POR HUGO ESTEVA
La Prensa,
04.06.2022
El Presidente de
la República se va tomando la costumbre de aprovechar los viajes
internacionales para decir lo que no se anima a decir en nuestro país. Provoca
de ese modo un daño que va mucho más allá del mal gusto, porque así como entre
nosotros no debe casi haber quien no se avergüence de saberlo, tampoco afuera
nadie que importe podrá dejar de subvalorarlo. Y aunque él quiera creer lo
contrario, ese insoportable estilo toquetón que repite ante toda autoridad
extranjera como si fuera un pegajoso pariente maleducado, difícilmente lo
favorezca.
Encima, el
artificial modelo sans façon que multiplica desde su introducción por el
gobierno anterior pero luce con ribetes inevitablemente más ordinarios, acentúa
una progresiva, abultada obesidad que lo torna particularmente vulgar. Él, los
suyos y los contrarios vienen hoy a mostrar desde los jeans aquello de “Lee
identifica” de los viejos años setenta, que ya entonces reconocíamos en la
abyecta acepción de “hace idénticos”.
¿Tantas líneas
gastadas sólo para una caracterización estética? No, es que verdaderamente “el
rostro es el espejo del alma” y, en el caso de nuestro primer mandatario y sus
adláteres ese rostro se ha ido fijando en la más hipócrita de las expresiones,
que se arrastra urbi et orbi sin pudor. ¿Así que Fernández, que no puede en su
guerra frente a la Vicepresidente, le ha llevado a Macron la fórmula secreta
para terminar con la guerra de Ucrania? ¿Así que va a cascotear al incompetente
Biden a quien al mismo tiempo ha rogado una entrevista? ¿Así que va a seguir
golpeando al FMI mientras vuelve a pedirle crédito para seguir en el juego de
nuestra deuda eterna?
Del mismo modo que
hoy Europa se ve arrastrada tras los vaivenes de los mismos intereses
económicos que marcaron una Unión que expresamente no quiso ser sino monetaria,
del mismo modo en que se ha dejado encerrar en una guerra que muy probablemente
no hubiese tenido lugar si hubiera sido capaz de amalgamarse tras el espíritu
que la vio nacer y Benedicto XVI se ocupó infructuosamente de recordarle,
tampoco la Argentina va a encontrar salida si -como coinciden gobierno y
oposición- sigue malentretenida en un absurdo y destructivo debate entre
“Estado sí, Estado no”. Cuando de ese falso dilema sólo saldrán beneficiados
los políticos, que siempre tendrán trabajo en el derrumbe que provocan.
En efecto, esos
políticos de uno y otro lado a los que se define bien como casta, pero a los
que no se plantea cómo combatir. Políticos que menosprecian y aplastan a la
Justicia, cuya independencia ha sido la única proposición virtuosa de la por lo
demás nefasta Revolución Francesa.
A tal casta no se
la destierra a gritos ni con insultos para la tribuna. Ni siquiera con la
“boleta única de papel” que, aunque mejor que la lista sábana, dejará
resquicios para la manipulación de los vagos y mantenidos del sistema.
Es necesaria una
profunda modificación del sistema electoral que dé lugar a que los
representantes de todos los niveles sean elegidos desde la proximidad de los
ciudadanos en los municipios, y vayan constituyendo una pirámide hasata llegar
incluso al Presidente. Y que, al mismo tiempo, ninguno pueda volver a ser
elegido si no lo es en ese nivel original. Eso y la supresión del monopolio de
los partidos políticos establecido por el pacto entre Menem y Alfonsín no van a
construír una república ideal, pero sí una menos manipulable, mejor que la que
sufrimos. Sin necesidad de ninguna reforma constitucional que se use para
subvertirnos.
Porque la Argentina
real no es esta nación degradada hacia la que insisten en empujarnos.