"La
Prudencia"
Autor: Pbro.
FERNANDO MARTIN
Los Principios, 15
de Noviembre de 2020
Hoy vamos a hablar
de la virtud de la prudencia. Aclaro que consiste en la síntesis del artículo
“Prudencia” del Diccionario de Espiritualidad de Ermanno Ancilli, de editorial
Herder, con algunos agregados propios, especialmente de ejemplos ilustrativos.
Todos los textos
bíblicos del domingo XXXIII durante el año litúrgico, se refieren con mayor o
menor especificidad a la virtud de la prudencia. Palabra que posee sinónimos
tales como sensatez o sabiduría. Aparece claro que se trata de un don de Dios,
que en algún sentido es igual a Él, y que en relación a nosotros, por tratarse
de una virtud, supone nuestra respuesta voluntaria y libre.
Al hacer este
análisis, traigamos a la mente las diversas decisiones que podríamos tomar en
nuestras vidas. Desde la más pequeña a la de mayor envergadura. Desde qué le
regalo a tal persona, o a dónde iré de vacaciones este verano, o qué programa
de TV veo, o si llamo a un pariente o amigo con quien estoy enemistado, hasta
con quién me pongo de novio, o me caso, o si me meto en el Seminario o en un
convento religioso, etc.
Santo Tomás
expresa que es la virtud más necesaria para la vida del hombre, ya que ayuda al
gobierno de nosotros mismos, al objetivar la consciencia moral. Es una virtud
que se refiere a la moralidad de las acciones, con implicancias para la vida
concreta, al aplicar la ley moral conforme a la razón, en la que se descubre la
voluntad de Dios, que siempre nos inclina hacia la perfección de nuestra
naturaleza humana. Nos aleja de los comportamientos meramente animales, o
irracionales.
Pertenece al área
de la razón práctica, y su mecanismo se podría describir psicológicamente con
estas palabras: ‘en estas circunstancias, después de haber rezado y
reflexionado, y de haberme aconsejado, sentí en consciencia que debía obrar
así’.
Hablamos de una
prudencia natural o filosófica, y de una sobrenatural o cristiana. Ambas
conviven armoniosamente, y ésta última se recibe por gracia, y nos orienta
hacia la perfección cristiana contenida en el Evangelio.
Es la virtud que
establece el justo medio tan difícil de alcanzar en el desarrollo de las
virtudes, acechadas por los vicios. Por ejemplo el de la humildad que se
practica entre los extremos de la timidez y la soberbia. O el del equilibrio de
la consciencia que debe ser delicada, evitando caer tanto en la laxitud como en
la escrupulosidad.
También concilia
aparentes opuestos tales como la obediencia y el celo por la verdad, la
fortaleza y la mansedumbre, la castidad y la ternura, la pobreza y la
magnanimidad, el placer y la mortificación, etc.
A modo de ejemplo,
digamos que podemos obedecer a la autoridad de nuestros padres, docentes,
directivos, pastores, aun del Papa, pero eso no significa que no debamos
expresar lo que creemos en consciencia.
Un padre debe ser
viril y a la vez manso, o también un célibe, casto pero humano y tierno en sus
gestos, o alguien austero y a la vez magnánimo a la hora de invertir dinero en
algo bello para Dios o para una persona, o saber disfrutar de una buena comida
o bebida, a la vez que tener capacidad para el ayuno, etc.
Todo esto se logra
cultivando esta virtud, que se aleja evidentemente tanto de la mediocridad,
como de la cobardía, la comodidad o la obsecuencia. Muchas veces nos
equivocamos al decir que una persona es muy prudente cuando le cuesta tomar
decisiones. En verdad es sumamente imprudente, porque no ejerce diligentemente
las responsabilidades que asumió.
Otra dimensión de
la prudencia es que al responder a la razón, y a partir de ella a la voluntad
de Dios, conecta todas las virtudes. Alguien que se precia de estar cultivando
esta virtud, no puede pretender que se lo dispense de trabajar otras tales como
la castidad o la mansedumbre.
Santo Tomás habla de 6 etapas en el desarrollo
de la prudencia:
1. Recuerdo de la
experiencia pasada, propia o ajena. Al decir que la historia es maestra de la
vida, queremos expresar que
debemos aprender de los logros y errores del pasado, tanto a nivel personal,
familiar o comunitario, para edificar
un futuro cada vez mejor basado en esa experiencia, lo que, dicho sea de paso,
nos vendría muy bien tomar en cuenta a los argentinos, para no seguir
‘tropezando insistentemente con la misma piedra’.
2. Inteligencia
del estado presente de las cosas. Debemos ‘comprender-juzgar’, más que
‘amar-desear’. Dejarnos guiar más por la inteligencia que por el corazón. Al
decir esto, en una época en que basta que se diga que algo brota del corazón
para que quede justificado, debemos aclarar los conceptos.
No queremos decir
que el amor no sea lo más importante en la vida. Más bien se está objetando las
reacciones pasionales, que no escuchan a la inteligencia, y que pueden llevarnos
a equivocaciones garrafales. Por otro lado recordemos que como dice San Pablo
en 1 Cor 13, 6: ‘la caridad se regocija en la verdad’.
A modo de ejemplo,
pensemos en lo que ocurre cuando debemos aconsejar a alguien que padece una
crisis matrimonial. Corremos el riesgo de que nuestros afectos paternales,
fraternales o de amistad nos lleven a optar por dar la razón a quien más
queremos, en vez de reconocer sus errores, y eventualmente los aciertos de la
otra parte.
3. Ponderar lo que puede pasar en el futuro.
Esto es precisamente lo que no hicieron las vírgenes necias, que no previeron
que el aceite que llevaban no les iba a alcanzar si el novio se demoraba.
También se aplica al analizar a fondo la parábola, en relación a la vida
eterna, que en un futuro todos queremos heredar, pero cuya consecución se
relaciona con las decisiones que tomamos en el tiempo presente. De la misma
manera, al hacer o dejar de hacer, decir, o ir a algún lugar, siempre debo
ponderar las consecuencias de lo que hoy puede pasar desapercibo, pero que
seguramente saldrá a la luz con consecuencias en el futuro.
A propósito de
esto, esta mañana me vino a la mente un ‘mal pensamiento’: el tema de la vacuna
para prevenir el virus que nos acecha. ¿Será prudente a futuro inocularnos algo
cuyo contenido es aceptado como confidencial por nuestros legisladores? ¿Quién
se hará cargo de los posibles efectos secundarios no deseados?
4. Confrontar
hechos y evaluar ventajas y desventajas. Si estoy por tomar una decisión es
bueno tomarme un tiempo para ponderar minuciosamente los pros y contras de lo
que voy a hacer, para obrar finalmente a favor de lo que más pesa en la
balanza.
5. Docilidad en
seguir el consejo de personas expertas. En nuestra sociedad actual, deseosa de
afirmar las propias decisiones, y sospechosa de las opiniones de los ‘viejos’ o
peritos, esta etapa es clave. Por ejemplo, la actual crisis sanitaria adolece
de la palabra de peritos independientes de intereses económicos o ideológicos,
que sería la clave para generar confianza en una sociedad escéptica en relación
al compromiso moral de sus líderes.
6. Atender a las
circunstancias antes que a ‘lo mejor’. Si estoy tratando con una persona que se
encuentra ya sea en un estado de depresión, o presa de la ira, no es prudente
que espere de ella que recepte favorablemente una prédica sobre moral y buenas
costumbres con lujo de detalles, ya que no se hallaría en condiciones de
‘digerirla’. Probablemente se sumiría en una mayor depresión o me pegaría un
palo por al cabeza, que obviamente agravaría la situación.