Por Christian Sanz
Tribuna de Periodistas -16/06/2020 6 657
El
espionaje macrista dejó curiosidades de diversa índole. Preguntas que aún no
logran ser respondidas. Inquietudes que superan el sentido común.
Todos y cada uno de los
interrogantes que surgen al respecto irán encontrando respuesta al paso del
tiempo, en el mediano y largo plazo. Caerán aquellos que deban caer y rodarán
las cabezas que deban rodar. Como debe ser. Incluso si se trata de la “testa” de
Mauricio Macri. Nadie debe quedar impune.
Más allá de tal cuestión,
que es primordial e indiscutible, debe mencionarse la cuota de hipocresía que
ostenta el kirchnerismo a la hora de hablar sobre espionaje ilegal.
¿O acaso no es una enorme
ostentación de caradurismo señalar a otros por los vicios cometidos por ellos
mismos en el pasado?
Los cronistas de Tribuna de
Periodistas lo pueden desnudar en primera persona, porque fueron —fuimos— de
los principales damnificados por ese oscuro sistema de espionaje K. En todas
sus variantes: seguimientos, pinchaduras de teléfonos, amenazas, intrusión a
los correos electrónicos, hackeo a la página web del portal, etc... todo ello
denunciado ante la Justicia, como corresponde.
Pero no se trata de una
potestad solo de los que trabajan en este sitio, sino de todos aquellos que se
atrevieron a contradecir el monolítico discurso K. No solamente periodistas,
sino también empresarios y referentes de la política vernácula.
Para llevar adelante sus
macabros planes, el kirchnerato contrató a puntuales hackers, cuyas identidades
fueron reveladas en julio de 2006 por TDP, lo cual obligó a cambiar la estrategia
al entonces oficialismo K.
Dos meses antes, en mayo de
2006, se contó en exclusiva cómo el kirchnerismo pinchaba los teléfonos de
propios y ajenos: “En nuestro país suelen utilizarse unas terminales de
computación denominadas DVCRAU que cumplen la misma misión que Echelon pero con
menores pretensiones. Esas máquinas funcionan incansablemente en la oficina que
la SIDE posee en Av. de los Incas 3834, más conocida como Ojota (Observaciones
Judiciales)”, de acuerdo a la nota periodística de marras.
Dos años más tarde, en 2008,
quien escribe estas líneas reveló cómo Néstor Kirchner había decidido replicar
el sistema que había pergeñado en Santa Cruz años antes, a través del espionaje
del denominado D2, comandado por el ex jefe de policía de Santa Cruz, Wilfredo
Roque.
Pocos saben que en sus
tiempos de gobernador de esa provincia, el fallecido marido de Cristina hacía
espionaje hacia dirigentes opositores, periodistas díscolos, y jueces y
fiscales.
Ese mismo año, en mayo, este
cronista entrevistó a un espía de la AFI llamado Iván Velázquez, quien admitió
en “on the récord” que “el Gobierno nos pidió espiar a funcionarios y
periodistas”. Incluso aportó detalles escabrosos al respecto.
Tres años antes, en 2005,
Aníbal Fernández —entonces ministro del Interior— mandó a hackear este portal,
molesto por nuestras revelaciones sobre sus vínculos con el narcotráfico. En 48
horas un equipo de TDP logró descubrir quién había operado como “mano de obra”:
un joven llamado Juan Carlos Carnero, a sueldo de la exSIDE… y de Aníbal.
En esos mismos días, este
periodista recibía ingente cantidad de amenazas, tanto a su teléfono de línea
como a su celular. Eran aprietes que habían empezado en 2003, a la par del
inicio de las investigaciones sobre el incipiente kirchnerismo. La siguiente es
la primera de una serie de denuncias que se presentaron en la Justicia
entonces:
Al paso de los años llegaron
los ya referidos seguimientos e intrusiones a los mails personales. A la par,
comenzaron los escraches en diarios y revistas K —mayormente los de Sergio
Szpolski— y los señalamientos en programas de TV como 678 y Duro de Domar.
Luego, llegó la ruptura de
Cristina con Antonio Stiuso y Fernando Pocino, los “delegados” del espionaje
contra sus enemigos, y apareció un nuevo personaje en escena: César Milani, un
personaje funesto, vinculado a lo peor de la última dictadura militar. De su
mano, la hoy vicepresidenta armó en 2013 un sistema de inteligencia paralelo.
Tan o más polémico que el anterior.
Pronto, en el mismo año,
estalló otro escándalo, aquel conocido como “Proyecto X”, que dejó al
descubierto que la Gendarmería hacía espionaje interno a pedido del
kirchnerismo. Llegó al extremo de infiltrarse en las marchas por la muerte de
Mariano Ferreyra. Y aunque lo negó en un principio, Cristina debió aceptar
finalmente que el sistema ilícito estaba vivito y coleando.
Cinco años después, en 2018,
en un allanamiento ordenado por Claudio Bonadio, a la hoy vicepresidenta le
encontraron pruebas de espionaje contra diversos “enemigos” políticos.
Una de las carpetas
ostentaba las pruebas de la operación contra Francisco De Narváez, ocurrida en
2009 y desactivada por este cronista gracias a fuentes del propio kirchnerismo.
La expresidenta también
tenía “dossiers” sobre Stiuso y sobre el financista de la ruta del dinero K
Federico Elaskar. Incluso escuchas telefónicas realizadas a la siempre polémica
minera Barrick Gold.
Sin embargo, la frutilla del
postre llegaría en marzo de este año, cuando se reveló que un agente de la AFI
llamado Niv Sardi, nombrado como director de Tecnología de esa agencia,
trabajaba en un software para espiar a periodistas y otros referentes por
WhatsApp. La revelación de TDP le costó el cargo a Sardi finalmente.
Mucho más podría contarse,
pero sería redundante. La idea que se intenta desarrollar ha quedado bien
clara: el macrismo merece todo el repudio del mundo por sus intrusiones
ilegales, pero el kirchnerismo no es el más indicado para señalarlo.
Es que la hipocresía, tal
como dijo alguna vez Molière, es “el colmo de todas las maldades”.