fueron multados y se les permitirá
reabrir después de pasar una inspección, dijo Per Follin, el oficial médico
regional del Departamento de Control y Prevención de Enfermedades
Transmisibles.
A lo largo de la crisis,
Suecia ha tenido suficientes unidades de cuidados intensivos para atender a
pacientes con COVID-19, dijo la ministra de Salud y Asuntos Sociales, Lena
Hallengren, en una entrevista, refiriéndose a la enfermedad causada por el
virus. “Tenemos 250 camas vacías en este momento”.
Una recopilación de cifras
de mortalidad de The New York Times descubrió que muchos países estaban
contando miles de muertes de menos de COVID-19, mientras que Suecia reportó
solo 400 muertes más de lo esperado entre el 9 de marzo y el 19 de abril.
Pero esto no quiere decir
que Suecia haya escapado las consecuencias del COVID-19 del todo.
La Autoridad de Salud
Pública de Suecia admitió que las personas de la tercera edad del país se han
visto muy afectadas, y que el virus se propagó por el 75% de las 101 residencias
de ancianos en Estocolmo. Los empleados de los hogares se han quejado de la
escasez de equipos de protección personal.
La autoridad anunció la
semana pasada que más del 26 por ciento de los 2 millones de habitantes de
Estocolmo se habrán infectado antes del 1 de mayo. Pero incluso esa cifra se
presentó como una victoria: una serie de infecciones que podrían limitar
futuros brotes, alcanzados sin sufrir un número excesivo de muertes.
El enfoque más libre no ha
aislado completamente la economía de Suecia, principalmente porque el país
depende de las exportaciones, dijo la ministra de finanzas, Magdalena
Andersson. Ella dijo que es probable que la economía se reduzca en un 7% este
año, “pero, por supuesto, los peluqueros, restaurantes y hoteles están menos
afectados en comparación con otros países”.
Desde los primeros signos de
la pandemia, la Autoridad de Salud Pública de Suecia decidió que un encierro no
tendría sentido. “Una vez que entras en un encierro, es difícil salir de él”,
dijo el epidemiólogo estatal del país, Anders Tegnell. “¿Cómo vuelves a abrir?
¿Cuando?”.
Científicos como el señor
Tegnell, quien se ha convertido algo así como una celebridad en Suecia, y no
los políticos, han dirigido el debate sobre la respuesta del coronavirus.
Los líderes políticos rara
vez asisten a conferencias de prensa sobre el virus, y la Constitución sueca
impide que el gobierno se entrometa en los asuntos de las autoridades
administrativas independientes, como la Autoridad de Salud Pública.
Si bien hubo algunas conversaciones
tempranas en Suecia sobre el logro de la “inmunidad de rebaño”, lo que
significaría infectar al menos al 60 por ciento de la población, Tegnell niega
que esa fuera la política del gobierno.
“Básicamente, estamos tratando de hacer lo
mismo que la mayoría de los países — reducir la propagación tanto como sea
posible”, dijo. “Es sólo que utilizamos herramientas ligeramente diferentes que
muchos otros países”.
Cuando se evalúan las
respuestas después de la crisis, Tegnell reconoce que Suecia tendrá que
enfrentar su gran fracaso con personas mayores de 70 años, que han representado
un llamativo 86% de las 2,194 muertes del país hasta la fecha.
Ese porcentaje está más o
menos a la par de la mayoría de los otros países, pero algunos críticos dicen
que la tasa de mortalidad entre las personas mayores podría haber sido mucho
más baja con una preparación adecuada. En una carta a uno de los periódicos más
destacados de Suecia, Dagens Nyheter, 22 científicos acusaron a la Autoridad de
Salud Pública de negligencia.
“Le dicen a la gente que se
queden en casa, pero también mantienen abiertos los restaurantes”, dijo Lena
Einhorn, viróloga y una de las personas que firmó la carta. “Están aconsejando
a las personas que trabajan en hogares de ancianos que solo usen máscaras
cuando un paciente está enfermo. Sus políticas son ambiguas y rígidas”.
Ante la ausencia de
recomendaciones de la Autoridad de Salud Pública, un hogar de cuidado judío
cerca de Estocolmo decidió unilateralmente prohibir las visitas, dijo Aviva
Kraitsik, el jefe de operaciones, quien pidió que el nombre de la instalación
fuera ocultado debido a las amenazas anteriores que había recibido.
Las autoridades de
salubridad fueron tan lejos como para ordenar que los señalamientos de “no
visitantes” fueran quitados. Kraitsik se rehusó. “Dije que me podían ponerme
tras las rejas”, ella dijo. “Estaba preparada para tomar mi castigo por
proteger a nuestros residentes”.
Pero fue demasiado tarde. El
virus ya se había infiltrado en el interior y finalmente mató a 11 de los 76
habitantes.
Fue sólo después de que la
casa requirió que los empleados usaran protectores faciales y máscaras cuando
trabajaban con todos los residentes, incluso aquellos que no mostraban
síntomas, que se logró detener la propagación de la infección, dijo Kraitsik.
La ministra de salud y
asuntos sociales, Hallengren, reconoció que ha habido una falta de equipo
protector, aunque notó que mucha gente “que trabaja en el sector del cuidado de
la gente de la tercera edad, no están acostumbrados a trabajar con E.P.P.”.
“Deberían haber podido
evitar esto”, dijo Elisabeth Asbrink, una escritora y publicista que ha
criticado el enfoque del gobierno. En los últimos años, Suecia, como muchos
otros países, ha transferido tales hogares del control estatal al privado, dijo
ella, y el nivel de atención ha sufrido. “Esto no ha sido bueno para los
débiles y los ancianos, especialmente ahora”.
Tales pensamientos estaban
lejos de las mentes de las docenas de estudiantes graduados que se reunieron
para celebrar el viernes por la noche en varios bares en la plaza
Medborgarplatsen en Estocolmo. Se amontonaron alrededor del bar, abrazándose y
besándose, y generalmente ignorando las reglas. La policía no hizo ningún
movimiento para detenerlos.
c.2020 The New York Times Company