POR HUGO ESTEVA
La Prensa, 29.06.2022
En materia
cultural no existe grieta entre los dos pedazos del llamado Gobierno y buena
parte de la oposición: coinciden en su casi religiosa adhesión a los postulados
de la ideología progre, LGBT, woke, o como se quiera denominar a ese conjunto
intocable de posturas raigalmente antitradicionales cada vez más alejado de la
realidad, que hasta ha acuñado al idioma inclusivo para expresarse. Y dado que
es bien sabido por los especialistas honestos que los hombres "pensamos
como hablamos'' (recordar la anticipatoria versión humana del divino "En
el principio era el Verbo...'', que leíamos en el hoy olvidado Ultimo Evangelio
al cabo de la misa), queda clara la deformación del pensamiento por la que
vamos derrapando.
Lo más grave es
que, lejos de ser sólo un derrumbe grotesco de la lengua, esto es puerta de
entrada de un modo preconcebido de ser y de actuar. Obsérvese si no el gesto
agresivo de los jóvenes que adhieren a la neo-lengua, su enojo con el mundo, la
violencia de sus expresiones, y se comprobará el odio por la civilización
precedente a la cual, en el más liviano de los casos, llaman paternalista
planteando su revolución. Esa revolución no se detiene en el cambio de las
estructuras, como declamaban nuestros compañeros marxistas de la adolescencia.
Después de Gramsci y tal cual lo planteara la lucidez de Augusto del Noce en El
erotismo a la conquista de la sociedad, esa revolución termina siendo contra
uno mismo. De ahí que un número todavía pequeño pero preocupante de jóvenes y,
peor, hasta de niños se revuelva contra la realidad de sus cromosomas y quiera
transformar su sexo. Es archiconocido: se "perciben'' de un género
distinto al del sexo con el que nacieron y se someten al cambio.
Así arranca una
serie de tratamientos hormonales al que, desarmados por la cultura ambiente,
los padres toleran y en algunos casos quizás fomenten. El próximo paso es la
catástrofe quirúrgica. Resultado habitual: aspecto y esterilidad irreversibles.
Y, más allá, en una proporción alarmante de casos, el suicidio que sigue al
arrepentimiento ante lo que ya no se puede recomponer.
La literatura
médica -particularmente la anglosajona, originada en una cultura permeable a
esta revolución- abunda en artículos que alertan sobre ese peligro
("Tratamientos transgénero: los riesgos y secuelas de los que no se
habla''. Agustina Sucri, glosando una extensa revisión bibliográfica del Dr.
Horacio Boló. La Prensa. Ciencia y Salud, 23/05/2021).
Sin embargo, la
novedad es que por lo menos dos de las más prestigiosas revistas médicas
norteamericanas insisten en la promoción de los tratamientos trans y el aborto,
no a través de artículos científicos, sino de suerte de editoriales
programáticos (New England Journal of Medicine 2022; 386:1197-9 y NEJM 2022;
DOI: 10.1056/NEJMp2207423), donde se plantea por ejemplo que un aborto es más
seguro para la madre que el desarrollo de un embarazo.
Más aún, toman
partido con abstracción de ciencia alguna en la discusión judicial sobre la
eventual prohibición del aborto en varios estados norteamericanos alertando
sobre lo que entienden peligroso futuro si se lo declarara ilegal
(DOI:10.1056/NEJMp2207423).
Particularmente
-signo de profunda alarma- se pone desenfadado acento en la necesidad de
entrenamiento de los residentes de cirugía en estas operaciones contra-natura,
que hubieran sido por definición "mala praxis'' en momentos más
equilibrados de nuestra civilización (Training Surgery Residents in
Gender-Affirming Surgery. Juornal of the American Medical Association, Surg.
June 1, 2022. DOI:10.1001/jamasurg.2022.0673).
Nuestro país,
devenido excepcional en materias de inflación, inseguridad, corrupción y
-pronto- narcotráfico, sigue en cambio la regla de la actual civilización occidental
en todo lo que sea trans. Y a la confusa educación sexual, prematuro y
obligatorio castigo espiritual en las escuelas, se suma ahora la violencia del
lenguaje inclusivo. Empiezan muchos chicos a hablar así; ya sabemos cómo van a
pensar, más allá de la preocupación de tantos padres.
EL UNO POR CIENTO
Quienes nos
educamos más de medio siglo atrás debemos reconocer, a pesar de todas las
posibles disidencias políticas de cada momento, que se hablaba un mismo idioma
en nuestra casa, en nuestra escuela y en nuestra parroquia. Lenguaje y espíritu
mucho más cercanos al buen sentido, sin la siembra de confusas contradicciones
que inundan hoy a los chicos desde la primera infancia. Y todo este nuevo
tembladeral para someterse a las exigencias de una ambiciosa minoría
científicamente falsificadora (Riva Posse AE. Relación entre genética,
biología, sexualidad y género. Dunken. Buenos Aires, 2021) que, según el censo
reciente, representa a menos del uno por ciento de la población y transita el
derrumbe.
Como en el cuento,
parte de la juventud, empujada por la mal dirigida habilidad tipo flautista de
Hamelin, va camino del precipicio espiritual. Nada de eso es, sin embargo,
propio de la mayoría de nuestros jóvenes que sigue sana y noble. Se trata
entonces de sacarse de encima a estos políticos entregados a la fama -y por la
fama al desastre cultural- que tratan de desviarlos. Y evitar así que la Nación
entera vaya a parar al abismo por la lengua.