al feminismo policial
Claudia Peiró
Infobae, 2 de
Junio de 2022
Cuando se lanzó el
MeToo desde una gala en Hollywood, en octubre de 2017, le escuché decir a una
militante feminista supuestamente moderada que en esta oleada se cometerían
injusticias pero que valía la pena por los resultados que tendría este
movimiento…
Creo sinceramente
que no era consciente de la enormidad que estaba diciendo, algo equivalente a
sostener que el fin justifica los medios. O a decir que a las feministas no les
importarían las víctimas colaterales en su guerra contra los varones. Pasaba
por encima además de la fórmula de Blackstone -un pilar del derecho- que dice
que es mejor que haya diez personas culpables libres a que se condene a un
inocente.
En concreto, se
trata del bien conocido principio de inocencia, pisoteado una y otra vez por la
perspectiva -deformante- de género.
Aunque Johnny Depp
deba pagar 2 millones por difamación, quedó claro que no fue un abusador ni un
golpeador de su esposa, que allí hubo violencia doméstica pero más posiblemente
originada en la conducta de Amber Heard que en la de él; algo que no cabía
hasta ahora como posibilidad según el dogma del feminismo guerrero. El “yo te
creo, hermana” no funcionó en este caso.
No funcionó la
lógica binaria que busca instalar el feminismo actual: la mujer es buena, el
varón, malo. La mujer es siempre la víctima. La mujer no miente. Todos los
varones son violadores en potencia.
Es un feminismo
andrófobo que fomenta una grieta contraria a la naturaleza.
En el torrente de
denuncias que abrió el MeToo, Sandra Müller, periodista francesa residente en
EEUU, lanzó la versión francesa (y grosera) con el hashtag #Balancetonporc
(denunciá a tu puerco), y de inmediato dio el ejemplo con un tuit en el que
evocaba una situación que en el pasado le había provocado “vergüenza, negación,
deseo de olvidar” y hasta una “ausencia espacio-temporal” que le impidió
“verbalizar” lo ocurrido durante años.
El MeToo generó un
clima caracterizado por la arbitrariedad, la denuncia sin fundamento, la
condena mediática, la cancelación, la “ejecución” social sumaria del acusado,
y, tanto o más grave, la banalización del abuso, al equiparar una actitud fuera
de lugar, un comentario grosero, con un crimen
Este tremendo
trauma se originaba en que Eric Brion, director de un canal de televisión, le
dijo en una fiesta: “Tienes grandes pechos, eres mi tipo de mujer, te voy a
hacer gozar toda la noche”. Eso fue todo. Ella lo rechazó y él se quedó en el
molde. El sujeto en cuestión no era su jefe, no había entre ellos una relación
laboral de jefe a empleada. El contexto era una fiesta en la que ambos habían
bebido. La situación que le provocó una “ausencia espacio-temporal” y un trauma
por varios años, consistió en un comentario fuera de lugar, desubicado, grosero
incluso… Ah, y falta aclarar que, al día siguiente, evaporados los vahos del
alcohol, Brion se disculpó con la mujer en un mensaje de texto. Pero para la
policía feminista ni una vulgaridad puede prescribir.
Por el tuit envenenado
de Sandra Müller, Eric Brion perdió su empleo, su matrimonio y su buen nombre.
Llevó a la denunciante a la justicia y ganó en primera instancia pero perdió el
juicio tras la apelación de Sandra Muller. La perspectiva de género metió la
cola y no se hizo justicia.
Traigo a colación
este caso porque resume todo el clima que generó el MeToo: la arbitrariedad, la
denuncia sin fundamento, la condena mediática, la cancelación, la “ejecución”
social sumaria del acusado, etcétera. Y, tanto o más grave, la banalización del
abuso, con la equiparación de una actitud fuera de lugar, un momento
desagradable, con un crimen. En el camino, se invirtió la carga de la prueba y
todo varón señalado pasó a ser culpable hasta que pudiese demostrar lo
contrario. Misión casi imposible por otra parte. Esa será la gran contribución
de Johnny Depp, que soportó un juicio en el cual se ventilaron intimidades y
recibió acusaciones de todo calibre, pero gracias al cual logró finalmente
demostrar su inocencia y dejar sentado un precedente fundamental.
El MeToo desató
una fiebre denunciante, inquisitorial, constantes epifanías sobre abusos
pasados y señalamientos mediáticos que equivalían a sentencia. La sola denuncia
bastó para condenar al ostracismo social al señalado.
Cabe esperar
entonces que, así como los excesos del MeToo se contagiaron a otros países,
también lo haga el sentido común que inspiró el fallo del caso Depp-Heard. Y
que las feministas guerreras pongan las barbas (perdón) en remojo.
“Estoy aún más
decepcionada por lo que este veredicto significa para otras mujeres -dijo una
compungida Amber Heard, en reacción a la sentencia que la obliga a un
resarcimiento de 13 millones de dólares por el daño al honor de su ex marido-.
Es un retroceso... Hace retroceder la idea de que la violencia contra las
mujeres debe ser tomada en serio”.
No es así. Lo que
realmente afecta a la causa de las mujeres es la instalación de un clima de
odio, desconfianza y recelo hacia el sexo opuesto. El movimiento de liberación
femenina de los años 60 y 70 rechazaba firmemente la acusación de ser una
corriente anti-masculina. En cambio hoy muchas exponentes del feminismo
alardean de heterofobia. Bailan al son de “El violador eres tú” y publican
libros titulados Hombres, los odio (sic).
El fallo
Depp-Heard será positivo para las mujeres, para la gran mayoría de mujeres que
no nos sentimos representadas por un feminismo para el cual toda la historia de
la humanidad se reduce a la explotación de las mujeres por los varones, que
promueve el apartheid sexual, que postula que una mujer sólo puede estar
representada por otra mujer, que el matrimonio heterosexual es un peligro, que
el sexo opuesto no es nuestro complemento sino un antagonista absoluto y que en
todo varón se esconde un depredador de la mujer.
Esperemos que, en
adelante y gracias al fallo del caso Depp-Heard, las denuncias se basen en
hechos ciertos y no se amparen en la burbuja ideológica creada por un feminismo
cuyo único propósito es acorralar al elemento masculino.