= declive económico
Eugenio Capozzi
Brújula cotidiana, 03-11-2021
Las élites occidentales quieren la "transición
ecológica" para gestionar el declive económico y cementar su poder.
El G20 celebrado en Roma los días pasados y la COP 26
inaugurada en Glasgow marcan una mayor acentuación de la retórica alarmista
sobre las intervenciones para evitar la “crisis climática” de parte los
principales gobiernos occidentales. Pero, al mismo tiempo, estos dos eventos
también marcan una ruptura cada vez más perceptible entre la retórica cada vez
más definitiva, por un lado, y los programas realmente acordados por los
gobiernos para reducir las tan demonizadas emisiones de CO2, que a la inversa
ven un debilitamiento tangible, volviéndose más vagos y menos convincentes.
Además, en los dos puntos mencionados sale a la luz en
manera inequívoca la clara divergencia sobre estos temas entre Europa y Estados
Unidos, por un lado, y los países asiáticos, por otro. Una divergencia evidenciada
por la participación oculta de Rusia e China en la cumbre de Roma y por su
ausencia en la de Glasgow. Y reflejada en el objetivo genérico, planteado en la
conclusión del G20 romano, de limitar para mediados de siglo el aumento de la
temperatura del planeta a 1 grado y medio.
En definitiva, a pesar de la apremiante movilización
lanzada en los dos últimos años sobre el clima, simbolizada por la figura
“hierática” de la joven Greta Thunberg, ahora parece claro que frente al marco
delineado por los acuerdos de París de 2015 (formalmente aprobados, pero en
realidad ampliamente ignorados por la mayor parte de los países asiáticos
industrializados) ahora se ha llegado a un compromiso implícito. Occidente
prosigue con firmeza la campaña de “descarbonización” que apunta a la
“neutralidad” con respecto a los hidrocarburos para el 2050 (aunque deja muchas
preguntas abiertas sobre la posibilidad concreta y la voluntad efectiva de
lograr el objetivo) apoyando una “narrativa” como la expresada por el primer
ministro británico Boris Johnson en la inauguración de la COP26, según la cual
estamos “a un minuto de la medianoche” y se deben tomar medidas extremas antes
de que ocurra una catástrofe irreversible. Mientras tanto, Asia queda
relativamente libre para continuar su imponente crecimiento económico al
evaluar con elasticidad la eventualidad, los tiempos y los métodos de una
“conversión” energética que actualmente parece absolutamente irreal, y
rechazada aún más por áreas del mundo especialmente ansiosas por aumentar el
nivel de vida de sus propias poblaciones o, como Rusia, todavía
indisolublemente vinculadas a la economía de la explotación de petróleo y gas
natural.
Esta diferenciación muy clara y radical entre los
países industrializados de Occidente y los de Oriente (con América Latina en
una posición media y África todavía actuando como espectador), más allá de la
tenue cortina de una supuesta unidad de intenciones, representa un punto de
inflexión histórico cuyas raíces y significado deben entenderse adecuadamente.
En fin, se podría resumir en estos términos: las
naciones de industrialización más reciente ven el crecimiento económico como un
objetivo absoluto e imperativo, mientras que las de industrialización más
antigua y un bienestar más arraigado han optado por gestionar su propio
decrecimiento.
La decisión de enfatizar los temores de una supuesta
emergencia climática para promover una profunda transformación social por parte
de las clases dominantes occidentales, de hecho, debe leerse tanto en clave
económica y política como en clave psicológica. Las sociedades “ricas” u
“opulentas” son cada vez más envejecidas e infértiles, cada vez más socavadas
por el nihilismo y la secularización integral, cada vez más incapaces de
sostener el crecimiento económico con la multiplicación del consumo a expensas
de la deuda pública y privada. Los sentimientos imperantes en sus poblaciones
son el miedo al futuro, el terror a la muerte, la angustia de perder lo que se
tiene. La psicosis del apocalipsis climático es una de las expresiones de este
sentimiento generalizado. En ella (como en la psicosis más reciente del
contagio pandémico) se sublima un comportamiento general del todo derrotista y
defensivo con respecto a la dialéctica histórica, al conflicto, al riesgo.
Las clases gobernantes en Occidente expresan
fisiológicamente, a través de sistemas representativos, este estado psicológico
dominante en sus gobernados. Pero, además, han decidido coger la pelota en el
aire y cimentar su poder, en alianza y convergencia de intereses con los
gigantescos oligopolios de la economía digitalizada que hoy dominan sus
mercados. Las élites políticas y económicas han abrazado con entusiasmo la
“narrativa” según la cual la civilización humana, y en particular la
industrialización a partir del siglo XX es la principal causa del cambio
climático y una drástica “conversión” ecológica en una humanidad a “impacto
cero”, “sostenible”, “biodegradable” puede revertir la carrera hacia el
apocalipsis, poniendo alfombras rojas frente a Greta y sus seguidores.
De esta manera, con el pretexto de la época de
“transición” que se implementará en brevísimo tiempo, realmente pretenden
imponer a sus pueblos una enorme concentración de poder, un giro gerencial, una
fusión entre el mega capitalismo privado y la programación estatal coordinada a
nivel supranacional, que debería conducir a un “enfriamiento” controlado no
tanto del clima, sino de la sociedad: compresión y “desmaterialización” del
consumo, absorción de las pequeñas y medianas empresas en grandes grupos que
reciben incentivos públicos y subsidios, clara separación entre las clases más
altas todavía capaces de sostener la carrera al consumo y las masas sub
proletarizadas, subempleadas o confiadas a un “Ingreso mínimo vital”,
“perfiladas”, “confinadas”, bio controladas, tal vez con un “sistema de crédito
social” según el modelo chino, administrado por aplicaciones y bancos, datos
compartidos entre empresas y gobiernos.
La “transición ecológica” aparece, en definitiva, a
semejanza del emergencialismo sanitario, como un proyecto enteramente interno a
la deriva nihilista occidental, encaminado a controlar un declive visto como
inevitable: cerrando la sociedad (ex) opulenta en una fortaleza, salvando hasta
donde sea posible a las aristocracias, apaciguando el conflicto social. Hasta
que, lo más tarde posible, los grandes cambios que están teniendo lugar en el
resto del mundo inevitablemente llamen a la puerta y en el nuevo equilibrio de
poder a nivel internacional, lo que quedará de Occidente se encontrará en una
posición fatalmente subordinada respecto a los nuevos amos.
Pero las clases dirigentes de Occidente no miran tan
lejos. Nihilistas como son, les basta con permanecer en la silla durante el
tiempo de su vida biológica. Y “después de nosotros el diluvio”.