maestro en la formación del laicado
por Germán
Masserdotti
Religión en
Libertad, 26-6-21
El sacerdote
argentino Luis María Etcheverry Boneo (nacido en Buenos Aires el 18 de
septiembre de 1917 y fallecido en Madrid el 18 de marzo de 1971), para dar
cumplimiento al lema paulino de instaurare omnia in Christo (Ef 1, 10), se
empeñó en formar al laicado católico en materia social o, todavía mejor, en la
Doctrina Social de la Iglesia.
Ya desde sus años
juveniles como seminarista, había advertido la importancia fundamental de lo
que hoy denominamos evangelización de la cultura. Según la cosmovisión católica
del mundo que supo formular con aportes originales a partir del patrimonio
común de la teología y de la filosofía perenne, la cultura y la Doctrina Social
de la Iglesia se reclamaban mutuamente.
Esta visión
integradora entre la fe y la vida individual y social de los hombres y mujeres
de su tiempo –y, de modo análogo, del nuestro–, explica su papel en la
aparición de iniciativas apostólicas como el Pontificio Instituto Católico de
Cultura (1953), la Pontificia Universidad Católica Argentina (1958) -junto a
otros sacerdotes y laicos de su generación-, el Instituto de Cultura y
Extensión Universitaria (1958), el Instituto de Ciencias de la Cultura (1960),
el Seminario de Estudios San Agustín para jóvenes profesionales católicos
(1945), el Centro Universitario San Bernardo (1946), la Sociedad Argentina de
Cultura (1947), los Colegios Universitarios masculinos Santa María de Luján,
San Bernardo, San Agustín, San Benito y San Francisco (1950-1964), el Colegio
San Pablo para varones (1953), la Agrupación Universitaria Misión (1967), el Círculo
Universitario Santa Teresa del Niño Jesús para universitarias (1947), el
Círculo de Formación de Dirigentes para la Educación Cristiana de la mujer en
todos los sectores de la vida social (1952), los Colegios Universitarios Santa
María de Fátima y Santa María del Valle (1953), la sección femenina del Colegio
San Pablo (1969) y la Fundación Cultural Argentina (1961).
En este marco de
formación de los dirigentes laicos católicos en vistas al restablecimiento de
la Argentina en Cristo (aplicación del lema paulino de Ef 1, 10 a su querida
Patria), debe destacarse que una de sus características iniciativas apostólicas
fue la de los Centros Universitarios. Como escribió el padre Ángel B. Armelín,
entre los jóvenes universitarios, el padre Etcheverry Boneo “comenzó a reunir
semanalmente en el Centro San Bernardo a jóvenes bachilleres seleccionados
entre los mejores egresados de los mejores colegios católicos, de aptitudes
promisorias, que residían o estudiaban por entonces en la misma ciudad Capital
[Buenos Aires]... Pronto extendió una acción más intensa y especifica hacia
estudiantes provenientes del Interior [de la Argentina] –agrega–, al crear sus
Colegios Universitarios. Inspirado en lo que habían sido los antiguos Colegios
de Oxford y Cambridge y en los llamados Colegios Mayores españoles, pero con
dimensiones más reducidas que éstos, se propuso y obtuvo crear ambientes en los
que se aprovechó de modo intenso la convivencia cotidiana para completar y, de
algún modo, potenciar y estructurar la formación de que esos jóvenes iban
recibiendo en sus cursos universitarios”.
Como observa
Enrique R. Morad, primer presidente de la Agrupación Universitaria Misión
(1967), para el padre Etcheverry Boneo “fue una preocupación constante la idea
de la formación de dirigentes para actuar en el campo de la vida civil desde
una visión católica del mundo, pero con la máxima capacitación técnica y
autonomía de proceder, sobre la base de previos fundamentos
filosófico-teológicos. Sostuvo siempre que la Argentina necesitaba dirigentes
bien preparados y adaptados a su tiempo y su espacio argentinos. A procurarlos
volcó constante y perseverantemente buen parte de su quehacer apostólico, con
generosidad, un gran ingenio creativo y la laboriosidad sin límites que
caracterizó su personalidad. Todo dentro de una rigurosa adhesión a la
tradición más fecunda de la Iglesia... En sus clases de Visión del Mundo
–agrega Morad–, decía frecuentemente a sus alumnos de tercer o cuarto año [del
Colegio San Pablo] que el principal problema de la Argentina es la carencia de
una clase dirigente suficientemente comprometida y articulada, capaz de sacudir
los egoísmos adolescentes”.
“En esos años
aprendimos que –recuerda Morad–, además de nuestra propia carrera universitaria
y de la actividad laboral con la que cada uno se ganaba el sustento, en la vida
era importante –en realidad, era más importante– el compromiso con el bien
común y con las necesidades del prójimo de manera particular, la que debíamos
anticiparnos a percibir y solucionar con delicadeza y señorío. Y en concreto,
también éramos responsables de la verdad que no se decía o se tergiversaba, del
bien del que se privaba a alguno, de la justicia que luchábamos por
restablecer, de la belleza que quizá no se encontraba o no se reconocía”.
La actualidad y
vigencia de las enseñanzas del padre Etcheverry Boneo sobre la necesidad de la
formación teórica y práctica del laicado católico a fin de que Cristo reine en
la vida política y otros ámbitos de la vida social –comenzando por la familia–
resulta evidente. Todavía más, en el caso de la Argentina, a quien amó como
hijo bien nacido y agradecido. Basta, nomás, pasar revista de las leyes
promulgadas por el Congreso de la Nación Argentina en lo que se refiere al
respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin
natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad
de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas
para caer en la cuenta de la descristianización de la hija de España –Carlos
Gardel, en el tango La Gloria del Águila, canta a España como “Madre Patria de
mi amor”–.
Con todo, cabe
seguir esperando en sentido sobrenatural y, con sano realismo, también
humanamente. Jesucristo, el Señor de la historia, si nos ha puesto en una
situación de tribulación, es para forjarnos mejores servidores suyos con la
colaboración de nuestro libre albedrío. En este sentido –y nos parece que el
padre Etcheverry Boneo estaría de acuerdo–, el padre Santiago Cantera, OSB ha
recordado recientemente la actualidad y vigencia del tipo del caballero
cristiano español: “Por eso –agrega–, recuperar los valores de la Hispanidad
significa caminar en la restauración de la Cristiandad y hacia la instauración
de un orden social cristiano”.
La Argentina, no
obstante su postración presente, tiene fuentes inspiradoras a las que volver.
Como “minorías creativas” –según feliz expresión de Benedicto XVI–, las clases
dirigentes nacionales deben asumir la grave responsabilidad de ser fieles a la
misión histórica que les ha sido encomendada.