los “genocidas” que crearon hospitales y
universidades
Pablo Yurman
Profesor, director
del CEHCA
Infobae, 12 de
Octubre de 2021
Un nuevo 12 de
octubre y la acostumbrada retahíla de frases denigratorias de nuestro pasado
hispánico, la nostalgia inocultable de algunos por no haber sido colonia
británica y la idealización con ribetes de literatura fantástica de un mundo
indígena más parecido a un Edén que a una sociedad humana.
Frente a este
panorama de engaño, muchas veces fomentado y financiado a contrapelo de la
verdad histórica, acaso la comprensión de un fenómeno tan complejo y de tanta
duración -nada menos que tres siglos- como fue el de la conquista y poblamiento
por España del fenomenal espacio americano, pueda explicarse formulándonos
preguntas simples y razonables.
Por ejemplo,
cualquier persona curiosa y honesta debería preguntarse cómo fue posible que
Hernán Cortés derrotara al imperio azteca contando con no más de doscientos
españoles. Esa sola interpelación lleva inevitablemente a comprender que no
todos los pueblos mesoamericanos eran aztecas, y que éstos dominaban y
explotaban -mucho antes de la llegada de los españoles- a decenas de pueblos
esclavizados que serán precisamente los que liderados por Cortés ingresen, en
número cercano a los doscientos mil, a Tenochtitlán a liberarse del yugo
azteca.
Otra pregunta
razonable podría ser la siguiente: si España vino aquí únicamente con afán de
lucro y para ello no dudó en explotar e incluso exterminar a pueblos enteros, ¿es
ello compatible con que haya sido la única potencia europea que construyó
hospitales y fundó universidades apenas desembarcó en este continente y lo
siguió haciendo durante siglos?
Acotemos el
análisis a las universidades y los hospitales ya que son instituciones que por
sus características -fomento de la cultura superior y cuidado de la salud de un
pueblo- están en las antípodas de la idea de explotación imperialista de una
nación sobre otra.
Apuntemos que los
holandeses, que dominaron hasta hace pocas décadas Surinam e Indonesia, jamás
fundaron una universidad en esos lugares. Tampoco lo hicieron en el nordeste de
Brasil que integró durante décadas su vasto imperio comercial. La primera
universidad en Surinam se fundó recién en 1966. Tampoco Francia fundó
universidad ni hospital alguno en Argelia o en Chad. Bélgica explotó el inmenso
Congo durante un siglo y medio para extraer marfil y caucho. Murieron en esa
región africana siete millones de nativos (sólo en los siglos XIX y XX). Jamás
el estado belga fundó allí institución civilizatoria alguna como las que
analizamos. Inglaterra pobló Australia de presos y prostitutas, pero no con
universidades. En Estados Unidos las universidades surgieron por iniciativa
privada y no por impulso de la corona británica, cuando las élites
norteamericanas, bien entrado el siglo XVIII, quisieron evitar que sus hijos se
educaran en la metrópoli y pudieran hacerlo en América. Salvo el caso de
Harvard, fundada en 1636, las restantes casas de altos estudios se inician en el
siglo XVIII.
Lo llamativo de
esta enumeración es que no existe acusación a Holanda, Bélgica o Inglaterra de
haber cometido genocidios en siglos pasados, ni se exige a sus gobiernos pedir
perdón por su pasado colonial. Esa actitud recriminatoria se le reserva,
curiosamente, sólo a España.
En 1503 el
gobernador de La Española (actuales Haití y República Dominicana), Nicolás de
Ovando, fundó en la ciudad de Santo Domingo el hospital de San Nicolás de Bari,
el primero de América. Es de
notar la fecha temprana si se toma en cuenta el reciente descubrimiento de
Colón. El caso más llamativo es el del Hospital de la Purísima Concepción y
Jesús Nazareno, fundado por el mismísimo Hernán Cortes en México el mismo año
de la toma de Tenochtitlán, para la atención de todos los habitantes sin
distinción de etnias ni condición social. Allí mismo en 1578 se anexó la
Facultad de Medicina de la Real y Pontificia Universidad de México. Es el
hospital universitario más antiguo del continente, aún en funcionamiento.
La enumeración de
las universidades fundadas por los españoles por impulso de la Corona sería
sumamente extensa; basta decir que sólo en el siglo XVI llegarán a ser más de
quince en los distintos territorios americanos.
Pese a lo que
pudiera suponerse, las universidades eran en general gratuitas y abrían sus
puertas a todos los grupos sociales americanos, blancos, indios y mestizos.
Como señala
Marcelo Gullo, en referencia al Colegio Imperial de Tlatelolco “no sólo fue el
más importante centro de enseñanza de las ciencias y las artes de todo el
continente americano durante la primera mitad del siglo XVI, sino que se
convirtió en uno de los más relevantes del mundo. En 1552 dos científicos
indígenas, ex alumnos y profesores del colegio, Martín de la Cruz y Juan Badiano,
dieron a conocer un tratado de Botánica y Farmacología que describía las
propiedades curativas de las plantas americanas empleadas por los mexicas.
Llevaba por título Libellus de medicinalibus indorum herbis, más conocido como
Códice De la Cruz-Badiano” (Marcelo Gullo, “Madre Patria. Desmontando la
leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán”,
Espasa).
En Perú, además de
la famosa Universidad Real de la ciudad de los Reyes de Lima fundada en 1551,
destacó el Real Colegio de Caciques San Francisco de Borja creado en 1621 en
Cuzco, específicamente dedicado a la enseñanza de los hijos de los caciques
incas, que durante dos siglos impartió clases trilingües, es decir, en latín,
castellano y quechua.
El Perú fue asimismo
testigo del nacimiento de la Escuela Cuzqueña de pintura a comienzos del siglo
XVII, que tras un primer impulso a cargo de artistas europeos, fue
protagonizada enteramente por indios y mestizos americanos, entre los que
destacan Luís de Riaño, Diego Quispe Tito y el muralista Diego Cusihuamán.
Característica propia de este estilo artístico es la combinación del barroco
europeo con rasgos telúricos expresados en la inclusión de flora y fauna andina
y en los rasgos indígenas presentes en los rostros. Según Wikipedia “tal es la
fama que alcanza la pintura cuzqueña del siglo XVII, que durante la centuria
siguiente se produce un singular fenómeno que dejó huella no sólo en el arte
sino en la economía local. Nos referimos a los talleres industriales que elaboran
lienzos en grandes cantidades por encargo de comerciantes que venden estas
obras a ciudades como Ayacucho, Arequipa y Lima, o incluso en lugares mucho más
alejados, en las actuales Argentina, Chile y Bolivia”.
Interesante dato
que autoriza a afirmar que el arte cuzqueño indígena y mestizo tendrá durante
el Imperio Español una producción masiva y un mercado consumidor a nivel
continental, es decir, arte exquisito y a la vez en cantidades pocas veces
vistas, en la misma época en que Londres no contaba ni con calles empedradas.
Dejando la zona
andina y adentrándonos en las áreas selváticas nos encontramos con las famosas
Reducciones Jesuíticas, pueblos en los que los jesuitas llevaron a cabo durante
dos largos siglos el proceso de sedentarización y evangelización de las etnias
guaraníes.
Si en tierras
andinas descolló la pintura, acá será la música la vía de exteriorización
artística de los guaraníes, sobre todo la ejecutada con instrumentos de viento.
Según especialistas, los indios llegaron a fabricar en medio de la selva y bajo
el calor tropical arpas, violines y chelos de calidad similar e incluso
superior a los europeos. Pero estos datos, fácilmente constatables, no se
difunden porque desarticularían en el acto el relato antihispánico al que nos referíamos
al comienzo.
En todos los casos
fue la Iglesia, generalmente por impulso del obispo del lugar, mecenas de todas
esas obras que contradicen por sí mismas que se hubieran llevado a cabo en un
clima de extermino, explotación y genocidio.
¿Pedir perdón por
todo ello? Quien así procede es, consciente o inconscientemente, víctima de las
mentiras de la leyenda negra y padece de un severo cuadro de amnesia cultural.
En contraste, no se tienen noticias de florecimiento artístico alguno en las
colonias holandesas, inglesas o francesas en el continente americano, sin que
las actuales élites de esos países se sientan obligadas a pedir perdón por su
pasado.