es tonto e ineficiente, pero siempre está en
expansión
Por Javier Boher
Alfil, 18-2-21
En política muchas
veces la discusión no es sobre cuestiones de fondo, sino sobre límites mucho
más concretos. Saber cuándo algo es poco, suficiente o demasiado parece ser una
cualidad reservada a dirigentes de otras latitudes. Los nuestros,
lamentablemente, no parecen entender de proporciones.
La discusión sobre
cuánto es mucho o poco Estado es una que se está dando hace demasiado tiempo.
Aquellas cuestiones que otros parecen haber saldado hace décadas, para nosotros
son el día a día. No hay políticos preocupados por que los dispensarios tengan
vacunas, que las escuelas abran normalmente o que a un trabajador le alcance el
sueldo.
Nuestros políticos
sienten que es imperioso discutir el rol del Estado y la humanidad (o
perversión) del capitalismo (o del socialismo). Todos están tratando de
refundar la teoría política global desde sus cómodos cargos públicos, al abrigo
de las inclemencias del mundo real que sigue sumiendo en la pobreza a miles de
argentinos cada día.
Así, a cada
problema que surge, la primer propuesta de la mitad del arco político es
“creemos una comisión, una secretaría, un observatorio o lo que fuere para asignarle
fondos públicos para mate y criollitos y que no cambie absolutamente nada”. La
otra mitad reclama que le bajen los impuestos, así la gente tiene plata en el
bolsillo y paga lo que no está recibiendo. Lamentablemente, muchas de esas
cosas no son fungibles, como la propia vida.
Femicidios
A raíz del
femicidio de Úrsula, una adolescente bonaerense asesinada por su ex novio
policía, la respuesta del gobierno fue proponer la creación de un organismo
encargado de concientizar, prevenir o lamentar -vaya uno a saber bien- los
femicidios. Tanto se criticó esta medida, que el presidente le puso un poco de
condimento al nombre, hablando también de travesticidios o transfemicidios.
Bien de época.
Lo absurdo de la
decisión es que parece no registrar los muertos que diariamente se apilan por
cuestiones de inseguridad o por el narcotráfico, siendo Rosario un ejemplo
paradigmático de esta problemática. ¿Importa que no se asesine a las mujeres
por su condición de tales? Por supuesto. ¿Se previenen los femicidios organizando
tés canasta con perspectiva de género para hablar sobre teorías alternativas
sobre los 200 géneros distintos que hay cuando la Tierra se sincroniza con
Marte y tiene la luna en Géminis? Por supuesto que no.
Esa idea de que la
creación de organismos formales para lucir compungido en las redes puede
resolver lo que no resuelven los que ya existen (por ejemplo, el Ministerio de
Seguridad, el Ministerio de Género y diversidad, el Ministerio de Educación, el
Ministerio de Desarrollo Social o incluso los de Salud y Economía) demuestra
una de dos cosas: o no entienden el problema o no les importa.
Economía
Otro de estos
temas es la mala praxis económica. Con un voluntarismo preocupante, los
responsables de las decisiones económicas creen que todo se puede resolver
yendo a hablar con los productores para que bajen los precios.
Los funcionarios
no parecen registrar que la presión tributaria, los problemas con el tipo de
cambio, la inflación o la falta de mano de obra (producto de sueldos que muchas
veces no llegan a duplicar el monto de los planes sociales) conspiran contra la
producción y la estabilidad.
La única idea que
se les cruza es insistir por el mismo camino, aplicando leyes de hace 50 años
que ya entonces no funcionaron, o amedrentando a los productores con que
eventualmente aparecerá alguna nueva dependencia estatal dedicada a
controlarlos y obligarlos a producir y vender según las reglas de los que nunca
arriesgaron nada para hacerlo.
Los políticos
siguen tomando decisiones encapsulados en sus sueldos que multiplican por 10
los de los que ponen el lomo en los trabajos menos calificados, entrando la
mayoría de las veces a dedo como premio por su militancia. Cada nueva
secretaría, dirección, consejo, observatorio o lo que fuere no sólo no resuelve
los problemas por los que se crea, sino que los empeora, al complejizar aún más
los procesos y pasos burocráticos.
El debate no puede
seguir siendo Estado sí o Estado no. Debe convertirse en una discusión sobre
eficiencia y productividad, valores que miles de empleados que medran gracias a
los impuestos que se cobran incluso sobre una canasta básica alimentara que
aumentó 6% en un mes consideran neoliberalismo, sector privado, ganancias y
malo, malo, malo.
La falta de
capacitación y empatía de los que toman decisiones se termina viendo en cosas
mundanas, en un día a día que revela la precariedad y el retroceso de la
calidad de vida. Cloacas que revientan, alumbrado que no funciona, crédito
hipotecario o productivo inexistente, certezas sobre los impuestos. Para esas
cosas no hace falta problematizar la democracia o el Estado. Alcanza con
gestionar pensando en mejorar la calidad de la vida de la gente, no en retener
el poder. Eso llega solo.