DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO
Ricardo Andrés Torres
Uno de los
triunfos más notorios del progresismo es haber implantado en la mentalidad
contemporánea la sensación de que lo nuevo, lo novedoso, lo inédito en cuanto a
reformas sociales sólo por ser nuevo, novedoso o inédito es conveniente, y
además irresistible. Como si estuviésemos en medio de un río y aquello que el
río trae es irremediable, no importa cuánto nos resistamos o discrepemos con el
cambio, el “cambio” se viene, las “nuevas generaciones” ya lo tienen
incorporado, estamos pasando a una “nueva era” y todo lo que hagamos o digamos
para negar o evitar esa “nueva ola” tarde o temprano será inútil.
Existe una fuerte
asimilación en el concepto de estas “reformas sociales” con las “nuevas
tecnologías”, como si una cosa y la otra pertenecieran al mismo género de
cambios. Así como es absurdo oponerse a las ventajas de los avances
tecnológicos, como por ejemplo internet, la investigación genética o los viajes
espaciales también “debe” ser absurdo oponerse a las leyes homosexualistas, el
aborto o la legalización de los estupefacientes.
Es posible que esa
confusión conceptual obedezca a un desconocimiento abismal de la historia, o de
cómo a la historia antigua y reciente nos las han contado desde un cliché
positivista, y así pasamos a ignorar cómo a pesar de los avances tecnológicos
que, en efecto, no han cesado, se han acelerado y abren perspectivas benéficas
para la humanidad, sin embargo en materia de reformas sociales ha habido un
movimiento absolutamente anárquico y no sujeto a ley alguna donde tremendos
retrocesos en materia de derechos humanos han tenido lugar en plena era del
átomo y asimismo, enormes avances en materia de protección a los pobres,
enfermos y desvalidos tuvieron lugar en la desprestigiada Edad Media, acusada
de oscurantista y arbitraria.
Posiblemente
influye la idea del fundador del positivismo (Comte) de los corsi e recorsi, es
decir, los “avances sociales” proceden en movimiento de flujo y reflujo, pero
con una tendencia general en el plano de los siglos ascendente. El quid de la
cuestión es determinar si esta oleada de “nuevos derechos” para homosexuales,
abortantes y drogadictos forma parte de un movimiento de mejoramiento social o
es un inédito retroceso a momentos históricos precristianos: me inclino por
esto último.
Haber olvidado en
cuánto mejoró a la humanidad el Cristianismo y sus reformas sociales respecto
de una Antigüedad salvaje, antihumanista, y cruel hasta el paroxismo, es parte
del problema, porque no logramos cobrar dimensión de cuán injusto era el mundo
antes de Cristo, cuántas tropelías se cometían y se homologaban en nombre del
poder de cuanto Imperio se alzase, y cómo el mensaje evangélico tendió a
eliminar todas esas injusticias y atrocidades y lo logró en gran medida.
Se impone un
re-descubrimiento de la historia, un re-aprendizaje de nuestra herencia
cristiana, una re-valorización de nuestro legado occidental pero no con
palabras protocolares y frases hechas, sino exhumando del baúl de la historia
acontecimientos reales, hechos concretos, realidades objetivas que tuvieron
lugar como la ciencia histórica ha podido determinar. El conocimiento de la
historia es la piedra angular para una re-orientación de nuestra brújula en
Occidente, absolutamente descalibrada.