martes, 7 de septiembre de 2021

LA REPÚBLICA PERDIDA


Alfredo Irigoin

Economista (PhD New York University)

Infobae, 7 de Septiembre de 2021


En 1913 el PBI por habitante de Argentina era superior al de México, Brasil y España juntos

 

En 1896, el escocés Sir John Foster Fraser comenzó un viaje en bicicleta visitando 17 países en tres continentes. Cuando llegó a nuestro país escribió: “La Argentina acaba de nacer y su crecimiento es una de las maravillas del mundo”. En 1910, Hope Gibson, presidente de la Cámara de Comercio Británica en la Argentina, escribió a su gobierno diciendo: “Les ruego presten mucha atención a lo que está pasando aquí en cuanto al desarrollo manufacturero. Ya sabemos lo rápido que se mueven las cosas en este país”. En 1927, otro visitante, Sedgwick Cooper, reportaba que “pocas ciudades en el mundo dan la impresión de mayor o más exuberante riqueza y extravagancia que la capital de Argentina”. Se entiende la fascinación de nuestros visitantes: en 1913 el producto bruto interno por habitante de Argentina era superior al de México, Brasil y España, juntos. En los años 30 el país estaba entre los diez países más ricos del planeta.

 

Si nos visitaran hoy, les impresionarían la pobreza, la inflación, el deterioro de la infraestructura, el riesgo país, la corrupción y, tal vez lo más importante, la falta de esperanza. Se sorprenderían al ver que la Argentina sufrió la caída más estrepitosa de la era moderna.

 

A pesar de esta decadencia los argentinos no sólo hemos sido incapaces de acordar un diagnóstico para implementar soluciones: hemos cuestionado ese progreso que encandiló a nuestros visitantes. Muchos creen que la Argentina “pastoril y dependiente” estuvo controlada por una oligarquía que impidió el desarrollo industrial, otros que Argentina fue víctima de la dependencia de potencias extranjeras que explotaban al país comprando materias primas (con precios decrecientes) y revendiendo productos manufacturados. Otros, reconociendo el progreso alcanzado, concluyen que solo benefició a las minorías, generando una gran injusticia social que explica las políticas populistas de la década del 40. Finalmente, otros afirman que la Argentina “creció pero no se desarrolló”, ya que solo aprovechó una circunstancia irrepetible de condiciones internacionales.

 

Recordar el impresionante progreso argentino no es un ejercicio masoquista: es necesario para comprender lo que nos pasó y para acordar qué hacer para revertir la decadencia.

 

La revolución agropecuaria

 

Con la federalización de Buenos Aires en 1880 se consolidó la paz interior y comenzó una revolución agropecuaria. Mientras que en la década de 1870 se importaba harina, entre 1885 y 1913 las exportaciones de trigo aumentaron de 100.000 toneladas a 2.800.000 toneladas. Las exportaciones de maíz aumentaron de apenas 15.000 toneladas a más de 4.800.000 en el mismo período. En 1908 la Argentina llegó a ser el primer productor mundial de lino y el segundo exportador mundial de trigo, y en 1909 el primero de maíz. Ocupaba el segundo puesto según el número de cabezas de ganado lanar y el tercero según el de ganado vacuno. Las exportaciones totales pasaron de 10,4 pesos oro per cápita en 1861 a 45 en 1914 y de 150 millones de pesos oro en 1900 a 500 millones en 1913.

 

El desarrollo del sector agropecuario fue impulsado por una fuerte inversión privada en transportes y telecomunicaciones, que redujo fuertemente los costos de transporte. La red ferroviaria, con sólo 2.400 kilómetros de vías en 1880, llegó a tener más de 30.000 kilómetros en 1914, aumentando la carga transportada de 800.000 a 35 millones de toneladas. En materia telefónica las empresas expandieron rápidamente los servicios: en 1887 la ciudad de Buenos Aires contaba con un teléfono cada 115 habitantes, por encima de muchas ciudades europeas. En 1914 la Argentina ya ocupaba el segundo lugar en el continente americano en teléfonos per cápita, después de Estados Unidos, con el 32% de las líneas instaladas.

 

El desarrollo industrial

 

El dinamismo exportador, junto al ingreso de gente, tecnología y capitales, generó una demanda creciente de productos industriales. Las industrias que más se desarrollaron proveían insumos a la actividad agropecuaria o utilizaban sus materias primas, y respondían al fuerte crecimiento de la población, que demandaba construcciones y servicios. Se destacó la industria alimenticia, especialmente los frigoríficos y los molinos harineros. Los frigoríficos pasaron de exportar 600 toneladas anuales en 1888-1892 a 370.000 toneladas de carne bovina y 59.000 de carne ovina en 1914. Como cita Ezequiel Gallo en La Pampa Gringa, “las colonias pioneras como Esperanza comienzan a emerger como centros industriales, treinta chimeneas son testigos de otras tantas fábricas, molinos harineros, cervecerías… y fundiciones”.

 

Algo estaba pasando en la industria argentina: se funda la Unión Industrial Argentina en 1887 con 850 socios. En 1883 se funda la Fábrica Argentina de Alpargatas, con 530 empleados. La Cervecería Bieckert, en Juncal y Esmeralda, empleaba 600 personas en 1886. Quilmes S.A. fue fundada en 1888, empleando 400 personas en 1894. En 1884 se funda Bunge & Born y en 1902 Molinos Río de la Plata. Otras empresas fundadas en este período incluyen a gaseosas Bilz, Bodegas Arizu, Bodegas y Viñedos Tomba, Cervecerías Palermo y Río Segundo, Cía. Azucarera Tucumana, La Martona, La Vascongada, Tamet, Bagley, Rigolleau, Cía. General de Fósforos, Nobleza, Massalin y Celasco. En 1907 ya estaban instaladas Astra, Shell y Esso. En 1892, el The Review of the River Plate afirmaba en su editorial: “Se ha ingresado ahora en una etapa de transición en la cual, si bien la actividad pecuaria mantiene la importancia que tuvo inicialmente, nuevas industrias están apareciendo por todas partes y haciendo sentir su influencia en los mercados europeos”.

 

El desarrollo industrial durante la primera década del siglo pasado fue sostenido: las industrias manufactureras crecieron 7% anual entre 1900 y 1913. Entre 1903 y 1908 la inversión bruta fija en el sector industrial creció 16% anual en moneda constante, y la inversión privada aumentó 23% por año. Entre 1904 y 1910 la energía eléctrica se expandió 23.5% por año. La participación de las industrias manufactureras y de la construcción en el PBI era creciente (24.5% en 1910-1914), mientras que la del sector agropecuario era decreciente. Entre 1894 y 1914 se duplica el número de establecimientos industriales, la fuerza motriz instalada aumenta 13,6% anual y el personal empleado 4,6%.

 

Luego de la crisis generada por la Primera Guerra Mundial, la economía argentina continuó creciendo. Entre 1910-1914 y 1925-1929 la industria textil aumentó su producción 141% en términos reales, la alimenticia 91%, la química 99% y la metalúrgica 298%. En 1937, George Wythe publicó un estudio en el Journal of Political Economy, concluyendo que en 1933 la producción industrial argentina era la mayor de América del Sur y superior a la suma del producto industrial del Brasil y México.

 

¿Qué nos pasó?

 

Entre 1880 y fines de la década del 30 el país se desarrolló rápidamente, mejorando la calidad de vida de una población creciente. Las políticas de entonces otorgaron un margen amplio de acción a los habitantes y abrieron las puertas para el ingreso de gente, capitales y tecnología. Moneda estable, un Estado con poderes limitados, impuestos bajos y apertura económica hicieron posible un impresionante desarrollo, con una acción estatal dirigida fundamentalmente a la educación, la creación de un marco jurídico estable y al desarrollo de la infraestructura con capitales privados.

 

A partir de la década del 40 las puertas se fueron cerrando. La Argentina comenzó a aislarse, imitando políticas que Europa y Estados Unidos habían implementado en las primeras décadas del siglo pasado. En 1945, justo cuando el mundo comenzaba a desandar ese camino, Argentina se lanzó a un programa de fuerte crecimiento del Estado. Se estatizó el Banco Central, se estatizaron los depósitos bancarios y se centralizó el control del crédito. Se cerró la economía, se subsidió a la industria, se castigó al sector agropecuario con impuestos y tipos de cambio diferenciales, se destruyó el mercado de vivienda con la ley de alquileres y se intervino activamente el comercio internacional. Con el crecimiento del gasto público y los déficits comenzó una inflación que nunca terminaría de erradicarse, una suba persistente de impuestos y un aumento crónico de la deuda pública. En los años 70 la economía argentina terminó de despegarse del resto del mundo, acelerando una declinación que nunca se pudo revertir.

 

El sistema político fue mutando pari passu con el nuevo sistema de organización económica. Se fue conformando un sistema político con base corporativista: una alianza no escrita entre industriales protegidos, sindicalistas privilegiados (con la personería gremial y luego el control de las obras sociales) y políticos populistas, todos ellos con discursos nacionalistas y progresistas. Un sistema que fue gestando, como un cáncer, una vasta red de corrupción, con un Poder Judicial que se olvidó de las libertades básicas garantizadas por nuestra Constitución.

 

Peronistas, radicales, militares, aliancistas: nadie pudo, quiso o supo reformar el sistema corporativista. Los intentos de estabilización (disparados por las crisis crónicas del propio sistema) fracasaron luego de algunos éxitos aislados. Se fue consolidando así una organización política y económica que consume riqueza, administra privilegios, castiga la inversión, la producción y el ahorro. Un sistema que, en nombre de los pobres, los reproduce. Erradicar este sistema, con mucha prisa y sin pausa, es la gran tarea de la Argentina. Para volver a tener tantos éxitos como los que encandilaron en su momento a nuestro ciclista escocés.