movida por los ideales
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
31-03-2022
Incluso los
católicos están fascinados por las motivaciones idealistas opuestas de la
guerra en Ucrania: los valores occidentales de libertad contra el totalitarismo
ruso o, por el contrario, la lucha de un líder cristiano ruso contra el Nuevo
Orden Mundial. Pero no es ninguna de las dos cosas, la realidad es mucho más
terrenal...
A lo largo de la
historia se han librado muchas guerras en nombre de ciertos ideales, sin
ninguna duda, pero lo más frecuente es que los ideales se utilicen como
propaganda para cimentar el consenso público en torno a guerras cuyo propósito
real es mucho más mundano. Cuestiones de poder, de intereses geopolíticos y
económicos. Lo que está ocurriendo en Ucrania no es una excepción, aunque
existe una marcada tendencia, incluso entre los católicos de ambos bandos, a
revestir esta guerra de motivaciones idealistas muy improbables. Desinflar
estos “idealismos” será entonces útil para despertar a una visión más realista
de lo que está ocurriendo y volver a desear la rápida consecución de un acuerdo
que silencie las armas, antes de que la situación se descontrole (el riesgo es
muy alto teniendo en cuenta ciertos jefes de gobierno que nos encontramos
actualmente).
Me limitaré a los
dos relatos opuestos. El primero es el que en esta guerra considera a Ucrania
como un símbolo de la defensa de los valores europeos de libertad y democracia
frente al totalitarismo ruso, de la aspiración a la paz frente a la violencia
prevaricadora de un país que ha seguido siendo imperialista a pesar del cambio
de regímenes. Se trata de una repetición del modelo de la Guerra Fría en el que
insisten el presidente ucraniano Zelensky y los gobiernos europeos para unir a
la opinión pública occidental contra Putin y justificar el envío de armamento a
Ucrania.
Que Rusia no es un
modelo de democracia y libertad es evidente; que Putin ha cometido una grave e
injustificable violación del derecho internacional al atacar a Ucrania debería
ser igualmente evidente, pero afirmar que Putin se enfrenta a lo que durante la
Guerra Fría se llamaba el “mundo libre” da bastante la risa. Si hay alguna
institución internacional en la actualidad que se parezca mucho a la Unión
Soviética es precisamente la Unión Europea, como nos han recordado
repetidamente en los últimos años los gobiernos de los países que se incorporaron
a la UE tras décadas en el Pacto de Varsovia.
Y si hoy estos
países temen, comprensiblemente, el despertar de Rusia, ello no quita que la
deriva socialista occidental sea más fuerte que nunca. Dos años de gestión de
la pandemia sumados al terrorismo climático, la dictadura de género y la
“Cultura de Cancelación” deberían haber dejado claro ya que Occidente se ha
convertido en el hogar de un nuevo totalitarismo. Exactamente como advirtió
Juan Pablo II: “Una democracia sin valores se convierte fácilmente en un
totalitarismo abierto o sutil, como demuestra la historia” (Centesimus Annus,
nº 46).
En lo que respecta
específicamente a Estados Unidos, sólo los ingenuos pueden seguir creyendo que
está motivado por el amor a la libertad de los pueblos: basta con echar un
vistazo a los aliados de Estados Unidos en Oriente Medio. Pero es un hecho que
sólo en esta crisis, los intereses estratégicos y económicos hacen que la
administración Biden sople constantemente al fuego, al igual que las
administraciones pasadas (anteriores a Trump) han jugado un papel importante en
la desestabilización de la región. A esto hay que añadir necesariamente el
protagonismo de la cuestión del aborto: sin ni siquiera molestar a la santa
Madre Teresa de Calcuta, ¿pueden considerarse creíbles los gobiernos que
promueven como derecho humano fundamental la eliminación de los seres humanos
más indefensos cuando hablan de paz?
La segunda
narrativa, por el contrario, considera que la Rusia de Putin defiende la
tradición e identidad cristianas contra el corrupto Occidente y el Nuevo Orden
Mundial. Que Occidente está corrupto y que hay un totalitarismo creciente en
nuestras sociedades lo acabamos de decir. Pero que esto promueva
automáticamente a Putin como defensor fidei es una idea cuanto menos extraña.
Si efectivamente, como ha insinuado el patriarca moscovita Kirill, la guerra
desatada por Putin es contra un Occidente que impone el Orgullo Gay como signo
de pertenencia a la sociedad del bien, habría que decir que, como mínimo, se ha
equivocado de objetivo: debería bombardear Bruselas en lugar de Donbass y
Mariupol.
Las referencias
espirituales y la cercanía a la Iglesia Ortodoxa tampoco deberían inducir a
error: la religión como instrumentum regni no es nada nuevo en Rusia. Y también
es muy peligroso utilizar la ecuación “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”,
porque por el mismo rasero tendríamos entonces que apoyar al fundamentalismo
islámico y a China (¿quizás por eso un eminente prelado vaticano llegó a
decir que China es el país que mejor aplica la Doctrina Social de la Iglesia?).
Y es curioso que, para ir en contra de los odiados yanquis, se considere
irrelevante o, peor, justificado, cuestionar la soberanía territorial de un
país reconocido por la comunidad internacional, con destrucción, muertes y
millones de refugiados. ¿Qué tienen que ver los pobres ciudadanos ucranianos
que huyen con el Nuevo Orden Mundial (además, me gustaría que alguien definiera
claramente lo que entiende por Nuevo Orden Mundial)? Creo que la gente no se da
cuenta de la gravedad de ciertas afirmaciones: si se acepta la idea de Putin de
que Ucrania no es un país, sino sólo una parte de Rusia, ¿por qué no acordar
con Irán que Israel no existe?
La verdad es que
si empezamos a liberar nuestras mentes de las visiones novelescas de la guerra
y de los ideales que la impulsan, redescubriremos un sano realismo que nos haga
mirar los verdaderos intereses en juego, y presionar para que los intereses
opuestos encuentren un acuerdo en la mesa de negociaciones. Es curioso notar
que la base de un acuerdo, tal y como está surgiendo en estas últimas horas,
nos está haciendo preguntarnos: ¿No podíamos haber pensado en eso antes de
desencadenar este lío? ¿Hay realmente alguien que pueda sentirse absuelto de la
grave responsabilidad de haber provocado esta guerra?