en tiempos de la
batalla cultural
Por Ignacio F.
Bracht (publicado en La Gaceta de la Iberósfera)
Foro Patriótico
Manuel Belgrano, 10-7-22
El Foro agradece a
Ignacio Bracht su licencia para incorporar a
nuestra web el valioso artículo de su autoría que fuese
originalmente publicado en La Gaceta de
la Iberosfera.
Los símbolos
patrios, ya sean nacionales, provinciales, o de diversas instituciones u organismos públicos o privados constituyen
un lenguaje que, a través de lo que exponen
o representan, buscan transmitir valores, historia e identidades. La heráldica y la vexilología
son artes o ciencias que estudian aquello que blasones y banderas pretenden
expresar.
En tiempos de
postmodernidad y de batalla cultural,
globalización mediante, los símbolos forman parte de ese conflicto,
que se vive a diario con las redes
sociales y los medios de comunicación sin
que el lector o el televidente se percate, en muchos casos, de los mensajes encriptados en lo simbólico, al
decir de Carl Jung, que se le envían al ciudadano de a pie.
En estas tierras
de Hispanoamérica, desde hace unos años, observamos que en cuanta concentración, marcha o
movilización que promueven sectores de la izquierda y el “progresismo” vernáculo, comparten sus pancartas,
simbología y banderas, con enseñas como
la Wiphala, la cuadrangular y multicolor, cuyo origen se encuentra en algunas etnias cordilleranas Aymara y que
desde 2008, durante la presidencia de Evo Morales, fue adoptada como bandera
oficial, a la par de la nacional, de la República Plurinacional de Bolivia,
mediante la Constitución sancionada ese mismo año.
En la Argentina,
sirva como ejemplo, “organizaciones sociales” y políticas como la Tupac Amaru,
que fuera conducida durante años bajo el amparo y al calor de los fondos
recibidos por los sucesivos gobiernos kirchneristas, por la hoy presa y
condenada por hechos de corrupción y violencia por la justicia de la provincia
de Jujuy, Milagro Sala, hacía flamear
sus insignias partidarias con los rostros de Tupac Amaru, el Che Guevara y Evita Perón (un curioso
sincretismo), junto a la Wiphala, hoy
universalizada como enseña de los llamados “pueblos originarios”, y adoptada por algunas
corrientes de la New Age. Cabe resaltar
que esta bandera no proviene de un ancestral pasado incaico ya que ningún vestigio arqueológico o testimonio
de cronistas de Indias (tanto peninsular
como americano) menciona al colorido emblema; sí que los Incas presidían sus ceremonias con un
pendón rígido y que variaba según
el soberano Inca de turno.
En un Congreso
Indígena en Bolivia en 1945, donde asistieron
arqueólogos, antropólogos e historiadores del pasado precolombino,
se presentó un tapiz, un bellísimo
tejido similar a un pequeño bolso y
cerámicas de las etnias andinas Aymara, valga recordar, pueblo
sometido por el imperio de los Incas,
donde figuraba el cuadrangular
policromático dibujo o diseño. En tiempos del Virreinato del Perú, existen dos pinturas de la escuela cuzqueña,
una del Arcángel Gabriel del siglo XVIII
y otra del siglo XVII, que los presentan a los ángeles arcabuceros con el manto ajedrezado. En 1978,
se le dio el formato contemporáneo, y
con el tiempo fue adoptado como la bandera de los pueblos originarios por distintas comunidades
aborígenes de América, tan disímiles como los habitantes del Altiplano, del
Perú, norte de Chile, pueblos y etnias
del noroeste y norte argentino (pilagas, tobas, quom, guaraníes, huichis entre otros); que sin duda merecen el respeto del Estado Nacional y provinciales, cosa que no
sucede a menudo, menos aún por los
gobiernos que enarbolan el “indigenismo” como ariete ideológico. Esta bandera es válida para rescatar su
pertenencia, algo creativo, si no fuera
que se utiliza para confrontar con la idea de estado nación, oponiéndose desde la izquierda al pasado
hispano criollo.
Recuerdo una imagen
del 12 de octubre en Pamplona, en 2020,
donde aparecen cuatro personas
con el rostro cubierto, acompañados con la bandera vasca, la Ikurriña, y la
Wiphala, destrozando dos estatuas de
yeso pintadas símil bronce de Cristóbal
Colón y el rey Felipe VI, lo que nos habla de que aquende y allende
los mares este símbolo es utilizado con
el mismo espíritu confrontativo y
segregacionista.
Similar es el caso
de la denominada “bandera mapuche”, adoptada por sectores radicalizados del sur argentino y
chileno, como la RAM (Resistencia
Ancestral Mapuche) en la Argentina y la
aún más poderosa CAM (Coordinadora
Arauco-Malleco), en Chile. Ambas organizaciones han cometido y lo siguen haciendo al presente,
actos de violencia y terrorismo, contra
personas, usurpando campos, parques nacionales, es decir tierras públicas como privadas,
reclamando la soberanía territorial
“ancestral” del Wallmapu (que ocuparía todo el sur chileno, parte del centro y todas las provincias de
Neuquén, Rio Negro, La Pampa, sur de San
Luis, parte de Chubut y la mitad de la de Buenos Aires; un verdadero dislate. Cabe resaltar que dichas
organizaciones no respetan las
Constituciones de ambos países, ni los
símbolos nacionales.
La bandera que los
identifica es la conocida con el nombre de
Wenufoye (aunque existen otras variantes de banderas mapuches), resultante en 1992 de un concurso donde se
presentaron 500 modelos de diseño, lo
que nos habla que de “ancestral” no tiene nada, más allá que incorpora símbolos utilizados por el pueblo
araucano.
No fue una
característica de los múltiples pueblos indígenas, mal llamados originarios (ya que eran de un
territorio, pero su actividad de nómades,
los hacía invadir zonas de otras etnias y
combatir contra ellos; caso de los araucanos, originarios del sur chileno, con los pueblos tehuelches de las
pampas argentinas, por citar un
ejemplo), de América contar con lo que hoy concebimos como banderas, existentes en la tradición europea, y que son
construcciones contemporáneas. Pero el
hecho es que se ha instalado en el colectivo
social su “ancestralidad” y que en su mensaje de “reparación histórica”,
cuestionan la concepción del Estado moderno, donde sus Cartas Magnas igualaron a todos los habitantes del país,
más allá de su origen étnico
(aborígenes, hispano-criollos, o descendientes de la vasta inmigración
de todos los rincones del mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX),
religión y nacionalidad de origen.
En sus consignas o
postulados estos movimientos jaleados por
ideologías de la variopinta izquierda, que no aceptan constituciones,
ni símbolos del Estado Nación, en busca
de su “identidad nacional”, plantean
directamente la segregación territorial, algo violatorio de las Constituciones de los países americanos,
al igual que sucede en España con los
separatistas que violan la Constitución de 1978 y la unidad española.
Merece destacarse
que las organizaciones mapuches cuentan con una
sede internacional con sede en Bristol, Reino Unido, algo de por sí curioso por donde se lo mire, aunque no
sorprende, ya que embozado o no, lo que
pretenden en sus afiebrados postulados es el reconocimiento internacional; algo similar cuando los
separatistas catalanes instalaban
“embajadas paralelas” a la natural de España en distintos países
del mundo.
Sirvan estos dos
ejemplos, tanto el de la Wiphala como el de la bandera Wenofoye, aunque existen otros, para resaltar su
reciente creación y desmentir las
teorías que vocean sobre historia milenaria. La idea de crear ámbitos de separación y conflicto, dividiendo
y enfrentando a las sociedades en una
batalla cultural, repensando al lúcido marxista
Antonio Gramsci, no es nuevo, pero ha cobrado ímpetu en sectores de
la izquierda internacional o
“progresistas” acicateados por creaciones como
el Grupo de Puebla, hijo dilecto del Foro de San Pablo de los noventa, para impulsar las crisis y acceder al poder
vía democrática e instalar los modelos
populistas de los llamados Socialismos del Siglo XXI y las “democracias participativas”, al decir del
pensador marxista Ernesto Lacleau.
Si a lo antedicho,
le sumamos la creación en 1978 en los Estados Unidos de la bandera del Arco Iris de las minorías
LGTB, más la reciente y novedosa bandera
TRANS, vemos una muestra más de empoderar minorías, enfrentando a sectores sociales, imponiendo
diferenciaciones, como si una bandera
nacional de un estado contemporáneo no abarcara a todos sus habitantes, más allá de sus gustos
ideológicos, políticos, sexuales o
culturales. La izquierda cultural, por defección de las derechas,
en muchos casos, ha ganado terreno en
los ámbitos universitarios, medios de
comunicación, estableciendo una agenda globalista que apunta al
corazón del Estado-Nación, como lo hemos
concebido hasta el presente. Valga como
ejemplo lo visto en la asunción del presidente chileno, Gabriel Boric, donde en la plaza repleta de adherentes,
flameaban banderas moradas del colectivo
feminista radical, del Partido Comunista –integrante de la coalición de gobierno-, y banderas mapuches.
Sólo la ausente, era la bandera nacional
de Chile; todo un síntoma de lo mencionado.
Merece mencionarse
que la actual Ministro argentina de la Mujer, Igualdad y Género, Elisabeth Gómez Alcorta, que maneja
un presupuesto anual de 17.000 millones de pesos, dedicado a políticas de
género, en un país donde la pobreza es cercana al 50 por ciento, fue la abogada
defensora del terrorista seudo mapuche, Jones Huala, condenado en Chile por la Justicia y de la
mencionada Milagro Sala, también
condenada en Jujuy, además de ser una de las representantes del gobierno de Alberto Fernández y Cristina
Kirchner, en el Grupo de Puebla.
El Relato como
Constante. El ‘multiculturalismo’ ideologizado
En esta
confrontación cultural, muchas de estas insignias, válidas como creaciones modernas para recordar sus
orígenes, buscan rescatar a los llamados
“pueblos originarios”, pero repetimos, con un discurso y relato hispanofóbico, curiosamente racista, en donde se niega y
abomina de un hecho incontrastable de la
conquista de América, que fue el mestizaje de
culturas y de sangre, que la convirtieron en un suceso único en la historia de la Humanidad, dando a luz un
Nuevo Mundo, consecuencia de esa fusión,
que hizo que América, España y Occidente
mismo, fueran diferentes al
anterior a 1492, tanto a un lado como del
otro del Atlántico.
En la Argentina,
fue el primer gobierno electo por sufragio universal y secreto como consecuencia
de la llamada Ley Sáenz Peña, por el voto popular, encabezado por el presidente
Hipólito Yrigoyen, figura icónica del
Radicalismo, quien mediante un Decreto de 1917
estableció como fasto patrio al 12 de Octubre como «Día de la Raza».
En su contenido queda manifiesto el
sentido dado al término: rescatar y
honrar a la raza americana
surgida de esa confluencia entre España y
las múltiples y diferentes culturas de los nativos indígenas del
vasto imperio español, que se extendió
desde los hoy vastos territorios de los
Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos, incluidas las Islas
Malvinas. Por citar otro ejemplo de
distinto signo político, en 1946, el
presidente electo Juan D. Perón en su discurso en homenaje al genial
Don Miguel de Cervantes, el 12 de
octubre de dicho año, que podría ser de
los más prestigiosos hispanistas y que dejaría patitiesos a los presentes progrekirchneristas, sostuvo: “Para
nosotros, la raza no es un concepto
biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual”, continuando con los postulados de Yrigoyen.
Con el tiempo el
fasto del 12 de octubre pasó, al igual que en España y otros países de Iberoamérica a denominarse
Día de la Hispanidad, aunque algunos lo
siguen celebrando con la original denominación, como lo es en la República Oriental del Uruguay.
Recién será
durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, comprometida con el relato de la nueva
izquierda, que mediante un decreto, el
1584 de 2010, el Día de la Hispanidad pasó a llamarse “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, una
entelequia, que continúa hasta hoy y que
no fue modificado durante el gobierno de Mauricio Macri; que más que respetar es atacar y desconocer
nuestro origen.
En ese año, dos
legisladores de fuerzas de izquierda presentaron un proyecto para cambiar la enseña de la Ciudad
de Buenos Aires, que ostenta las Armas
del escudo que su fundador Don Juan de Garay
otorgó, a la ciudad por él fundada en 1580, argumentando, entre
otros detritos, a su entender, contra “el
pasado imperial, su cruz sangrante de
Calatrava, su falta de ecumenismo republicano, etc., etc.,” entre otros dislates ahistóricos ideologizados. Por
voces que se levantaron, el proyecto no
fue aprobado en la Legislatura de la Ciudad.
El 12 de octubre,
Día de la Hispanidad, se celebra en muchos países como hemos mencionado, siendo en la propia
España, el Día Nacional. Allí, es
rechazada por independentistas que no la consideran su “fiesta nacional”, como los separatistas catalanes
que han trocado su histórica bandera, la
Señera, roja y gualda, por la Estelada, estandarte del independentismo. Otro ejemplo más, de la
manipulación de los símbolos.
En 2013, durante
su segundo mandato, la actual vicepresidente, desmanteló el magnífico complejo
escultórico, del italiano Arnaldo Zocchi,
que recordaba a Cristóbal Colón, inaugurado en 1921 y donado por la comunidad italiana en el país con motivo del
Centenario de 1910. En el marco de su
relato bolivariano, donde Colón fuera catalogado del iniciador del “genocidio”, fue sustituido por
el de la heroína de la independencia,
Doña Juana Azurduy de Padilla. Debe
resaltarse que la Coronela, así se la llamó, era de sangre mestiza (madre indígena y padre criollo de origen
vasco) y su marido, un criollo español
americano. Sin Colón, Azurduy no hubiera existido; en síntesis, la absurda antinomia desconocedora de la
realidad hispanoamericana volvió a tener
en estos dos ejemplos una argumentación más, falaz por donde se la mire, de crear los opuestos de:
Imperio, España y conquista, versus
neoindigenismo, libertad y sojuzgamiento.
Estas corrientes
de la nueva izquierda cultural
recicladoras de la ya enmohecida “Leyenda Negra” no cejan en
levantar símbolos para dar sustento a su
parcial mirada de nuestra historia.
Cuando el mundo Iberoamericano se traduce como síntesis y no como antinomia de sustitución de uno por otro,
como lo atestiguan desde el lenguaje, la
religión mayoritaria, la vasta arquitectura, las instituciones y la herencia hispano criolla que
nos identifica.
Recientemente, el
régimen chavista presidido por Nicolás Maduro
modificó el histórico escudo de la Ciudad de Caracas (Santiago de
León de Caracas), otorgado por Real
Cédula de Felipe II en 1591, quitando el
león y la Cruz de Santiago, es decir, borrando la referencia
histórica del pasado hispano y
cristiano. La acción fue realizada para celebrar “simbólicamente” el 20 aniversario de la
vuelta de Hugo Chávez al poder, tras el
fracaso del intento de destituirlo, por parte de sectores de las fuerzas armadas.
Rescatar una
Bandera: La Poetiza de América y un Capitán Uruguayo
Por lo expuesto
merece ser rescatado del olvido un hecho que se
produjo en 1932, con motivo de celebrarse en la República Oriental
del Uruguay la VII Conferencia
Panamericana. Surgió a iniciativa de la gran
poetiza uruguaya Juana de Ibarbourou (nacida en Melo en 1892, fallecida
en Montevideo en 1979. Era hija de Vicente Fernández, natural de la villa de Lorenzana, provincia
de Lugo, Galicia y de Valentina Morales,
una de las familias criollas de origen español más antiguas del Uruguay, casada con el capitán
Lucas de Ibarbourou), o “Juana de
América” como la denominaron sus contemporáneos de las Letras, un concurso continental para dotar de una
bandera que representara la Hispanidad, como síntesis y unidad de los mundos y
culturas que se forjaron a partir de 1492.
El diseño que se
adoptó fue el presentado por el Capitán de Artillería del ejército uruguayo,
Ángel Camblor (nacido en Rivera en 1899
y muriendo en Montevideo en 1969. Sus padres
eran de origen asturiano. En 1929 terminó sus estudios en la
Escuela Superior de Guerra en España,
recibiendo la Cruz del Mérito Militar por
ser el más óptimo alumno de dicho centro de estudios castrense). Acompañada de un lema: “Justicia, Paz, Unión,
Fraternidad”, valores que aquel señaló como representativos de los hispanos.
La enseña fue
adoptada por todos los estados americanos e izada por primera vez el 12 de octubre de 1932 en la
Plaza Independencia, en el corazón de
Montevideo, por la propia poetiza Ibarbourou
con la asistencia de las escuelas oficiales y de las tropas del Ejército. El 3 de agosto (recordando la
partida de Colón del Puerto de Palos)
subsiguiente se izó en forma análoga en todos los países de América, también en España, levantándose al
cielo en Buenos Aires el 12 de octubre
de 1933 en la Exposición Rural de Palermo ante la asistencia de 60.00 personas, entre ellos el presidente
argentino Agustín P. Justo, autoridades
nacionales, cuerpos diplomáticos y un casi centenar de directivos y presidentes de centros
culturales hispanos, luciendo en un
desfile, las agrupaciones regionales españolas sus vestimentas típicas como vascos, gallegos, aragoneses,
asturianos, entre otros, de manera conjunta
con alumnos de escuelas argentinos y agrupaciones tradicionalistas de gauchos montados.
Tal como lo
escribió Camblor en su libro, publicado en 1935, titulado ”LA BANDERA DE LA RAZA. SIMBOLO DE LAS
AMÉRICAS”, donde relata con lujo de
detalles las personalidades e instituciones que asistieron, incluido el primer diputado socialista argentino, Don
Alfredo Palacios y la repercusión en la
prensa escrita, en toda América y en España. En
sus páginas nos brinda los decretos de los gobiernos que la oficializaron como Brasil, Paraguay,
Guatemala, Nicaragua, Honduras,
República Dominicana, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Costa Rica, Panamá, El Salvador, México- donde se dispuso que
fuera jurada en las escuelas públicas
por millones de escolares-, algo que debe desconocer su actual presidente Andrés Manuel López Obrador,
cofundador del Grupo de Puebla; además de los ya citados Argentina y Uruguay.
Camblor expresa en
sus motivaciones y fundamentos que: “Decir Día de la Raza es como decir día de la familia. Pero
bien es sabido es que jamás nadie ha
podido ver en esa denominación afinidad alguna
antropológica, o étnica, es decir cuestión física. Nosotros no consideramos más que la moral: una raza
compuesta por la levadura de indios y
españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas las regiones de la tierra. Es la raza
sociológica, más del alma que de los
huesos…”. Queda claro cuál fue el espíritu con que el capitán oriental afrontó la idea y creación de
esta bandera que, valga decirlo, fue
reproducida en alegóricos sellos postales de muchos países americanos, expuestos en la publicación de
Camblor, al igual que muchas fotografías
de revistas y diarios de la época.
La Bandera de la
Hispanidad, como se la denominó luego,
posee el paño de color blanco, color de la paz y de la luz; a su vez predominante en muchas banderas
históricas del Imperio Español, cruzadas
muchas de ellas por las gloriosas aspas de Borgoña, testigo de innumerables hechos históricos memorables,
como la que ostenta el Regimiento de
Infantería Nª 1 de Patricios del Ejército Argentino en Buenos Aires. Las tres
cruces color púrpura recuerdan a los reinos de León y Castilla y a las tres
naves que comandó el Gran Almirante Don Cristóbal Colón; el sol que parece amanecer representa el sol
incaico Inti y el despertar del nuevo
continente americano. En su espíritu la enseña
muestra la intención de plasmar los dos mundos que se unieron para
dar origen a uno nuevo: La Hispanidad,
que al decir del gran poeta Rubén Darío
“aún reza a Jesucristo y habla el español”.
Con el tiempo su
uso fue dejado de lado y pasó al olvido. Sólo en 1992, al constituirse la Comisión Argentina
de Homenaje al Quinto Centenario del Descubrimiento de América, que presidió
el historiador Dr. Armando Alonso
Piñeiro, y que tuve el honor de integrar
como Secretario de Relaciones
Institucionales, junto a distinguidos miembros,
la bandera creada por Camblor fue adoptada como emblema de la Comisión.
En tiempos donde
la batalla cultural arrecia a nivel global, tanto en Iberoamérica como en la propia España, donde
las consignas son las mismas, con
diferencia de matices: separatismos y neo indigenismo pringado de neo marxismo, un progresismo
multicultural que pretende socavar las
entidades nacionales, fundantes de nuestra cosmovisión cultural, donde se derriban o mancillan
estatuas , monumentos, en pos de un
“revisionismo” sectario y ramplón, por demás de ignorante, rescatar del olvido un símbolo que representa la unión
y un pasado común que nos da identidad,
que no fragmenta ni sectoriza, sino que es abarcativo a nuestra propia raíz, sin supremacismo alguno,
surgida de un capitán del ejército
uruguayo y de la gran poetiza americana, se hace a mi parecer necesario. En momentos de gran confusión
donde los titiriteros de la
confrontación trabajan a destajo, siguiendo la premisa que sostuvo
el mencionado Gramsci en los lejanos
años treinta, donde sostuvo que era
necesario para el proceso revolucionario “conquistar el mundo de
las ideas, para que estas sean las ideas
del mundo”. Valga a colación un hecho
que muestra como se busca invertir el sentido de las cosas, incluido el sentido común. En 2007, se creó
en base a la bandera de la Hispanidad,
una versión que mantenía el paño blanco y el sol, pero las tres cruces se trocaban por tres estrellas
rojas, símbolo del comunismo,
designándola como bandera del “Paniberismo Socialista”; sin que
tuviera demasiada difusión y ningún
éxito.
Esta andanada que
sufrimos a diario y donde la simbología integra esa batalla cultural que hoy nos embiste con
fiereza, intentando imponer un modelo
autoritario, de pensamiento único, globalista, silenciando toda voz o espíritu disidente que se levante en
defensa de la verdad histórica, contra
el siempre sesgado relato ideologizado. El rescate de esta bandera será, sin duda, una muestra de
la resistencia de la Hispanidad, la Raza
Cósmica, de la que hablaba el gran pensador mexicano José Vasconcelos Calderón.