DESARROLLADO EN
ESTADOS UNIDOS
Marco Tosatti, 16 de noviembre del 2020
Entrevista que el
arzobispo Carlo Maria Viganò dio a Katholisches.info. Disfruten de la lectura.
Durante años
Vuestra Excelencia fue nuncio apostólico en los Estados Unidos. Conoce muy de
cerca a ese país, primera potencia mundial, especialmente del mundo libre. ¿Qué
está sucediendo allí?
Los Estados Unidos
de América asisten en estos meses a la implantación del plan mundialista, en el
cual participan todas las naciones del mundo. Dicho plan no puede dejar de
incluir también a la que es la más importante democracia de Occidente, tanto
por su poderío económico como por el papel protagonista que desempeña en el
equilibrio político internacional. Con Donald como presidente en Estados
Unidos y una mayoría republicana en el Congreso y en los estados de la unión se
concretaría la oposición, la voz discordante del pensamiento único, y eso la
dictadura mundialista no lo puede tolerar. No olvidemos que la ideología de la
izquierda mundialista no acepta voces disidentes que la pongan en tela de
juicio. Lo que estamos viendo es un ataque planificado y sumamente organizado
que se sirve de la colaboración de sectores importantes de las instituciones y
de la práctica totalidad de los medios informativos, y que está financiado por
poderosas multinacionales y organizaciones internacionales. Por otra parte, es
evidente que también hay interferencias externas, tanto en términos económicos
como en lo que se refiere a apoyo por parte del candidato demócrata.
Me gustaría
señalar además el papel desestabilizador llevado a cabo por movimientos
próximos al Partido Demócrata como Black Lives Matter y Antifa, todos ellos
financiados por Soros. El lapso de tiempo transcurrido entre el anuncio
extraoficial de la victoria de Joe Biden y la confirmación del verdadero
vencedor podría ser aprovechado por la izquierda para provocar alteraciones y
disturbios, según el conocido guión del estado profundo.
A finales de
octubre V.E. dirigió al presidente Trump una carta abierta de tono bastante apocalíptico.
¿Considera adecuado ese tono? ¿Cree que, una vez concluidas las elecciones, ha
quedado confirmado? ¿Están justificadas las acusaciones y la preocupación
porque haya habido un fraude sistemático?
El empleo de la
palabra apocalíptico en este contexto me parece totalmente acertado, porque se
refiere a la batalla final entre Dios y Satanás anunciada en las Sagradas
Escrituras. Los sucesos que estamos presenciando tal vez no sean los del enfrentamiento
definitivo, en el cual parecerá que el Anticristo se impondrá y la Iglesia y la
sociedad tradicional serán objeto de una despiadada persecución. Lo que sí es
seguro es que esta fase histórica tendrá repercusiones directas en los modos y
tiempos en que se instaurará el reino del Anticristo. En este sentido, la
presidencia de Trump puede suponer un serio obstáculo contra el estado profundo
y el mundialismo, que en su esencia ideológica es antihumano y anticristiano.
Si el destino del mundo está en juego, yo diría que el tono no puede ser otra
cosa que apocalíptico.
Por lo que
respecta al fraude electoral que está saliendo a la luz en los últimos días,
creo que es imprescindible que los organismos responsables aclaren la situación
para garantizar la regularidad del recuento. La democracia no se puede invocar
alternadamente, deslegitimándola como populismo en cuanto la voluntad popular
se aparta de lo que quiere imponer la élite. Para alcanzar el poder y
mantenerlo, la izquierda internacional siempre se ha valido exclusivamente de
la violencia de las armas o de fraudes: pensemos en el totalitarismo
socialista, en sus variantes nacionalsocialista, fascista y comunista.
¿Cómo es posible
que en los Estados Unidos, país prototipo de las democracias representativas,
pueda manipularse una elección?
La posibilidad de
que las elecciones sean objeto de manipulación me parece confirmada por la
evidencia. Los numerosos videos posteados en las redes sociales en los que se
ve a encargados del escrutinio manipulando las boletas, así como sacos de votos
arrojados a contenedores de basura o abandonados en las aceras, o a fanáticos
que se jactan de haber falsificado votos por odio a Trump, no dejan lugar a
dudas. Lo que habrá que verificar no es la existencia de esos fraudes, sino su
naturaleza y gravedad. No olvidemos tampoco las manipulaciones descubiertas en
los programas computacionales de recuento de votos y de los accionistas y
dueños de las empresas encargadas de la gestión de los mismos.
No estamos hablando
de algún pequeño tejemaneje en un condado desconocido, sino del sistema en su
conjunto, en el que las interferencias externas están resultando ser
sistémicas, deliberadas y siempre coordinadas a favor de Biden y en perjuicio
de Trump. Independientemente de quien sea ganador al final, el resultado de
estas elecciones no puede seguir envuelto en dudas sobre tan gravísimas
irregularidades. Por algo están actuando los tribunales en base a centenares de
denuncias para verificar lo sucedido.
Con todo, no puedo
menos que destacar un elemento muy significativo: la izquierda entiende la
democracia como un instrumento de poder: si la ciudadanía, astutamente
persuadida por los medios informativos, se deja convencer y la votan, triunfa
el pueblo; si no cede al adoctrinamiento machacón y las promesas utópicas de
los políticos, si vota por un partida o un candidato que no sea de izquierda,
el pueblo se vuelve incapaz de escoger a sus gobernantes, y entonces una élite,
una aristocracia, decide en su lugar qué está bien y qué está mal para las
masas.
¿Podemos dar por
concluidas las elecciones, como sostienen Biden, el Partido Demócrata y la
mayor parte de los medios de prensa?
Las elecciones
están reguladas por leyes y reglamentos precisos: si uno no se fía de las
proyecciones que los canales de TV presentan como datos definitivos, corre el
riesgo de vérselas con quienes quieren imponer sus propios deseos como una
realidad irrebatible. Hemos entendido perfectamente de qué bando están los
dirigentes mundiales, los medios, las multinacionales de la información, la
banca mundial, los organismos humanitarios y la propia iglesia bergogliana.
Pero no por ello es menos cierta la existencia de irregularidades ni menos
urgente la necesidad de un escrutinio escrupuloso que respete las normas. Eso
sí, siempre que para los demócratas tenga sentido el respeto a las normas.
V.E. también ha
hecho un llamamiento a los católicos y a todos los estadounidenses de buena
voluntad. ¿Cree que ha sido escuchado? ¿Cuál ha sido el voto de los católicos,
los cuales históricamente hacía mucho tiempo que estaban más próximos a los
demócratas?
Por lo que podido
comprender hasta ahora de los resultados de las elecciones, el electorado católico
se ha expresado mayoritariamente a favor de Trump. A pesar de la campaña de
denigración emprendida por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y por
intelectuales progresistas que se dicen católicos, con la aberrante
orquestación de Jorge Mario Bergoglio y el círculo mágico vaticano, los católicos
estadounidenses han entendido que es preferible un candidato protestante que
defiende la vida y la familia a un autoproclamado católico que promueve el
aborto hasta los nueve meses de embarazo, la ideología de género, la ideología
LGTB y las propuestas mundialistas.
Lo que está se
está produciendo, indiscutiblemente, es la desorientación de los fieles ante el
traicionero sometimiento al mundialismo de la cúpula de la jerarquía católica,
así como la cada vez más evidente brecha entre el pueblo cristiano y sus
pastores, que están demasiado ocupados en hablar de la acogida indiscriminada
de inmigrantes clandestinos y de cerrar los templos en obediencia a las órdenes
de los comités de salud pública.
Es indudable que
los escándalos financieros y sexuales por parte de tantos miembros del episcopado
progresista, su laxitud moral y sus desviaciones doctrinales son plenamente
coherentes con el respaldo político a los demócratas de Estados Unidos y en
general de la izquierda internacional. Respaldo que es ampliamente
correspondido y debería hacernos reflexionar.
Desde hace cuatro
años Trump es objeto de escarnio y ridiculización, pero ha conseguido (datos
actuales) ocho millones de votos más que en 2016, es decir, más votos que
Barack Obama, que es para la izquierda una especie de mesías secular. ¿Se
podría decir que Trump es en realidad el más popular de los presidentes de
Estados Unidos desde la época de Ronald Reagan?
Aun siendo
obligado esperar al cómputo definitivo de los votos para evaluar la popularidad
de Trump, podemos tener en cuenta su capacidad para aunar los valores y
sentimientos de sano patriotismo de los que quieren renegar los demócratas y
que éstos quieren eliminar en nombre de la adhesión incondicional al plan
mundialista. Trump ha sabido hacerse portavoz de la mayoría del electorado; de
ahí su popularidad. Es una pena ver que en otros contextos –como por ejemplo en
Italia– parece que quiere relegarse al papel de guardameta que en otros tiempos
realizaban movimientos que actualmente gobiernan. A mí me parece el preludio –a
no ser que a última hora hayan cambiado de parecer– de un incomprensible
suicidio político.
Se dice que en los
cuatro años que lleva Trump en la presidencia no habría conseguido el pleno
dominio de su aparato federal. ¿Existe eso que llaman estado profundo? En caso
afirmativo, ¿se ha activado también para las elecciones?
Quien después de
varios años de gobierno demócrata accede a la presidencia de los Estados Unidos
no puede pensar en reformar en poco tiempo un complejo sistema institucional.
Lo que ha hecho Trump hasta ahora demuestra su loable empeño, pero al mismo
tiempo revela la infiltración capilar del estado profundo en las esferas de
poder. El control de las instituciones, de la magistratura y de los medios por
parte de la izquierda –como podemos observar también en Italia– es el fruto de
décadas de actividad soterrada, de nombramientos, de chantajes y de conflictos
de intereses. No podemos pretender que en cuatro años sea posible corregir una
situación tan generalizada, y menos cuando se actúa con el debido respeto a la
ley y no, como hacen otros, vulnerando de forma sistemática el derecho y la
justicia.
¿Cómo es posible
que la Santa Sede y el papa Francisco apoyen esta marginalización de Trump?
Estamos perplejos; ¿hay algún vínculo entre el Partido Demócrata y la Iglesia
Católica?
La Iglesia
Católica no tiene nada en común con el Partido Demócrata, cuyo ideario es
incompatible con las enseñanzas de Cristo. Al contrario, es obvio el nada
desinteresado apoyo de la iglesia profunda al estado profundo; alianza que alía
el progresismo político al religioso con miras a crear una sociedad
anticristiana con una religión universal.
El vínculo de los
progresistas con los demócratas está consolidado, y se remonta al 68, al movimiento
estudiantil y a las llamadas a la renovación que el Concilio hizo suyas en
clave no menos subversiva de lo que había hecho la izquierda en el terreno
político. Por otra parte, al cabo de décadas de adoctrinamiento ideológico en
las mismas universidades e instituciones católicas eran inevitables estas
nefastas consecuencias en la sociedad.
Es indudable que
Begoglio ha sido escogido a nivel mundial como garante espiritual del mundialismo
en base a las aspiraciones que había indicado John Podesta en su célebre
mensaje de correo electrónico a propósito de la primavera de la Iglesia. Yo
diría que la labor realizada hasta el momento por el argentino podría ameritar
con toda razón el aplauso de los demócratas y, más en general, de los que
quieren instaurar el Nuevo Orden Mundial.
A escasos días de
las elecciones, Nigel Farage decía que Trump lleva un ímpetu que le es favorable.
Desde el escrutinio de los votos parece ser que es al contrario. ¿Qué opina
V.E. que debería hacer Trump en este momento?
Trump sigue
oficialmente en su cargo hasta el 20 de enero de 2021. Esperemos los resultados
del recuento de los votos y de las denuncias de fraude, como está previsto en
la ley, y como deberían esperar también todas las partes en litigio. Entonces
se podrá decir si Farage tenía razón. Mientras tanto, tal como ha confirmado
el Senado, Trump tiene todo el derecho de exigir claridad y recurrir a todos
los medios que ofrece la ley para tutelar la voluntad de sus electores
expresada en las urnas.
¿Estaremos
asistiendo también a una guerra psicológica?
Esta guerra es
esencialmente psicológica: se basa en una patente manipulación de las masas,
principalmente por parte de los medios mayoritarios de información. Se han
llegado a censurar las declaraciones del presidente de los Estados Unidos en
las redes sociales, y hasta en transmisiones de televisión en directo, en aras
de un presunto derecho de los órganos de información a silenciar noticias
arbitrariamente consideradas falsas. Pero esta actitud censora empezó con la
revisión de la verdad por parte de entidades ideológicamente notorias en una
tentativa de calificar como bulos las noticias que no se ajusten al discurso
oficial.
Lo mismo pasa a
nivel mundial con las informaciones relativas a la pandemia. Los datos oficiales
desmienten inexorablemente la versión mediática de una catástrofe, y a pesar de
ello se obstinan en aterrorizar a la sociedad porque, independientemente de su
modalidad, el Covid se utiliza como un medio para imponer restricciones, que en
otro contexto serían inaceptables, de los derechos fundamentales. No tiene
nada de extraño que Biden anuncie confinamientos y la intención de hacer
obligatoria en todas partes la mascarilla; obedece a los mismos poderes que
están tras la emergencia pandémica.
Me gustaría
señalar asimismo que el anuncio del lanzamiento de la vacuna producida por la
compañía Pfizer –de la cual es accionista el mismo filántropo Bill Gates, tan empeñado
en reducir la población mundial– se ha pospuesto hasta el anuncio de la
presunta victoria de Biden, revelando con ello a las claras el uso político que
dan las empresas farmacéuticas a sus investigaciones científicas. He leído en
internet que Sandra Zampa, ex vicepresidenta del Partido Demócratico italiano y
actualmente subsecretaria de salud del gobierno de Conte ha agradecido esta
operación a la empresa Pfizer.
¿Qué pueden o
deben hacer a su juicio los católicos de Estados Unidos y el resto del mundo?
Los católicos de
Estados Unidos pueden y deben rezar, porque ante un despliegue tan masivo de
fuerzas adversas sólo una intervención de Dios puede sacar la verdad a la luz.
Eso no excluye, claro está, renovar el testimonio coherente de los católicos en
el ámbito social. Pero tal acción humana, siempre encaminada al bien común, no
debe perder de vista la dimensión sobrenatural. Jesucristo es Señor de la
Historia y Rey de las naciones. No abandonará a sus hijos en el momento de la
prueba si recurren con fe a Él y a su Santísima Madre.
(Traducción de
Bruno de la Inmaculada para Adelante la Fe)