del aguante y el clima de
vísperas
Jorge Raventos
La Prensa, 25.09.2020
Con el cepo “para aguantar”
(Martín Guzmán dixit) la escasez de dólares como símbolo de la etapa, el
gobierno naional se ha transformado en una estructura a la defensiva. Eduardo
Duhalde ve groggy a Alberto Fernández (lo compara con Fernando De la Rúa y con
él mismo cuando preparaba su retirada) y el Presidente procura desmentirlo
exhibiendo algunos gestos de combatividad que -al revés-, confirman su
endeblez.
Exhortar a los argentinos a
“ahorrar en pesos” justo en el momento en que cuatro millones de pequeños
ahorristas se ven frustrados en su intención de comprar los pocos dólares que
el gobierno hasta una semana atrás les admitía, parece una muestra de
ingenuidad o de confusión. La falta de confianza en el peso requiere remedios
más eficaces que el discurso voluntarista.
La falta de confianza se
traslada al gobierno. Probablemente porque éste suele encapsularse en una
atmósfera interna tensada por pujas de influencia y , en esa dialéctica, la
figura presidencial se desdibuja mientras crece la de su gran electora, la
vicepresidente, que ante el espacio desierto y por mero efecto gravitatorio
establece sus preocupaciones y afanes como prioridades.
El gobierno alega que es la
influencia mediática la que induce esa imagen. “En el diario de ustedes le
echan de todas las culpas de lo que sucede en Argentina a Cristina Kirchner”
-les reprochó anteanoche el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, a dos
periodistas del grupo Clarín.
Una cosa no es óbice para la
otra y un dirigente político debería comprenderlo. El conflicto con los medios
dominantes es sencillamiento otro dato objetivo que converge en el decaimiento
general del gobierno, más que su causa. Conviene quizás considerarlo un
síntoma. Habitualmente en tiempos de dificultades se observan esos indicios,
esos climas.
CLIMAS ACIAGOS
Cuando un columnista tan
establecido como Joaquín Morales Solá -presidente de la Academia Nacional de
Periodismo, nada menos- escribe un artículo como el que firmó el último domingo
en La Nación vale la pena preguntarse qué está pasando (o qué está por pasar).
“El país vacila ante el
abismo (...) El paisaje es yermo, se lo mire desde donde se lo mire (...)
Cristina Kirchner se dio el lujo político de destituir a tres jueces que la juzgaron
o la juzgarán con el voto de 41 senadores de los 72 que hay en total. La
rendición de la dirigencia peronista es tan alarmante como la decadencia
económica (...) la deserción de la Corte Suprema frente a un grave conflicto
institucional, la complicidad de la Cámara de Casación Penal (que aprobó las
destituciones) y las insoportables dilaciones de la Cámara en lo Contencioso
Administrativo, que no resuelve nada sobre el planteo de los jueces
damnificados (...) La Corte Suprema huyó de su responsabilidad institucional,
que la obliga a tomar una decisión en el caso de los tres jueces destituidos de
hecho por el Senado que gobierna Cristina (...) La Corte calla (..) La
oposición está acorralada (...) Cristina avanza, pero el precio político es
cada vez más caro para ella y para Alberto Fernández. Podría serlo también para
la Corte Suprema”.
El autor describe un cuadro
dramático (sobre el que implícitamente reclama soluciones) que abarca no sólo a
los poderes institucionales (Ejecutivo, Legislativo, Judicial en diferentes
instancias, incluso la suprema), sino -si bien se mira- a su basamento, la
soberanía popular, que es la que los entronizó. Es un retrato de catalepsia
social e institucional.
La desasosegada perspectiva
de Morales Solá no es excepcional. A juzgar por las movilizaciones que se
vienen produciendo en ciudades del país, hay un número considerable de personas
que no parecen dispuestas a convivir con el gobierno, ni tampoco a admitir
fallos judiciales, normas legislativas o conductas políticas que no coincidan
con sus juicios (o prejuicios).
LA JUSTICIA Y EL PODER
Pequeño detalle: hay una
amplia porción de la ciudadanía que votó aquellos poderes y no comparte ni las
prioridades temáticas ni necesariamente las sospechas o las inquinas del sector
que se refleja en aquella descripción. Dentro de ese amplio conglomerado hay,
por otra parte, una legión mucho menos numerosa pero sí intensa, que expone sus
propias ideas con un simétrico énfasis patético. Si para aquellos la señora de
Kirchner ordena todos los fallos judiciales, las normas legislativas y las
medidas administrativas de las que ellos abominan, para la minoría intensa que
se referencia en la señora, las investigaciones judiciales que la incriminan
son obra de lo que denominan lawfare. Unos y otros coinciden, irónicamente, con
Trasímaco (Platón, La República): “Te digo que la justicia no es otra cosa sino
la ventaja del más fuerte".
Sólo que para unos “el más
fuerte” es la señora de Kirchner (o el gobierno, o el peronismo) y para los
otros es el poder financiero (la oligarquía, los grandes medios, el imperio,
etc.).
Esa es la infraestructura de
la grieta, que parece volver imposible la conviviencia. Un fenómeno que se
incementa con las dificultades y tensiones económicas y con el agravante de una
pandemia que no parece tener fin a la vista.
Una sociedad necesita
convencerse de que tiene un destino común. Necesita también tener una autoridad
firme y legítima, capaz de suscitar confianza incluso en los fragmentos que se
resisten a la unidad.
Roelf Meyer, uno de los
pilares del proceso de pacificación de Sudáfrica - y hoy un prestigiado
mediador en la búsqueda de salida a situaciones de conflictos ancestrales
(Irlanda, Colombia) ens eña que “no se puede superar enfrentamientos cuando una
de las partes se siente superior a la otra. Si hay supremacismo, no puede haber
redistribución del poder. Unos creen merecerlo todo y otros luchan por
quitárselo todo”. Para él, el secreto para pacificar reside en “transformar la
identidad de cada parte y todos sus principios irrenunciables en cuotas de
poder, porque la identidad y los principios no se pueden repartir, pero el
poder político, sí”. Y “el síntoma de que vas en la buena dirección es que todos
dejan de hablar del pasado y sus grandes gestas y empiezan a hablar del futuro
y el presente”.
Argentina ha encontrado
momentos de ese tipo. Lamentablemente, siempre sobrevinieron después de alguna
crisis grave. ¿Será posible evitar esa condición?
Para salir de su repliegue,
y fortalecer la gobernabilidad, el Presidente debería recuperar el espíritu de
sus primeros mensajes, los compromisos de trabajo en común con todos los
gobernadores y con los sectores económicos y sociales, la actitud colaborativa
de los primeros momentos de la pandemia y la formulación de un proyecto de
reactivación y crecimiento. Ir más allá del aguante, hablar del presente y el
futuro.