Trump el anarquista de la democracia que ha bloqueado el sistema
Brújula cotidiana,
12-01-2021
Frente a Trump el
sistema de poder se ha bloqueado demostrando que ya no era democracia porque
tenía como premisa una idea de libertad comprable. Cuando Juan Pablo II y
Benedicto XVI hablaron de la democracia como un posible sistema totalitario se
referían a esto. Trump por su parte, incluso con sus particulares corbatas,
ha puesto encima de la mesa argumentos que fundamentan la libertad en sí misma
y la hacen no comprable por el sistema: la vida, Dios, la nación como una
comunidad natural, la fe, la ley natural. Ha sido un rebelde, un anarquista de
la democracia.
Frente a Trump, el
sistema de poder americano ha cerrado filas y ha desterrado de la democracia
americana al presidente combatiente, como si ese sistema de poder fuera la
democracia americana, cuando en realidad es sólo un sistema de poder. El
sistema está hecho de muchas piezas, y junto a los medios de comunicación
impone falsedades masivas, con la cultura impone nuevos derechos que no son
tales, junto con la policía y el sistema legal calumnia y censura gravemente a
los que no se alinean con esos nuevos derechos, coloca a sus propios exponentes
de referencia en posiciones clave -como la Corte Suprema de los Estados Unidos-
para jugar en el mismo bando, implementa una red de vigilancia de los
ciudadanos aunque la sociedad moderna sea líquida, inventa nuevos dogmas
falsamente democráticos y condena por herejía a los que no los cumplan, liquida
a sus adversarios por el color de su corbata o su peinado, pretende ser
pacifista pero en cambio es belicoso, pretende ser patriótico pero en cambio
trata bajo la mesa con sus enemigos. El sistema es un sistema, una red que,
como diría Gramsci, “piensa con mil cerebros”, al unísono y, cuando llega el
momento, todo encaja en la convergencia y el enemigo es aplastado.
Trump en un cierto
momento se ha salido del camino marcado y ha contradicho el sistema que en
América es principalmente liberal, pero que también involucra a la contraparte
republicana. Ha sido un anarquista de la democracia americana, un desviado, un
hereje, un rebelde, un resistente. Se ha atrevido a meter las manos en la Corte
Suprema, se ha atrevido a condenar el aborto y a cortar la financiación de
Planned Parenthood, se ha atrevido a retirarse de muchos organismos de la ONU,
se ha atrevido a distanciarse de los acuerdos de París y a condenar el
ambientalismo ideológico al estilo de Al Gore, se ha atrevido a criticar a
China y a pensar en un acuerdo comercial que no dependiera de ella, se ha
atrevido a volver a nombrar a Dios en público, se ha atrevido a decir que la
globalización que mata a las naciones es una nueva camisa de fuerza, se ha atrevido
a demoler todos los lugares comunes que los medios de comunicación difunden
diariamente como un nuevo evangelio, y finalmente se ha atrevido a negarse a
utilizar el Coronavirus como una oportunidad para un nuevo control social y
limitación de la libertad.
Contra todo esto
el sistema se ha bloqueado, se ha cerrado como los dedos de una mano aplastando
una patata. Nancy Pelosi ya había anunciado antes de las elecciones que Biden
ganaría en cualquier caso. Para lograr su objetivo esta vez, el sistema también
ha utilizado las armas del fraude y la malversación, presa de la ansiedad ante
el enorme valor de la disputa en cuestión. Posteriormente ha utilizado los
eventos en el Capitolio para denunciar una sedición inexistente y pintar los
cuatro años de mandato de Trump como una interrupción de la democracia que los
americanos estaban finalmente recuperando gracias a Biden. Más bien ha sido lo
contrario: en los cuatro años de Trump la democracia había respirado... quizá
demasiado para el sistema.
Hoy todo el mundo
habla de la crisis de la democracia americana. El sistema ha recuperado el
palacio, pero queda una América despreciada, sumariamente etiquetada como
populista y nacionalista, retrógrada y vociferante, que se siente
(democráticamente) excluida. Es la América de los “descartados” de los que tal
vez el Papa Francisco -el Papa de los “descartados”- no se preocupará, dada la
oferta expresa de colaboración hecha al Presidente Biden y, por lo tanto, al
sistema.
Frente a esta
división del país, lo más importante es entender que la crisis de la democracia
americana es el resultado de una cierta forma de entender la democracia en sí
misma. La democracia tiende naturalmente a crear un sistema oligárquico, y de
hecho todas las democracias occidentales son sólo eso, especialmente en el
actual bloqueo del sistema. Esto sucede porque se refiere a una libertad
original considerada como absoluta, por lo tanto no relacionada, por lo tanto
comprable. Si la libertad se basa en principios no negociables no puede ser comprada.
Si se basa sólo en sí misma puede ser comprada en el mercado político. El
sistema ya ha implementado una amplia gama de estrategias para comprar esa
libertad, estrategias que pasan por el respeto formal a la democracia. Cuando
Juan Pablo II y Benedicto XVI hablaron de la democracia como un posible sistema
totalitario se referían a esto. El cierre en forma de pinza del sistema de la
democracia americana muestra que ya no era democracia porque tenía como
presuposición una idea de libertad como algo comprable.
Por otro lado,
¿qué ha hecho Trump que sea importante en los últimos cuatro años, aunque lo
haya hecho con sus particulares corbatas y su pelo amarillento al estilo del
dueño de un concesionario? Ha presentado argumentos que fundamentan la libertad
en sí misma y, por lo tanto, la hacen incomprensible para el sistema: la vida,
Dios, la nación como comunidad natural, la fe, la ley natural. Estas son las
armas con las que buscó combatir el sistema y revitalizar la democracia. Era un
rebelde. Veremos si era un caso aislado o no.