el misterio de la bandera y los sables que
Seineldín mandó a enterrar en Malvinas
Adrián Pignatelli
Infobae, 6 de
Abril de 2022
Algunos de los
testigos recuerdan perfectamente el lugar, aunque no se ponen de acuerdo en la
fecha en el que, en una suerte de hermético conciliábulo, ocultaron lo que para
ellos era el tesoro más preciado. Fue el 15 o quizá el 16 de junio. En medio de
la desazón de la rendición, el coronel Seineldín ordenó a un capitán de
logística juntar los sables de los oficiales de su unidad y los hizo llevar al
aeropuerto. Luego de realizar una formación en la que se arrió la bandera del
Regimiento, a otro oficial le cupo la tarea de recortarle el sol.
Ochenta días antes
el propio Seineldín, jefe del regimiento 25 sorprendía a sus oficiales con una
increíble noticia: debían prepararse contrarreloj para ir a la guerra contra
los ingleses en Malvinas.
Fue ese viernes 26
de marzo de 1982 que se armó la Compañía C. Su jefe sería el Teniente Primero
Carlos Esteban. Tendría tres jefes de sección: el teniente Roberto Estevez, y
los subtenientes Roberto Reyes y Juan José Gómez Centurión.
El jefe de la
unidad les ordenó que llevasen su sable, porque irían a la batalla. La primera
reacción fue de fastidio, porque sabían que no lo usarían. En el frenesí y el
entusiasmo que había, algunos admitieron que “en aquel momento nos invadió un
halo de mando”, y otros fueron más prácticos. “Llevar el sable a Malvinas era
un chino absoluto. Cuando llegamos todos los pusimos en un lugar y no reparamos
en ellos hasta el 14 de junio”.
Pero el que dio la
orden decía que el 25 era ‘regimiento de infantería especial’. Y sabía que cada
hombre se sentía distinto. Y se preocupaba por su entrenamiento y por su
formación”. Seineldín deseaba mantener la simbología de los oficiales japoneses
que fueron a combatir a la Segunda Guerra Mundial, acompañados de sus espadas
samuráis.
La simbología del
sable es explicada en el sitio web del Colegio Militar. El puño simboliza la
verdad y lleva acuñado en su pomo el escudo nacional. El guarda manos ofrece la
misma curvatura de origen morisco, escogida por el general San Martín y que
representa el equilibrio, la justicia y la paz. La efigie de Cuzco revela hasta
dónde había llegado el ejército libertador. En el nacimiento de la hoja esta
Marte, el dios de la guerra y en el reverso la libertad. La hoja lleva grabada
la frase “sean eternos los laureles” y la dragona posee una cinta con lazo
corredizo, para ceñirla a la muñeca al desenvainar, cinta que si se la
despliega cabe la cabeza de un hombre.
¿Cuál es el
mensaje de todos estos elementos? “Siempre que desenvaines tu sable, empuñando
la Verdad y teniendo al Escudo Nacional como divisa, en defensa de nuestra
Libertad, aunque te empeñes en la Guerra, las más caras y gloriosas tradiciones
nacionales te protegerán la mano. Tuya será la victoria y eternos serán los
laureles pero piensa que atado a tu muñeca llevas un juramento prendido que te
recuerda: ¡Más vale morir ahorcado, que traicionar a la Patria!”
“Nos sometió a un
entrenamiento fenomenal. Sabía que en las islas íbamos a estar solos y que nos
veríamos obligados a tomar nuestras propias decisiones. Él nos preparó para
eso. Seineldín fue un soldado que formó soldados”, describen. “Poseía un
sentido espiritual muy profundo, que daba fuerza en el combate. Transmitía
grandes valores en pequeños gestos”.
No se quedó con el
sable sino que el regimiento fue el único que llevó a un trompeta. Era el cabo
primero músico, de 19 años, René Omar Tabares. Seineldín decía que “cuando
desembarquen acá en la playa y ya no demos más -le dijo a un joven subteniente-
usted va a llevar la bandera del regimiento, y mientras el cabo primero Tabares
toque ‘A la carga’ con la trompeta, yo iré con el sable y la pistola”.
El 25 jugaría un
papel importante en la Operación Azul, rebautizada en alta mar como Rosario.
Luego de la recuperación, la infantería de marina se replegaría y el Regimiento
25 permanecería como único guardián de las islas, con Seineldín como jefe.
Como es sabido, el
grueso del 25 fue destinado a Puerto Argentino. Y aunque nunca hubo combates en
la capital de las islas, éste era un punto probable que los ingleses podrían
elegir para desembarcar.
El joven Tabares
tenía a su cargo izar y arriar la bandera del regimiento en el mástil que
estaba cercano a la casa del gobernador. Intervenía con su instrumento en la
rutina típica de la vida cuartelera. También era convocado para participar en
ceremonias más dolidas, como eran los entierros de soldados argentinos.
“Todos los días
hacía tocar diana y cuando los infantes estaban a merced de un ataque aéreo
inglés, Seineldín le hacía tocar ‘A la carga’. Y con la estridencia de la
trompeta venían los gritos, los fuegos reunidos y convertía un hecho
intimidante, en uno que te generaba estímulo de pelea. Y ese era el Turco. Esa
era su naturaleza de mando”, recordó uno de los oficiales.
Paradojas del
destino: Seineldín, preparado para la pelea, no disparó un solo tiro. Con el
grueso del Regimiento 25 tenía a su cargo la defensa del aeropuerto de Puerto
Argentino donde los ingleses se empeñaron en bombardear su pista, pero no
elegirían ese punto para desembarcar. Uno de los oficiales que combatió a los
ingleses en Darwin dijo que “eso lo vivió con una entereza enorme. Estuvo en el
pozo hasta el último día. Se comió todas las bombas durante toda la guerra. Fue
muy frustrante. Y nuestras secciones entraron en combate en forma muy
desproporcionada en lugares muy aislados unos de otros. Pero eso es la guerra”.
Cuando pisaron
suelo malvinense, los soldados conscriptos clase 63 del 25 no habían jurado aún
la bandera. Debían hacerlo. Se organizaron dos ceremonias. Una en Puerto
Argentino el 24 de abril, y otra en Darwin el 25 de mayo. En el helicóptero
Bell UH-1H AE 409 de Aviación de Ejército el jefe del 25 con su cuerpo de
oficiales, sus sables y la bandera del regimiento volaron hacia ese punto. Y
con ellos, por supuesto, el trompeta Tabares.
El Regimiento 25
tuvo una destacada actuación en la guerra. No solo fue la única unidad de
Ejército que participó del desembarco, sino que luchó contra los ingleses en
San Carlos cuando éstos establecieron la cabeza de playa y además efectuaron el
contraataque a Darwin.
Tuvieron 12 bajas:
siete soldados, cuatro suboficiales y un oficial. Y 35 de sus integrantes
recibieron medallas. La Cruz La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate,
que es la más alta condecoración, integrantes de Ejército recibieron siete y
dos de ellas fueron para el Teniente Roberto Estévez (post mortem) y para el
subteniente Gómez Centurión.
Cuando esa unidad
era la Agrupación Motorizada Patagonia, en 1947 el entonces presidente Juan D.
Perón obsequió a la unidad una bandera. En esas horas que siguieron a la
rendición, se la arrió y se le separó el escudo nacional y la moharra, que es
la punta metálica que coronaba el asta.
Cuando tuvieron
todos los sables, fueron cubiertos con el paño de esa bandera sin sol. Luego
los envolvieron en un plástico al que ajustaron con cinta de embalar.
Seguidamente, con una manta se arrolló ese paquete y repitieron el
procedimiento de la cinta. Una vez realizada esta tarea, lo ajustaron dentro
del recipiente usado para transportar munición de 105 milímetros. El recipiente
se selló con cinta y posteriormente se envolvió en plástico, que volvió a ser
asegurado de la misma manera. Todo fue introducido en un cajón de munición y
vuelto a cubrir con plástico asegurado con más cinta.
Escogieron un
lugar de las islas que los testigos a lo largo de los años lo visitaron y que
aseguran que está tal cual lo dejaron en junio de 1982. Su localización exacta
aún se mantiene en el máximo secreto. Cuando el primer oficial de Ejército pudo
viajar a las islas, Seineldín le encomendó revisar el lugar. Todo estaba como
entonces.
Allí Seineldín,
junto a algunos de sus oficiales, enterraron ese paquete en una suerte de
ceremonia muy reservada. Alrededor del pozo que habían cavado, les hizo
juramentar que sus hijos o bien sus nietos serían los encargados de regresar a
las islas a desenterrarlos para volver a recuperarlas. “Tienen la obligación de
hacerlo…”, insistó.
Y taparon el pozo.
No todos los
sables fueron enterrados en esa misteriosa ceremonia. Hubo otros casos en que
esas armas fueron voladas junto con las posiciones que ocupaban las fuerzas
argentinas. Asimismo, se inutilizó todo el armamento posible, haciendo detonar
granadas en las bocas de los cañones y tirando partes de armas al mar.
Años después,
cuando el hermano de un oficial veterano del 25 visitó Malvinas, se propuso
recuperar el sable que había enterrado en su posición, cercano al aeropuerto.
En compañía de un kelper munido de una pala, fue guiado vía celular desde
Buenos Aires. La clave estaba en partir del lugar exacto donde al inicio de la
guerra habían emplazado una virgen, en una de los tantos puntos defensivos.
Estaba “a siete pasos al oblicuo izquierdo y a un metro de profundidad”, aún
recuerda. Pero no tuvieron suerte.
Otro oficial
relató que “no íbamos a permitir que los sables los entreguen o los tiren; yo
enterré el mío junto con mi pistola y otros efectos personales, soñando que
algún día nos podía ser útil porque las íbamos a volver a buscar”.
Menos suerte
tuvieron aquellos sables que terminaron en vitrinas de museos militares en Gran
Bretaña o en poder de ingleses, como trofeos de guerra.
El que quiera
apreciar el sol que había sido recortado de la bandera de guerra del
regimiento, puede contemplarlo en un cuadro en el museo del Regimiento 25 en
Colonia Sarmiento, provincia de Chubut. El resto de la bandera aún está de
guardia en las islas, bajo la turba junto a los sables, añorando el “a la
carga” del trompeta Tabares.